Yo soy de pueblo, y que siga así

La semana pasada les hablé de las relaciones que podemos tener con los territorios: veraneantes, turistas, rateristas, se me olvidó mencionar a los domingueros. Hoy quiero decirles que yo soy de pueblo, de donde nací, soy extremeño hasta que me muera.
Salí de mi pueblo con 7 años, y siempre están en mi memoria cosas vividas en esa temprana existencia; aunque muchas de esas vivencias se olvidan. Recuerdo jugar al gua (las canicas) en la tierra de la esquina de mi calle empedrada, en la que jugábamos todos los días; a Blas el barbero y el miedo al pelarme en su barbería; una herrería cercana, donde calzaban a las mulas y a los caballos, y al herrero golpeando el yunque con el martillo moldeando las herraduras rojas salidas del fuego; recuerdo a mi familia, a mis numerosos primos y primas, a mi tía Luisa, yo no quería ir a comer a su casa, la que fue de mis abuelos, pues no me concedía ningún miramiento alimenticio de los que tenía mi madre conmigo; el colegio de monjas y el trayecto hasta llegar allí que se hacía andando, y la pedrada en la cabeza que recibí en el patio en el recreo.
Después salí con mi familia a prosperar; mi padre, que era funcionario, tuvo como destino final Sevilla, donde se asentó mi familia, poco antes de mi adolescencia. He seguido sintiéndome orgulloso de mi pueblo y también rival del pueblo vecino, como debe ser. Solo les diré que siempre me sentí serón y he estado en contra de los calabazones. De hecho, en mi infancia no recuerdo haber ido al pueblo rival. Por la televisión, cuando salía mi pueblo, me emocionaba y me daba alegría. Por ejemplo, su equipo de fútbol en la Copa del Rey ha llegado muy alto, más que los vecinos. El hombre (o la mujer ahora) del tiempo resulta que pone el pueblo de al lado en el mapa, lo que nunca he entendido siendo mi pueblo mucho más importante, al menos para mí.
Hace unos pocos años una noticia me dejó patidifuso: resulta que había un impulso político para hacer de mi pueblo y el de los otros un único municipio. Algo se me desgarró por dentro, dirán ustedes ¿y qué le importa si lleva un montón de años fuera y nada va a afectarle? Vale, sí, pero uno tiene su corazoncito. Desde entonces he seguido con interés todas las noticias al respecto.
Un referéndum popular el 20 de febrero de 2022, en el que salió ganadora la fusión, con mayor porcentaje a favor en mi pueblo que en el de al lado. Les juro que no lo entendí, pero me consolé diciendo: serán los nuevos tiempos, será cosa de que mejorará la economía. Empecé a reconciliarme con esa idea, a mi pesar. Seguí pendiente de las noticias, y vino lo de un nuevo nombre. Ahí, disculpen, no pude más, inventaron un nombre nuevo, unos sesudos expertos de tal manera que desaparecía mi pueblo y también el de al lado: Vegas Altas. Sinceramente me vi perdido, no quedaría vestigio de mi pueblo. Imagínense ustedes una fusión de Osuna con Aguadulce y le van a llamar Llanura Entreverá; desaparecen los ursaonenses de un plumazo. ¿De dónde eres? Pues les digo de dónde soy, de Villanueva de la Serena, pero si cambian tendría que decirles: vamos, que ahora es Vegas Altas, pero que yo no soy calabazón, no tengo nada que ver con los de Don Benito. Necesitaría un montón de explicaciones para hacerme entender. Yo hubiera propuesto, y propongo, Villanueva de Don Benito, que sería la realidad de un pueblo nuevo y ambos seguiríamos existiendo. Pero claro, al no ser residente no pude participar en todo esto, solo en mi sufrido y disgustado fuero interno.
No obstante, hay esperanza. Resulta que el proceso está parado, por los calabazones. Yo ahora mismo soy un mar de dudas: si mi pueblo votó a favor y los otros en contra, aunque me disguste, estaré con mi pueblo, eso sí, que le cambien el nombre si llega a buen puerto la fusión y que siga Villanueva de Don Benito, y salgamos en el mapa del tiempo.
Un abrazo para todos los serones y vaya también a los vecinos calabazones.
