Un reloj advierte en Hiroshima que la tragedia provocada por la bomba atómica puede volver a repetirse
- El Museo Conmemorativo de la Paz de Hiroshima está dedicado a la memoria de las 166.000 personas que perecieron en este primer ataque nuclear a Hiroshima; 80.000 se sumaron tres días después cuando otra bomba cayó sobre Nagasaki
- En el parque que rodea la pinacoteca hoy se conserva el único edificio en ruinas que se mantuvo en pie, era una galería de arte construida por un checo

En la entrada del Hiroshima Peace Memorial Museum (Museo Conmemorativo de la Paz de Hiroshima) hay un reloj con dos paneles. Uno marca las horas que han pasado desde el 6 de agosto de 1945 cuando a las 8:15 de la mañana, en esta preciosa ciudad japonesa, el ejército estadounidense lanzó la primera bomba atómica de la historia. El otro panel indica el número de días que han pasado desde la última prueba nuclear que se ha realizado en algún lugar del mundo y vuelve a ponerse a cero cada vez que esta situación se repite.
Los engranajes del reloj que aparecen a continuación representan una cuenta atrás virtual que advierte al visitante de que está en el camino que conduce a la aniquilación de la humanidad. Y a esta conclusión se llega porque en el mecanismo aparece una rueda dentada en la parte superior que gira 100 veces por minuto y aumentará su velocidad si la Tierra muestra signos de estar en peligro. Si llega a la rueda dentada inamovible en la parte inferior, el reloj se autodestruirá automáticamente.
Justo aquí, en este reloj que marca el tiempo a golpe de advertencia, empieza el recorrido por un Museo dedicado a la memoria de las 166.000 personas que perecieron en este primer ataque de Hiroshima; el 9 de agosto, tres días después, lanzaron otra bomba atómica nuclear sobre Nagasaki. La cifra de muertes aumentó otras 80.000 personas, solo la mitad de esta suma murieron los días del bombardeo, el resto, de un 15 a un 20 por ciento, falleció por el envenenamiento resultado de la radiación que provocaron las detonaciones.
El silencio del visitante
Esta estela de muerte prosiguió muchos años después, niños nacidos con malformaciones, leucemia o distintos tipos de cánceres. Incluso en la actualidad, los efectos de la radiación siguen afectando la salud de los herederos de la masacre. En 1957, se promulgó la Ley de Cuidados Médicos para los sobrevivientes. Quien más sufrió, como suele ocurrir en todas las guerras, fue la población civil.
El recorrido dentro de las salas del museo va acompañado de auriculares a través de los que una voz cuenta los pormenores del horror. No sólo aportan datos históricos que se pueden confirmar por internet desde cualquier parte del mundo, los responsables del museo han tenido el acierto de hablar de historias humanas y ponerles cara.
Estas historias son las que mantienen en silencio al visitante durante todo el recorrido. En las salas sólo se escucha el arrastre de los pies de la fila de personas que adecuan el paso al ritmo del espanto de lo que están oyendo. La madre de un niño que había salido para el colegio a primera hora de la mañana y, después de la detonación, lo buscaba desesperada entre los cientos de muertos. Un testimonio que hiela la sangre sobre todo cuando aparece en una vitrina la ropa del pequeño, gorra incluida, con el número del audio que está escuchando el visitante. “La madre lo reconoció entre un montón de cadáveres por la ropa que llevaba puesta, la lonchera y la fiambrera que llevaba al colegio, sólo encontró los huesos”.
Único edificio que queda en pie
La bomba explotó el 6 de agosto de 1945 a las 8:15 de la mañana. No llegó a tocar el suelo, detonó a 600 metros sobre la ciudad, donde a día de hoy se conserva el único edificio en ruinas que se mantuvo en pie, situado muy cerca del Museo. El guía que te lleva por la ciudad cuenta que este edificio, con estructura de hierro, fue construido por un checo en 1915, era relativamente reciente. Y, a pesar de que el epicentro de la detonación se encuentra a poco más de un kilómetro del lugar, aún se conserva su estructura.

Está rodeado de un hermoso parque surcado por el río Motoyasugawa. En Japón el agua es una constante, hay canales, arroyos y ríos por toda la isla. Los visitantes rodean el edificio en ruinas, intentando viajar en el tiempo casi 79 años atrás. Todo para preguntarse, ¿cómo ha conseguido el pueblo japonés soportar tanto sufrimiento? Y, sobre todo, ¿cómo ha sido capaz de transformarlo en tanta belleza?
Cuentan que una parte de la población no quiere conservar la prueba viva de lo que pasó, y es comprensible. Pero ahí están las ruinas de una antigua galería de arte que ha resistido el paso del tiempo para convertirse en la obra más representativa de lo que es capaz de hacer el ser humano contra sí mismo. Aunque no es ni siquiera comparable con lo que muestra el Museo, muy cerca del lugar.
Dos ciudades japonesas, situadas entre sí a más de 420 kilómetros, quedaron marcadas para la posteridad por ser las únicas de la historia en las que cayeron dos bombas atómicas. El artefacto nuclear cargado de Uranio-235 y bautizado como ‘Little Boy’, hacía blanco en la ciudad de Hiroshima. Tres días después, ‘Fat Man’, su hermano mayor, esta vez cargado de Plutonio-239, lo haría sobre Nagasaki. Marcó el final de la Segunda Guerra Mundial, con la rendición del Imperio Japonés.
Parque dedicado a la paz
El pueblo se recompone desde entonces a base de robarle la memoria al tiempo para demostrar que el perdón tiene que pasar por la reconstrucción de su vida a pesar del dolor. Dicen que, al día siguiente de explotar la bomba, cuando aún había muertos y desaparecidos entre miles de cadáveres, comenzaron a montar tiendas de campaña en lo que hoy es el parque del Museo, un enorme espacio dedicado a la paz.
Hay fotos en la pinacoteca que atestiguan la historia del día después. Imágenes de hierros retorcidos, escombros, muertos, destrucción. Fotografías de familias felices que enfermaron y murieron no sin antes dejar su testimonio para la posteridad. A través de los audioguías puedes escuchar cómo la ciudad fue devastada instantáneamente, muchas personas murieron sin saber lo que había ocurrido. La contaminación nuclear fue afectando de inmediato, o meses después, la salud y los sueños de una población derrotada.
En el Museo se han recogido algunos testimonios desgarradores de víctimas que perecieron en los incendios bajo las ruinas de los edificios o describen cómo encontraron a víctimas de ese primer impacto en filas con la ropa hecha jirones, graves quemaduras y pidiendo ayuda y agua sin cesar.
La primera bomba atómica que cayó sobre Hiroshima no llegó a tocar el suelo pero la onda expansiva provocó una tormenta de fuego y un incendio que se tragó la ciudad y a su gente. La lluvia radiactiva “negra y pegajosa” caía sobre las personas que intentaban huir.
La pinacoteca conserva un trozo de muro de piedra de la sucursal del Banco Sumitomo que la explosión de la bomba atómica volvió blanquecino. Mientras se puede observar una sombra oscura perteneciente a la persona que estaba sentada en este espacio, de esta vida, solo quedó una mancha. Es uno de los espacios donde los visitantes se paran, imaginando lo inimaginable, nadie que no haya sido testigo del horror sufrido por el pueblo japonés es capaz de acercarse.
Las enormes dosis de radiación emitidas por la bomba atómica causaron a la población graves daños que han durado décadas. Fiebre alta, diarrea, caída del pelo, manchas moradas debajo de la piel, vómitos de sangre. Incluso, recorriendo los pasillos del Museo, encontramos nombres propios y testimonios. Shinichi Tetsutani tenía tres años y once meses. Montaba en un triciclo junto a su casa cuando explotó la bomba. Su padre, enterró al pequeño sin quitarle el caso, junto al juguete que hoy se conserva en una de las salas de la pinacoteca. Cuarenta años después, cuando el padre lo desenterró, el cráneo de Shinichi estaba intacto dentro del casco.
Cientos de estudiantes de Primer y Segundo Grado de la Escuela de Hiroshima murieron ese día o los siguientes días después de estar expuestos a la radioactividad cuando intentaban ayudar a los heridos y cargar con los muertos. Restos del uniforme que llevaban con su nombre fueron recuperados por las familias y están expuestos como testimonios de su vida.
El pasillo del desconsuelo
Sadako Sasaki murió 10 años después del bombardeo. Su familia regentaba una barbería. Cuando ocurrió la tragedia tenía dos años y vivía a 1.600 metros del hipocentro. Pero a pesar de su exposición, creció fuerte y sana. De repente, en sexto grado, desarrolló leucemia, ella quería seguir en el colegio. Después de ocho meses, murió, sólo tenía 12 años.
Una muerte que marcó tantas. Por todas se erigió en el parque conmemorativo de la paz en Hiroshima un monumento en honor a todos los niños que murieron a causa de la bomba. Cuando te acercas al lugar, hay cientos de colgantes de colores hechos de origami. Es la manera que tienen los japoneses de rezar a las víctimas más inocentes de la tragedia que azotó el país.
Es tanto el sufrimiento expuesto en el Museo Conmemorativo de la Paz, que entre sala y sala puede verse un pasillo con sillones en los que los visitantes se sientan desconsolados, con la cara demudada, mirando al horizonte. En esos momentos, conscientes de que no son capaces de ser testigos de más dolor. El Museo ha recopilado, preservado y exhibido los recuerdos y gritos de las almas de las personas vinculadas a los materiales que exponen. Antes de empezar el recorrido te piden por favor : “vea, aprenda y sienta lo que las armas nucleares dan y quitan a la gente“.
VÍDEO | Resumen en imágenes de algunos de los momentos vividos por nuestra compañera @verbigracia_6 en el Peace Memorial Museum de Hiroshima. Lee la historia completa de nuestra nueva sección ‘Viajar’ de El Pespunte aquí👇https://t.co/xEFLnNBgvK pic.twitter.com/Qd7XfGDavi
— El Pespunte (@elpespunte) May 29, 2024
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