«El Sastre»

Hoy quiero rememorar y de camino rendir homenaje a uno de nuestros paisanos más conocido, querido y admirado por su extraordinario ingenio, rapidez mental y sentido del humor, cuya sola evocación de su nombre despierta una sonrisa en cualquier interlocutor.

Todavía no he encontrado a nadie de Osuna, ni de fuera de Osuna (y era conocido en toda España), que lo recuerde con pena.

Afortunadamente.

Hablo nada más y nada menos que de mi querido Manuel González, “El Sastre”, al cual conocí desde que era niño (yo, por supuesto).

Recuerdo que cuando nos veía a mi hermano y a mí, nos decía con aquella voz casi de tómbola: ¡Señores, esto es nada menos que de Concha y Sierra!

Más tarde, andando el tiempo, me llamaba “Mi doctor”, siempre con un cariño entrañable, similar al que dispensaba a todo el mundo, aunque quizás algo más especial.

Pero a lo que vamos.

Se me ha ocurrido recordar un par de anécdotas que ponen de manifiesto la gracia, el ingenio y la capacidad para salir de una situación comprometida, de la manera más airosa y singular, como sólo pueden hacerlo los artistas de nativitate.

 

Anécdota Nº 1

A principios de los años 60, compró Manuel con las fatiguitas que es de suponer, su casita un eva en La Reholla, la cual vistió de muebles y electrodomésticos adquiridos en la tienda que tenía Paco Palacios en la Carrera.

Hemos de decir que Paco Palacios era un señor de Estepa que se casó y vivió en Osuna casi toda su vida, donde fue muy querido por cierto, y que además de sus negocios, que le permitían a él y a su familia una vida holgada, trabajaba en el juzgado como Oficial de Justicia.

Pues bien, el gran Sastre, que con la casa, el frigorífico, los muebles, la cocina y cuatro o cinco niños, andaría a la cuarta pregunta, había pagado las primeras letras, y las siguientes fueron devueltas una tras otra.

Un día que Paco Palacios se lo encuentra, le dice en un momento dado:

¡Hombre Manuel, págame, que voy a tener que ponerte en el Juzgado!

A lo que el Sastre le responde a bote-pronto:

¡Coño ponme. Llevas tu aquí na y menos y estás rico. Ponme a mi siquiera una semana!

 

Anécdota Nº 2

Primavera del 1982. Calle Sevilla a la altura de la casa de D. Marcos Núñez, del que era su fiel “escudero”.

Nos encontramos Manuel y yo, y tras un cordial abrazo, me dice:

-Doctor, el otro día estuve en tu pueblo de adopción, y no veas lo que me pasó. (Por aquella época, yo era Jefe de Servicio de Anestesiología del Hospital Santa Bárbara en Ronda).

-¿Qué te pasó Manuel? Le pregunté.

-Pues resulta que estoy esperando a D. Antonio (Antonio Ordóñez), para un asunto de D. Marcos, y donde vengo a caer, en un bar que hay junto a la plaza de toros, que tiene una terraza muy grande….

-No me digas que caíste en el Bar Jerez.

Ese tío está acostumbrado a los autobuses de japoneses, y pega unas estocadas mejor que Rafael Ortega, le dije yo.

– Coño, déjame que te cuente.

Mientras esperamos a D. Antonio, pido una copa de fino y mi niño que venía conmigo, un refresco y una tapa de calamares fritos. Pido otra copa de fino y pregunto al camarero:

-¿Qué le debo?

-780 pesetas. (Recuerdo a los lectores que estamos en 1982)

Miro al tío por el rabillo del ojo, echo mano a la cartera y le digo a mi hijo ante la mirada desconcertada del camarero:

-Nene, dale un besito a este hombre.

Mi hijo que estaba tan desconcertado como el camarero, me pregunta:

-Papá, ¿por qué?

Entonces fue cuando le solté el viaje:

-Porque no vas a verlo más en toda tu vida.

 

José Mª Sierra

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