Contra la razón
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Antes daba autoridad la sotana negra, hoy la bata blanca. La credibilidad de la Revelación divina rodó por tierra mientras se resistía a entregar el testigo a la ciencia. La Ilustración nos trajo una comprensión nueva de la razón humana, que ahora debe ofrecernos un conocimiento empírico, sistemático, objetivo y de valor universal. Y esto es precisamente lo que nos brindan las ciencias experimentales. Por eso, hoy hay que llevar bata blanca hasta para vender detergente.
Pero, a pesar de ser ampliamente aceptado, el moderno modelo de ciencia tiene unos límites a los que el tiempo ha terminado sacando los colores.
Punto uno. Hemos experimentado avances portentosos y esperanzadores, pero también vimos a la ciencia caer en la lógica del mercado. Se arrodilló ante la carrera armamentística, se fabricó la bomba atómica, el acceso a la educación generó desigualdades, los laboratorios se especializaron en medicamentos para gente que podía pagarlos, la ingeniería genética instrumentalizó al hombre… En efecto, después de Auschwitz se nos cayó la venda de los ojos. El siglo XX incluso nos enseñó que al mundo no le ha ido mejor sin Dios. Es más, muchos heraldos de la muerte de Dios usaron la razón científico-técnica sin escrúpulos y mandaron a sus hermanos a los crematorios nazis o a los campos comunistas de exterminio.
Aquí siempre irrumpe el listo que dice “sí, pero tú cuando te pones malo vas al hospital”. Claro que sí, lumbreras; no voy a ir a Cáritas. Lo que pretendo decir es que la razón científico-técnica necesita también ser purificada de la lógica del mercado, del puro interés a costa del hombre, y dejar de ser la ancilla del poder. O lo que es peor, la tonta útil que además cree saberlo todo. No nos engañemos, hasta el mismo Platón reconocía ese “algo” de demoníaco (daimonico), contradictorio y abismal de la propia razón. La razón se cebó con la religión y no se miró su propia joroba. Pero, ¿cómo ha llegado la razón contemporánea a distanciarse tanto del hombre?
Punto dos. Porque hemos creado un modelo de razón que no es humano. Entiéndame bien, tampoco es que sea divino. Digo que no le hace justicia a la totalidad de la vida humana. Cualquier énfasis emocional, cualquier atisbo de irracionalidad o romanticismo, cualquier manifestación de lo insondable o inconsciente del ser humano, de lo instintivo o intuitivo, de los místico o lo creativo, de lo paradójico o contradictorio, cualquier expresión estética, el pathos y la terribilità, la empatía y las fobias y las decisiones que tomamos a partir de ellas, todo lo pre-voluntario o improvisado, el sentido trágico de la vida… todo, todo esto, sería dragado de la existencia humana por no caer en el campo de lo demostrable, lo sistemático, lo objetivo y lo universal.
Y, sin embargo, ¿cuántas decisiones en la vida las consideramos desde este modelo de razón? ¿Acaso no tomamos decisiones tan trascendentales como dejar un trabajo, enamorarnos o protegernos de alguien a partir de emociones, intuiciones o presagios? ¿Dónde entra la razón en asuntos de semejante trascendencia? Un argumento no contradictorio obligaría a Joaquín Sabina a exiliarse de cualquier país ilustrado si tenemos en cuenta que, según sus propias palabras, es «el rojo con abono en la Maestranza, el rockero que admira al Agujetas, el ateo que espera a la Esperanza de Triana soñando una saeta». ¿No hay sitio ya para el error, la apuesta, el salto en el vacío o las dudas que hacen humana la vida de los hombres? ¿No hay sitio ya para la fe, el riesgo y la incertidumbre? Si no es así, este modelo de razón no sirve para la vida. O digamos que al menos es insuficiente.
Por eso la razón debe reconocer que en la vida hay mucho de no-racional y, sin embargo, también esa parte es plenamente humana. La razón se coronó como la parte fundamental de la existencia y olvidó al espíritu, al cuerpo, al corazón… olvidó partes esenciales sin las cuales no podemos comprendernos ni dar razón de la totalidad de nuestro ser. Las personas intentamos construir nuestra vida de manera racional, pero esta razón que nos enseñaron solo será verdaderamente razonable si también la construimos a partir del vínculo y el afecto, las fobias y los traumas, la fe y la ilusión, las pasiones y las pulsiones. Quizás por eso grandes científicos de todos los tiempos han sido creyentes, teístas o agnósticos, y han reconocido sin ambages que la tarea de la razón consiste básicamente en establecer sus límites y estimar cuánta verdad hay dentro de ellos. Humildad, que hasta la misma verdad es histórica y los paradigmas científicos de ayer ya no valen hoy. Incluso la teoría del Big-Bang –que por cierto la formuló un jesuita belga– hoy es cuestionada, falsada y, quizás mañana, superada como otras tantas.
Cuando damos voz a todas las partes de nuestra vida logramos integrar alma y cuerpo, mente y corazón. En un escenario como ese, la fe podría ayudar a las virtudes propias de la razón práctica depurándolas de sus patologías, tales como la conciencia envolvente, la superindividualización, la fascinación del poder o la concepción de la praxis como razón técnica sujeta al mercado. Del mismo modo, la razón puede y debe ayudar al creyente a superar los fanatismos religiosos que producen violencia y monstruos. Porque debemos reconocer que a la fe tampoco le ha ido mejor sin la razón.
Sotana negra o bata blanca, fe o razón, caridad o justicia, alma o cuerpo, corazón o mente, control o juego… el problema no está en los términos, sino en las oes. Menos oes y más íes. Pensamiento inclusivo, que diría Mandela. Porque aquí hunden sus raíces muchos otros males.
[Dedicado a Elmar Salmann, O.S.B., mi maestro, a quien debo casi todo este artículo]![luis-rebolo](https://www.elpespunte.es/wp-content/uploads/2021/08/luis-rebolo.jpg)
A DIOS ROGANDO
Teólogo, terapeuta y Director General de Grupo Guadalsalus, Medical Saniger y Life Ayuda y Formación.