De nuevo al cine


He visto La casa. Se trata de una película española, ambientada en la provincia de Valencia. Sus personajes residen en poblaciones de esa provincia o en Madrid, pero se sienten muy apegados a una casa construida en el campo por el padre de tres de ellos, abuelo de otros dos y suegro de los tres restantes. Hay también un señor mayor, vecino y amigo del padre, que ejerce la función de mentor. Los hermanos, personajes principales, son dos hombres y una mujer de edades comprendidas entre los cincuenta y los cuarenta años. El padre ha muerto después de unos pocos años de viudedad y, transcurridos unos meses, los tres acuden con sus parejas y sus hijos a esa casa, que piensan vender. El inmueble, rodeado de un jardín ahora descuidado pero lleno de vegetación, fue construido en un paraje tranquilo, en un terreno en pendiente desde el que se columbra el mar. Los hermanos parecen muy distintos. Son el mayor, que presume de haber sido más responsable que los demás y de poder dar buenos consejos; la mediana, que acompañó al padre durante los últimos años, y el pequeño, el artista de la familia, crecido de forma más libre que el resto por no tener el peso de la progenitura ni la obligación de asumir el rol de cuidador, unido, por tradición, a la condición femenina, y más en el caso del padre, a quien las hijas suelen estar más apegadas que los hermanos varones. Nada de lo contado hasta ahora es extraordinario, podría tratarse de cualquier familia. No es una película que venga a proporcionarnos evasión sino a hablarnos de nosotros mismos, de la relación con nuestros padres, nuestros hermanos y los objetos que aquellos nos dejaron. Cuando muere el último de nuestros progenitores, si no gestionamos bien la circunstancia, podemos encontrarnos en una situación penosa. Lo ideal sería que ese padre fuera capaz antes de morir de contarles a sus hijos todo lo que deseasen, de responder sus preguntas, de explicarles por qué aquella vez actuó de aquella manera que el hijo aún no se explica, de revelarles las claves familiares a las que los descendientes no pueden acceder por simple cronología, por haber nacido tarde para poseerlas. No creo que haya muchos padres que dejen las cosas tan ordenadas y claras antes de irse, sobre todo las afectivas. De ahí la necesidad de películas como esta.
La manera que tiene Alex Montoya, director y coguionista de La casa, de contarnos la historia es el cambio de punto de vista y el flashback. Sé que la película es una adaptación de una novela gráfica, pero no la he leído y no sé hasta qué punto le es fiel. Ciertos encuadres, sobre todo justo al principio —cuando el padre se encuentra en la cocina de la casa— parecen directamente inspirados en las viñetas del cómic, sobre todo en aquellas tan expresivas y elegantes que cuentan sin mostrar. La acción transcurre durante cuatro días del verano de 2015 y bajo esa singular luz mediterránea que los artistas se encargan de perpetuar. Después de un comienzo en el que los hermanos, sobre todo los dos varones, parecen irreconciliables por rencillas antiguas derivadas de la falta de comunicación, el relato va dando voz a cada uno de los tres. Estos nos prestan su mirada y sus recuerdos, que nos llevan, con la herramienta simple de la apariencia de la imagen —que pasa sin previo aviso a fingir una grabación casera en Super 8—, a verlos a ellos niños y al padre joven, un padre con carácter y seguridad en sí mismo, empático, que daba estrechos abrazos cuando la ocasión lo requería, un padre benéfico, dialogante, al que todos han querido. Gracias a esa forma de contar y al uso de una banda sonora delicada se consigue perfectamente el compromiso del público con la historia que se está relatando. Los personajes no son simples ni planos, evolucionan, y gracias a un sentido común a todos y heredado del padre, los enfrentamientos que existían al principio se suavizan para dar paso, gracias a la comunicación, a una relación fraternal más madura. Para entendernos, la familia, de un tamaño justo para este tipo de saludables operaciones —muy complicadas en caso de aquellas más numerosas—, se somete a una terapia sin profesional de la sicología presente, sus miembros impulsados por la necesidad que todos tienen de llevarse bien y unidos por el recuerdo de un padre al que todos quisieron. Una película sabia.
