Yo estuve allí, en Seúl
Hay veces en los que la vida te pone en la situación histórica correcta. Esos en las que las casualidades ganan a la intuición, a la búsqueda de los momentos trascendentales que unos vigilamos de reojo mientras tiramos para adelante con nuestra vida diaria. Los del momento correcto en lugar acertado, los de las coordenadas equivocadas en el instante erróneo. Los que te permiten decir más adelante aquello del yo estuve allí. Los que marcan las pautas del desarrollo sociológico, político, histórico.
Algo así le ha ocurrido esta misma semana a la concejal de Turismo sevillana. Angie Moreno estaba cenando en un típico restaurante de Seúl. Se pedía, quizás, una cerveza coreana —pues no está mala, pruébala— a la espera de la barbacoa oriunda de la cocina surcoreana. Se fijaba en que su mesa era la única copada por extranjeros, al menos la única que reunía a occidentales, del lugar. Pensaba que habían acertado al reservar en ese preciso restaurante, al margen de los evitables epicentros turísticos.
Era el sitio perfecto para hacer un alto en el camino en la intensa agenda marcada por la misión dictada desde Sevilla, la promoción de Andalucía como destino turístico para los surcoreanos. Para charlar con su homóloga cordobesa y su semejante malagueño sobre la recepción del embajador del sábado, de las curiosas similitudes y diferencias entre la sociedad coreana y el pueblo andaluz, de la visita a la galería de arte —porque a mí me mola bastante eso de la pintura— del día siguiente, de las formas de trabajar de cada uno de los Ayuntamientos. El lugar idóneo para la calmada charla de después de las largas jornadas laborales.
Pero, en esas, estalla el altavoz del móvil, comienzan a llegar WhatsApps de alerta, de enlaces a los URGENTE de los periódicos. Al presidente de los de Corea del Sur se le había pirado. Había declarado la Ley Marcial alegando aquello de salvaguardar la nación ante las “fuerzas comunistas norcoreanas”. Será casualidad, coincidía la amenaza con un presidente cuya esposa se encontraba acusada de corrupción —esto me suena a mí—, con la inestabilidad política impregnada en las instituciones —joder esto también—, con el foco en el fiscal general previa petición de dimisión por parte de la oposición —tú también lo has pensado—.
La cena se servía en la mesa y el país se ponía bocabajo. La llamada del embajador confirmaba la crudeza de la situación, ¿será que se está fraguando un golpe de Estado? Las imágenes de los primeros manifestantes llegando a la sede de la soberanía nacional para protestar ante la arbitraria ley para reprimir libertades. Las del Ejército desplegado repeliéndolos. Las del líder de la oposición colándose en el Parlamento saltando una verja para impulsar una repudia desde las Cortes Generales. Las de la incertidumbre maldita.
Las calles certificaban la seriedad del tema convirtiéndose en un inhabitado yermo. La agenda se iba al garete. Comenzaban seis horas frenéticas para los surcoreanos, preocupantes para la delegación española, cuyos móviles echaban un humo que llenaba las habitaciones de insomnio. Las casas de los surcoreanos se llenarían de maldiciones sobre su clase política, de ataques continuos a un presidente que —sí, también— llegó al poder prometiendo acabar con la corrupción y que, ahora, asediado por ella, pretendía mantenerse en él a ritmo de marchas militares. Eso sí —no todo iban a ser casualidades—, de un presidente que perdió el apoyo de su propio partido ante la degeneración democrática, por lo que acabó por recular en sus intenciones. Un paso atrás para bien de los surcoreanos y de la agenda de los responsables de Turismo andaluces, que se mantuvo intacta a pesar de seis horas de patria perdida. Para bien de los mismos que podrán decir aquello del yo estuve allí.
LARGO DE PENSAR
Montilla, Córdoba. Periodista de los de antes, columnista del ahora. Escribo como tomo un buen vino: saboreando los matices.