Vida de estudiante (8)

La asignatura de Educación Física, hablo de los chicos ─las chicas tenían su profesora─, venía siendo impartida por hombres mayores y serios que se limitaban a dar un balón a los alumnos para jugar al fútbol mientras ellos leían el periódico. Hasta la llegada de Juan Jaldón. Juan era licenciado por la INEF (Instituto Nacional de Educación Física), quizá el primero que hubo en el pueblo, y tenía entre las hazañas de su increíble vitalidad una vuelta a España en Vespa, algo que a nosotros nos parecía una proeza. Joven, atlético y de buen humor, revolucionó la signatura. Consiguió que se habilitase un aula como gimnasio en la planta baja y se abriese una puerta desde ella al campo de deporte, ese espacio rectangular situado al norte del edificio. A los aparatos habituales, extendidos por toda la geografía nacional ─potro, caballo y plinto─, incorporó un minitramp, pequeña cama elástica con la que volaban los más atrevidos. Consiguió, incluso, la instalación de unas duchas.
Todo fue bien hasta que nos duchamos por primera vez. No había agua caliente. Algunos nos quejamos. Juan, siempre positivo, nos animó a esperar, pues era una cuestión que se estaba resolviendo: era necesario comprar el termo, avisar al fontanero y esperar que lo instalase. En fin, una eternidad. Aquellos eran tiempos ─curso 76/77─ en los que se había levantado un aire de libertad completamente nuevo para la mayoría y nosotros estábamos animados también por él. La palabra huelga no figuraba en nuestro vocabulario, pero alguien supo pronunciarla y todos hicimos piña. En previsión de lo que pudiera pasar, buscamos más argumentos. Finalmente, nuestras reivindicaciones fueron tres: instalación de agua caliente en las duchas, compra de cepillos y recogedores nuevos para las limpiadoras y reparación del sistema de calefacción, pues los radiadores estaban de adorno. Hubo una asamblea. Los más decididos a hablar en público, y más proclives al manejo de los demás, convencieron al resto de la necesidad de una huelga y de un encierro en el salón de actos hasta que se consiguieran las mejoras reclamadas. Elegidos nuestros representantes, hablaron con el director y la huelga y el encierro comenzaron. Las movilizaciones, más bien sedentarias, duraron más de dos meses. Algunos padres prohibieron a sus hijos pernoctar en el salón de actos y el director pidió a las alumnas un permiso paterno para hacerlo. Resultado: las compañeras de Osuna no dormían allí pero sí algunas de los pueblos más combativos, como Marinaleda, Los Corrales, Martín de la Jara, El Saucejo, Pedrera o Casariche. El salón de actos se llenó de sacos de dormir, mantas y colchones de gomaespuma. Se pintaron e instalaron pancartas. Aquellos meses fueron los más entretenidos de nuestra vida de bachilleres. Se formaron comités. Recuerdo los de limpieza, ajedrez y busca de provisiones. Adultos partidarios de los cambios que se insinuaban en el pueblo y el país acudían a proveernos de tabaco y comida, algo que hacían por las ventanas y con la consigna de “¡Resistid, compañeros!”. Uno de ellos nos llevó un jamón, que subimos con una cuerda que alguien encontró por ahí. La cosa funcionaba. Algunos empezamos a aburrirnos y formamos un grupo de rock con el que atormentamos los oídos de los vecinos de las calles Luis de Molina, Nueva y Alpechín. Las huelgas se extendieron por la comarca. Llegaron antidisturbios. Por la Carrera hubo manifestaciones y manifestantes que corrían para huir de las balas de goma. Era todo muy emocionante. La Guardia Civil subió al instituto para desalojarnos y Carlos Álvarez-Nóvoa y Linos Fidalgo acudieron a hablar con ellos. Nosotros contemplábamos la escena desde la ventana del salón de actos que mira a la Colegiata y asistimos a un forcejeo entre ellos y los guardias, que a punto estuvieron de llevárselos detenidos. Nos sentíamos vivos, dispuestos a lo que fuera.
Al final, puedo asegurarlo, no sé cómo terminó todo. La cosa se complicó de tal manera que no recuerdo si conseguimos el arreglo de las duchas, ya nadie se acordaba de ellas. Imaginen cómo fueron los años inmediatamente posteriores a la muerte de Franco, los de nuestra adolescencia: todo estaba en crisis, en proceso de cambio, hasta nosotros mismos.
(Continuará).
Fotografía contenida en la web del Excmo. Ayuntamiento de Osuna (osuna.es).
Víctor Espuny