Vuelve, Iván


No se imaginan lo que he dudado sobre si poner o no poner esa coma. Las malditas comas siempre lo cambian todo: llenan de intención los mensajes. Las pausas son las que más transmiten. Y esta no era para menos. Sin la coma, “Vuelve Iván”, hubiese sido un simple mensaje analítico, una información. “Oigan, ¿se han enterado que Iván Espinosa de los Monteros está en el burladero, con el traje de luces a medio poner y el capote en el hombro para salir de nuevo al ruedo?”, diría el titular sin coma. Pero no, este lleva coma, “Vuelve, Iván”. Que quiere decir algo así como: “Venga, Iván, perfílate la barba, termina de ponerte el traje de luces y coge el capote, que no el toro —todavía—.
En fin, esa coma desvela un vocativo, muestra un deseo. Y, tras darle muchas vueltas —más que la línea 6 de metro en la que escribo este artículo da en un día—, he decidido exponerme. Mostrarme. Decirles a ustedes, mis lectores: “Escuchen: que sí, que me gustaría volver a ver a Espinosa de los Monteros en política”. Que estaría bien que el exportavoz de Vox en el Congreso se dejase de calculadoras escuadras y cartabones, o aquellos instrumentos de promotor inmobiliario que por mi ignorancia desconozca, y que volviese a adueñarse del micrófono.
Aunque no. No lo piensen porque no sería cierto. No intuyan que estoy diciendo que Iván debería volver a Vox, ni mucho menos que debería ponerse a las órdenes del vitalicio presidente de la oscura Fundación Disenso. No lo deseo porque, aunque me gustaría ver a alguien con capacidad intelectual y política en la palestra capaz de debatir con serenidad contra los campeones olímpicos de lanzamiento de disco en la categoría de fango avanzado, no me gustaría que ese alguien hiciese caer la balanza hacia ese partido inútil para su país que, además, ahora se encuentra sumido en la mediocridad. Al contrario: lo que quiero ver es cómo los liberales se desprenden de las cargas conservadoras. De los proteccionismos económicos trumpistas y de los neandertales sociales que cargan contra la libertad del individuo. De los orgullos patrios tan osados como ineficaces.
Fui a cubrir un acto al que ibas este miércoles. No me respondiste cuando te pregunté por qué tu expartido se ha lanzado en tromba contra ti, como lo hizo contra los demás que decidieron salir de la secta. Pero en la sala y ante todos dijiste que esto iba de convencer y no de señalar las “trampas” del morador de La Moncloa. Soltaste el verbo ilusionar, ese que ya había olvidado en política. Y sí, llevabas razón, ahí fuera hay miles de jóvenes buscando a alguien que les ilusione, que les diga que las cosas pueden cambiar, que se desmarque de los circos parlamentarios, que defienda ideas que están en el alero político.
No lo digo por mí, créeme. Aparte de que estoy curado de espanto y tengo claro que confiar en un político es como volver con la ex tóxica —todo son decepciones—, mi condición profesional no me lo permite. Pero hay por ahí gente que sueña despierta, hay personas al otro lado del burladero a los que le da exactamente igual con quien se acueste la gente, con quien se casen. Los que se desmarcan de la “fachosfera” y de lo progre o lo “woke”. Los incapaces de tragar con la casposidad o la modernidad intolerante y canceladora, con las medias tintas o la polarización. Los que quieren poner el telediario sin ser invadidos por la vergüenza ajena, los que están hasta la bola de que se les tome por disminuidos mentales. Los que quieren dar la batalla de las ideas desde el respeto y una mente abierta, pensante, tolerante.
No lo dudes, Iván, ponte la Montera, torea, coge al toro por los cuernos.
LARGO DE PENSAR
Montilla, Córdoba. Periodista de los de antes, columnista del ahora. Escribo como tomo un buen vino: saboreando los matices.