Un invierno largo

opinión un invierno largo

Uno se va ganando poco a poco cuando comprende que para vivir en paz hay veces que toca sacar los dientes y, otras, enterrar el hacha de guerra, cuando sobrelleva estoicamente sus contradicciones y sabe abrigarse cuando el frío aprieta. “La vida es un asalto” dice Cruz Cafuné mientras el bombo de la base maltrata al silencio. Un asalto que dura varios inviernos y seis o siete películas de Rocky. Uno empieza a entender de qué va esto en el momento que comienza a dosificar los rounds, a medir la pegada, a abrazarse a sus certezas y ambiciones cuando la incertidumbre le castiga el costado, y, sobre todo, cuando aprende que es mentira aquella máxima que soltaban los profesores para lavarse las manos: dos no se pelean si uno no quiere. No, dos no se pelean si uno de los dos cede antes de empezar a pelear.

Las peleas las legitima un motivo sólido de fondo, son válidas cuando se rebelan contra una injusticia palpable. El problema es que para que algo sea injusto tiene que afectarle solo a una parte de la gente, para que haya injusticia tiene que haber cacique, para que haya cacique tiene que haber un séquito de personas que vivan del cacique o compartan intereses con él. El interés es el mayor conseguidor de apoyos que existe. En la guerra no hay amigos, hay socios. Por eso, la injusticia es de las cosas más relativas que existen. Cada uno arrima el ascua a su injusticia, cada guerrero tiene sus motivos, cada indignado se indigna distinto.

De las guerras, cuando pierdes, solo sacas la certeza de que no deberías haber empezado, y cuando ganas, solo sacas de positivo, eso mismo, que has ganado. No existe la victoria completa en el conflicto, siempre se pierde algo. Por perder, se pueden perder hasta amigos. Los combates más sanguinarios siempre son los internos, desde dentro es mucho más sencillo reventar las entrañas, el conocimiento del terreno y del rival hace que se maximicen los daños. Egos, ambición, poder; eso es lo que lleva a las guerras estériles de las que habla Juanma Moreno, eso es lo que hace que el afán de la organización por desangrarse internamente sea más fuerte que seguir escalando en la intención de voto.

Guerras estériles encerradas en tapas duras y con un coste de 21,75 en La Casa del Libro, peleas pueriles de bloqueos en WhatsApp, ruido de sables afilándose en la tramoya, sonrisas Vitaldent en los escenarios. Pugnas presupuestarias que acaban con Peppa Pig hablando en euskera y con Netflix produciendo en catalán, un gobierno acostumbrado al chantaje y que vive del malabarismo autonómico. Todo eso de puertas para dentro, en las sedes y en el Congreso, navajeo siciliano. Pero luego está la calle, desde donde empieza a llegar un ruido de tambores. El metal ha sido el aviso, luego vienen los policías y guardias civiles, los agricultores, la subida de la luz, los pensionistas.

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La calle está gritando, desde 2013 no se registraban cifras tan altas de manifestaciones, y parece que nadie se entera. Cuando uno tiene la cabeza en otro lado y se distrae de lo importante, la inercia se frena y los fallos vienen solos, tanto es así que sin querer acabas en la misa en recuerdo a un dictador sin darte cuenta. De ahí también el horizonte que le espera a Sánchez, el equilibrismo es una disciplina muy dura y que antes o después pasa factura. Los incendios no se apagan con tanquetas y a Frankenstein le están aflojando los tornillos. Se avecina un invierno largo.

Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
Fotografía: Unsplash.

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