Las bambas de Pons


Está el mundo en turbulencia constante, recogiendo una cosecha que no se sabe muy bien quién plantó. Ahora parece ser que nadie tenía las semillas, que el campo se ha arado solo. La culpa no es que se reparta, es que directamente no existe. Para qué. Están los ombligos pidiendo descanso y los dedos un respiro. Es incómodo ver a alguien hurgándose la nariz, comprender que hay gente a la que le pone súper burro observar cómo arde Dublín. Milei está loco, lo suficiente para ser presidente de los argentinos. Sánchez no habla con su perro muerto ni va dando ladridos, pero quiere construir un muro entre españoles y viaja fuera en busca del Nobel de la Paz. Después de pacificar Cataluña a golpe de amnistía y lamento constitucional, tocaba decirle a Israel que se baje dos tonos. Por cierto, muy chulo y tranquilizador ese chaleco antibalas que le dieron para darse el garbeo, el que me puse en el paintball de Camas me aportaba mucha más seguridad.
La vida con Gobierno se ve distinta. Se pueden hacer chistes de enanos, de homosexuales, incluso chascarrillos camuflados de metáforas sobre embarazos y casamientos. Celebramos que nuestros lanzadores tiren los penaltis, aunque los manden a las nubes. Menos mal que ya no está Irene Montero por allí, la nueva ministra de igualdad es una señora que no tiene Twitter, por eso no le cayó ayer a Óscar ninguna reprimenda. Esto se ha comentado mucho en ese otro Consejo de ministros que es X. Ha sido preciosa la despedida de Irene, haciendo una oda a lo que ha sido la anterior legislatura. Yo no me voy, me echa Pedro. Yo no me retiro, me mata Yolanda. El 15-M degeneró en lloriquear por carteras, en acampar en la moqueta, en najarse de un asalto a un cielo que no era más que una pequeña nube.
Hay que subirle el sueldo al estilista de González Pons, unas bambas blancas siempre dan ese toque juvenil que necesita un político. Hay que arriesgar, igual que Abascal, que advierte del golpe mientras los botones de sus camisas están a punto de estallar. España está en su prime, delincuentes redactando leyes de amnistía y terratenientes organizando huelgas generales a las que acude menos gente que al Estadio del Getafe. Que, por cierto, menos mal que ya no lleva el nombre de Alfonso Pérez. Estaría bueno.
Esta semana también hemos visto como Lucas, de Andy y Lucas, ha descubierto qué es lo que es eso de la sanidad privada. No lo quiere asegurar nadie, como yo tampoco aseguraría la continuidad de nada en estos momentos de incertidumbre en los que, para una pequeña parte de la sociedad, un activista metrosexual con un megáfono pasa por ser un periodista perseguido. Un mártir, un símbolo de lo que es el Noviembre Nacional, un movimiento espontáneamente organizado por Vox. Con su chino facha, sus muñecas hinchables y sus ataques a la policía al más puro estilo Tsunami Democrátic. Solo le falta, que sé yo, que un vicepresidente de Castilla y León coja un megáfono y comience a cantar proclamas o que un diputado vaya a decirle a la Policía lo que tiene que hacer.
Vivíamos mejor en aquella dorada y lejana época de Rubiales y su piquito. Tengo nostalgia de cuando los problemas de Estado eran problemas reales. Estas minucias de ahora no hay quien las aguante.
