Ya veo carpantas volanderos

El Espartero lo dejó dicho: «Más cornadas da el hambre». Y es que sobrevivir con la tripa vacía es cosa seria. En el episodio del queso y los ratones del «Lazarillo de Tormes» la intención no es hacer reír a los lectores (aunque lo hagamos) sino regatear las putadas que le hacían pasar los amos clérigos (vaya ganado) para llevarse algo a la boca. Astucia obligada de Lázaro para sobrevivir entre falacias, estafas y abusos de los mayores terratenientes occidentales que aún siguen sin pagar impuestos.

De niño en Osuna me gustaban las historietas de «Carpanta»  («hambre violenta» según traduce la Real Academia de la Lengua) quizás porque lo identificaba con los menesterosos del entorno y por eso maldecía la sagacidad de los aprovechados que escudriñaban el último pliegue de la naturaleza humana con tal de que no hincara el diente.

Cervantes o Quevedo habrían enriquecido el excepcional relieve literario de «La vida del buscón» o «Rinconete y Cortadillo» con sus habilidades ingeniosas. Historias de  muertos de hambres y holgazanes vividores no subvencionados (tenía su mérito) que subsistían del trampeo y el engaño en una tierra que poco o nada ofrecía.

Menudos eran los amos entonces: Régimen militar, caciques (que ni comer espigas verdes te dejaban) y la cómplice y atrófica para según qué cosas, Institución Católica por los siglos de los siglos. No había más, o vomitabas por Despeñaperros o ahí te quedabas buscándote la vida a salto de matas silvestres dentro del perímetro rural. 

Los pícaros de antes vivian a espaldas de órdenes impuestas, pero mala leche no tenían, solo algo de cinismo granujilla para satisfacer el puro instinto de supervivencia y nada más. Admirable el estoicismo de algunos para aparentar lo que no querían ser, genial el humor surrealista para mofarse de su propia gazuza: «Me comería la plaza de toros llena de papas fritas».

La riqueza y los recursos naturales seguían siendo  patrimonio del poder establecido y se gestionaban en el ámbito oscurantista. Poco importaba más que conservar la vida fastuosa y el aumento del patrimonio artístico. He ahí la génesis del poderoso cada vez más  poderoso y del bajo rango social de los pícaros callejeros que agotaron su vida dando bastonazos por los cabos de barrios.

Algún amable lector me recriminará  por el manido argumento hasta ahora del artículo, mis disculpas tendrá, pero, lo que son las cosas. Por una extraña mutación genética la picaresca del Siglo de Oro se consagra en cierta casta de políticos y despiadados banqueros de este siglo nuestro de la crisis.

Han heredado el gen rufianesco más malvado y apañaos vamos. «A ver qué Carpanta o lazarillo le hace un quiebro a estos que además no son ciegos»: Políticos honrados, solo antes de llegar al poder, mafiosos de la banca que se quedan con tu casa y debes socorrerlos, o representantes de la Iglesia que actuán contrariamente a como manda la Biblia. ¿Qué burlería es ésta? diría Rodriguez Marín.

Ya veo carpantas volanderos y bolsas de pobreza en un pais desarrollado. ¡Lo siento! Admito el pesimismo y quisiera no pensar en la sopa boba de los grajos con sotanas pero no sé cómo hacerlo. Con el delirio recortador de estos amos me preocupa hasta la «Desesperación de Espronceda» ¡Uf…!

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