¡AY «CHARRÁN»!
Marta Ferrussola, la mestressa «compinchada» y esposa de Jordi Pujol, dijo días atrás, en un alarde de soberbia, que la Generalitat siempre fue para su marido como su casa: ¡»i encara és, senyora, encara és»! La desfachatez para abroncar al arco parlamentario no tiene parangón. Es como entrar en tu bujío y ver que el que te roba te riñe por haberle sorprendido ¡Ay «charrán»!
Ni el hábitat natural ni las características del charrán (ave marina) guardan relación con la especie que me ocupa. Pero obedeciendo a un léxico habitual de la infancia en Osuna (solíamos llamar así a los listillos que sobrevivían de actos tramposos y triquiñuelas) me apropio del nombre para relatar una charranada ya antigua como la tosferina.
Hoy el «pájaro» autóctono, muy autóctono, es el paradigma del mayor fraude a la honorabilidad. Dos décadas largas de maniobras fulleras, de mordidas, apegos a la banca andorrana, suiza… ¡A saber! Un beneficiado de la cruel maniobra de la dictadura y abusón de la panacea del desfavorecido pueblo andaluz. Más tarde llegaron las jugarretas interesadas de Felipe González y José Mª Aznar que ante sus pies nos dejaron para quitar el polvo al desarrollo de Cataluña. De aquellos barros estos lodos.
Ni un renglón dedicaré a la talla política ni a la gestión fraudulenta al frente de la ciudadanía catalana. Nada diré de la frustrada borregada útil con síndrome de Estocolmo, ni de su trasvase ideológico (nunca lo hubo) o herencias y grado de corrupción. Espero que el peso de la justicia caiga sobre la familia numerosa y la aplaste tanto como deseo.
Me consta que es inmensa la legión de mesetarios españoles que odian de toda la vida al «Vito Corleone» catalán. Tras el escándalo encienden velas para que, desde el Ter al Ebro, todos los afluentes se desborden y aneguen de desilusión la corriente separatista. No es el odio el verbo más acertado para definir mi animadversión personal, más bien se debe a una profunda antipatía por una trastada que nunca olvidé. Nunca fui de moral ausente.
«Si te sientes inclinado a la venganza, siéntate a la puerta de tu casa a esperar ver pasar el cadáver de tu enemigo». Es un proverbio árabe.
Una vez ocurre, por ende, viene dado un refrán: «El que espera desespera, pero el que aguanta gana». Era cuestión de tiempo. Demasiado ponerse Cataluña por montera, demasiados tics en la mirada torva para que fueran creíbles las grandes mentiras que contenía aquel dardo fascista que lanzó el menguado personaje.
En un ejercicio de memoria retengo secuencias de mi llegada procedente de la Osuna detenida en el tiempo. Hace 41 años, cuando tenía 19, el cortijo nacional seguía siendo «uno grande y libre», las trabas a la diversidad lingüística ya aflojaban, ya se parlaba catalán más allá de la intimidad, incluso, me bajé del tren con la sospecha de que no todo el territorio era Don Pelayo.
No había aprendido a decir «bona nit» o «fins després» cuando cayó en mis manos las xenófobas opiniones escritas (por todos conocidas) con las que dedicó con hostilidad a los andaluces hace ya medio siglo. Nunca imaginé, para mi sorpresa, que insultar al andaluz salía tan barato como la mano de obra.
¡Qué lectura más desagradable! ¡Qué recibimiento más ruin! Fue una patada del «burro catalán» a las ilusiones, aún en la maleta, de un adolescente que olía a traviesas de la vía. Una bajeza impropia de un intelectual. Ahí creí haberme alejado demasiado del Arco de la Pastora, ahí se activó el resorte del recelo hacia el que pensé era un «rara avis».
Al tiempo que iba apreciando las propiedades nutrientes de la «escudella barreixada» «la llonganissa de Vic» o el «trinxant de la Cerdanya», iba maldiciendo la genética de quien restó proteínas a la leche que mamé. Aquello no fue producto de una borrachera de anís del mono. Es cierto que en mi recorrido por los pupitres de Osuna nunca se mencionó a Pompeu i Fabra (no encajaba en asignatura posible), como verdad es que la «humildad» en su idioma nunca fue patrimonio del «charrán», ni político ni humano. Y aquí te quiero ver: Ha caído el gran ídolo, el mesías adoctrinador con todo el equipo sanguíneo. Hoy el estafador confeso es un maniquí expuesto en el escaparate de la burla, un caricato de credibilidad tan endeble como el amor de la cortesana y el señorito. Ni que sea catalán. ¡Qué ganas tenía!
En mí no cabe la decepción, esperaba el momento: «A todo cerdo le llega su San Martín» dice otro refrán. Ansiaba ver pasar un día el cadáver del políticamente muerto Jordi Pujol, y darme unas pataítas a compás sobre su tumba con una copa de fino en la mano. Siempre vi en él un enemigo, pues lo es aquel que me insulta y no me aprecia. De entre todas las frases que he rumiado durante este tiempo, en alusión a la bofetada moral, me quedo con la más escueta: ¡Qué lástima de parto…! El suyo ¡claro! No solo no renuncié a la venganza, sino que me revuelco de gusto como el cochino en el charco.
Ojalá con su desplome acabe la tirria al andaluz de una especie que debía estar extinguida. Me temo que no. La táctica del «buenrollito» (en el ámbito político) es viejo como el hilo negro, y funciona. Sospecho de muchos «pujolet charranes» que, envueltos en la estelada del odio y la vanidad, participan y se benefician del festín que proporcionó la «ignorancia» del pueblo andaluz. Nunca será un placer mirarlos a la cara.
Antonio Moreno Pérez