La amistad

Una semana. El tiempo corre… a veces. Otras, se detiene bruscamente. El tiempo es vida y la vida… tiempo. Momentos tristes, apagados, de recuerdos, de sonrisas y lágrimas. Qué difícil.
14 años: una nueva etapa, cambios y mucha ilusión. La adolescencia, ese tiempo de alegría y energía constante. Allí apareció él, como un brote de aire fresco. La conexión fue rápida, como siempre lo era con todo y todos. Como un imán enorme, magnético. Líder.
¡¡Disfrutemos, experimentemos!!… parece que lo veo. Años maravillosos, llenos de recuerdos, momentos, risas y diversión. Siempre dispuesto a vivirlo todo con ganas. No recuerdo un no. Nunca.
El tiempo transcurrió y nos consolidó. Charlas extensas, confidencias, secretos y sueños. Había tiempo para todo y todos. Desde su refugio, en esa casa mágica, que era la casa de todos. Desde sus diferentes habitaciones, siempre cálida, siempre amable, siempre abierta. Cómo él.
El tiempo siguió… una separación parcial, que nos hizo crecer y perder un poquito de apego. No nos sentó mal. Seguíamos aprendiendo, valorando, conociendo… Siempre uno de los dos, por delante, pero muy poquito… casi siempre a la par en experiencias y situaciones vividas.
La llegada del amor nos hizo perder contacto. Un primer aprendizaje. Ese no era el camino. El tiempo me demostraría, bastante más adelante, mi error. Duele mirar atrás, pensar que tal vez había otro camino.
La vida laboral nos empujó a la prisas, al no parar. Teníamos mucho que hacer y cada vez más cosas que atender, más personas, más proyectos, más estrés. Nos hacíamos mayores, pero seguíamos cercanos, unidos.
En tal vez los momentos más oscuros y complejos, nos olvidamos por momentos de quiénes eramos. Sólo un poco, pero tal vez lo suficiente como para sentirnos un poco extraños. Silentes, falta de confianza plena, prisas y tal vez un poco de ego. No, no éramos perfectos.
De repente, el crack. No podía ser verdad. Todo se detuvo. Todo se olvidó. Volvimos a los primeros años, ahora nada importaba. Mensajes y preocupación diaria. La enfermedad todo lo cambia, todo lo transforma. Allí renació todo, pero sobre todo él. Se hizo gigante y brillante. Como nunca y como siempre. Su LUZ creció exponencialmente, lo hizo hasta el final.
Su serenidad, su paz, su ausencia de queja. No había presente, sólo un futuro al que amarrarse y por el que luchar. Cada visita era un aprendizaje, enorme y profundo. A su alrededor, todo lo que él había tejido, cuidado y amado. Sin condiciones, de la única forma que podía ser. “Puedo con esto, puedo, puedo, puedo”.
Nunca olvidaré su respuesta de una de esas tardes: “Todo es más fácil”.
No sabes todo lo que me has enseñado. Ahora miró atrás y todo lo entiendo. Muchos de nosotros pensamos que esto no tiene explicación. No la tiene, pero tú, con tu legado, nos haz dejado muchas.
La amistad, esa relación tan bonita como compleja, ha sido capaz de enseñarme lo equivocado que podemos estar sin darnos cuenta. “Todo es más fácil”…
Así fue, era y será. Gracias por enseñarme tanto, amigo.