La sincronía natural y el respeto de los tiempos y ritmos para la melodía de la vida
Se dice que nada sucede por casualidad. El ritmo de la naturaleza predispone el crecimiento de diferentes especies. Las estaciones dan lugar a la recogida de frutos específicos que tienen la función de aportar al organismo lo que necesita. Por otro lado, sabemos que la ruptura de estos ritmos naturales puede estar generando desequilibrios importantes que están dejando huellas irreparables en nuestros ecosistemas y somos conocedores de cómo desde las Naciones Unidas se establecen cumbres de países para perfilar acciones que nos inspire a alcanzar esos Objetivos de Desarrollo Sostenible, enmarcados en la Agenda 2030.
Y es que parece que esa sincronía sagrada está presente en cada uno de nosotros desde antes de nacer. Justo desde que se conforma el embrión, se empiezan a desarrollar cambios estructurales y cerebrales en la madre y en la criatura. Al igual que en nuestros ecosistemas, florecen un sinfín de hormonas y neurotransmisores que hacen poner el punto de mira de la futura mamá en esa nueva vida que de momento se está conformando dentro del vientre materno. A través de ese cordón umbilical, se van aportando nutrientes que hacen crecer cada parte de ese nuevo cuerpo, que crea la arquitectura de ese cerebro que tras pocos años será capaz de crear y creer en sí mismo.
Todos estos cambios internos que moldean el cerebro de la madre y de su criatura, recibe el nombre de matrescencia. Como si de magia se tratase, el cerebro de la madre es esculpido durante esos nueve meses de gestación, originándose un ajuste fino que predispone a la posterior conducta materna. Se moldea la corteza prefrontal, disminuyendo la sustancia gris, la cual posteriormente aumentará a nivel de estructuras tan importantes como la amígdala, el hipotálamo y el globo pálido (estructuras subcorticales con especial relevancia en las emociones y en los procesos de memoria). Estos cambios facilitan los comportamientos sensibles y oportunos hacia el recién nacido, lo que desencadena mecanismos para dedicar toda la atención a la crianza y sus consecuencias. Estos cambios se mantienen hasta los dos años del descendiente, coincidiendo esta etapa con ese momento en el que la criatura ya adquiere la marcha, puede alimentarse de manera independiente y tiene habilidades de comunicarse y ser entendido. Pero, lo más significativo de todo ello es que esos cambios en el cerebro de la madre no vuelven al estado previo al embarazo hasta los 7 años de la criatura, periodo en el que termina de conformarse la arquitectura de su corteza prefrontal.
Aunque todo el proceso de mielinización (envoltura de mielina de nuestras neuronas que facilita la transmisión del impulso nervioso) no se alcanza hasta los 26 años de media de edad, es a los 7 años donde ya se tienen los primeros atisbos de funciones ejecutivas. Respetar estos ritmos son claves para el desarrollo de la personalidad y competencias emocionales. Los primeros 1000 días de vida de los seres humanos son para conectar en diada. El ecosistema de la criatura es la familia y apoyar ese cobijo redundará en una futura sociedad más saludable y en generaciones más independientes que tras ese establecimiento de vínculo seguro, irán haciendo crecer sus alas para volar en la búsqueda de la libertad.
Lo más curioso de todos estos hallazgos científicos es que los cambios analizados en el manto cortical de la madre coinciden con lo encontrado en el cerebro durante la etapa de la adolescencia, siendo ambos periodos sensibles a la adaptación al cambio y ventanas a la plasticidad neuronal.
Es apasionante conocer los ritmos de la naturaleza y nuestros propios ritmos, aprender a respetarlos y contribuir en cada pequeño detalle para que la melodía causada por todas las especies resuene bajo ese concepto tan buscado de “One Health” (Una única Salud). Comprender que todo empieza desde el vientre materno apoyará a que todas las personas giremos en torno al reloj de la naturaleza.
UBUNTU
Profesora de la Facultad de Enfermería, Fisioterapia y Podologia (Universidad de Sevilla) desde 2002. Máster en Estudios Avanzados sobre cerebro y Conducta (2007) y Máster en Atención Temprana. Miembro del grupo de investigación CTS-305. Coordinadora del programa de optimización al desarrollo y Atención Temprana en la Universidad de Sevilla.
Ha participado en formaciones relacionadas con la inteligencia emocional, con la diversidad funcional, con la Neurociencia y neurología, con la fisioterapia y su aplicabilidad y con la gerontología, tanto para profesorado y profesionales como para estudiantes.