…Y Cristóbal Gallardo pregonó

Pinturero en el verbo. Saleroso en el gesto. Natural en el adorno. Generoso en el quite de la gratitud. Lírico, ceñido, litúrgico. Clásico, quintaesenciado, calé, estiloso. Gallista y galleando; calvo, divino, en Rafael El Gallo, en Divino Calvo: Cristóbal Gallardo. Con voz de rapsoda viejo, como traída de otro tiempo, de timbre añejo y sorpresivo. Voz rítmica, de cantar de gesta, envolviendo la atardecida silente del Coso del Lejío. Con la boca llena de vivos rozando la muerte gloriosa de los toreros. Con la boca llena de muertos afectivos resucitados en la orilla de los labios. Osuna en los labios. La memoria en el cielo. El mundo condensado y comprimido como un obsequio antiguo de los dioses en la cajita del corazón. Corazón muñidor por delante, de frente, en el pecho y no oculto en el intestino grueso. Más difícil de sacar y exponer. Manteniendo el difícil equilibrio humanista, sabio, entre lo que quisimos ser y lo que hemos podido llegar a ser. Con los pies clavados al núcleo terrestre, la jindama suficiente para no achicharrarse y las miras indagando en el arte como valor supremo que ennoblece y engrandece: telúrico a rabiar, pero con un hambre de espiritualidad que no cabe en el bocadillo inefable del Universo. En trance gutural y de sangre erguida soltó para la tierra y el cielo el pregón de la Feria Taurina de 2012, que llevaba ensayando desde que era un chiquillo en el Granadillo. Exactamente el mismo que había crecido junto a él en el nido visitable, laborables y festivos, que te van confeccionando en el temperamento el tiempo, el miedo y los deseos. Los padres no reconocidos que muy a pesar nuestro nunca nos han abandonado, aunque los pregones siempre van dedicados a las madres que un día nos soñaron pregoneros. Las madres después de parirnos tienen otra misión: volver a alumbrar, a proyectar nuestras pasiones en un pregón. La maternidad es la única proyección de carne y hueso que conozco. Las demás son virtuales y muy sofisticadas.

 

Pregonar es tronar por dentro y no asustarse. Entrelazar temblor, sentimiento y palabras con lazada fina y que no parezca impostado o aspaviento verbal. Como un niño asombrado en medio del silencio expectante del auditorio. El atril es mentira. El micrófono es mentira. Incluso el escenario es mentira. Lo único cierto es el niño asombrado con garganta de hombre sabedor de sus límites que ni siquiera ha escuchado los aplausos de cortesía.

Cristóbal Gallardo se desenvainó su regalo, su pregón, su corazón amante y se sirvió de él para darle un estoconazo a la tarde ensimismada de mayo y Feria, que cayó patas arriba con todos sus avíos de frivolidad y vanidad. Y en los tendidos retumbó el eco de la frase cervantina: Lo que se sabe sentir se sabe decir.

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Francis López Guerrero

Fotografía: José A. Pérez

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