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Vicente Aleixandre, el silencio celebrante

Vicente Aleixandre, el silencio celebrante

No es igual estar silenciado que vivir la plenitud del silencio. Lo primero produce poesía social, lo segundo origina lírica universal. Conjugó con armonía y unidad exilio, hogar y silencio. Llevó en silencio su particular destierro, su homosexualidad y su magisterio. Hizo del silencio su rebelión, en un país tradicionalmente charlatán y aspaventoso, que confunde vozarrón con elocuencia y revolución con ataque.

Era natural de Sevilla, pero instaló su domicilio poético en Málaga, su Ciudad del Paraíso, es decir, la infancia, que es el único edén creíble. A este sacerdote del exilio interior le concedieron en 1977 el Premio Nobel, pero no pudo ir a Estocolmo a recibirlo por enfermedad. Hasta tal punto caminaba a diario por el sendero de la ajenidad y estaba exiliado en sus adentros que hubo quien pensó que el prestigioso galardón se lo habían dado al actor Manuel Alexandre. Vicente Aleixandre era un perfecto desconocido. Su discreción era como la de una hoja de otoño caída en el suelo que, por otra parte, es uno de los mejores versos que escribe durante el año la naturaleza.

Se le escuchó decir sin ánimo de escandalizar que su grupo del 27 no fue la generación de la amistad, sino “un círculo de intereses”. Romper un titular grandilocuente y establecido y esbozar una sonrisa de serenidad tiene una gran profundidad moral. Nadie como él estaba autorizado para sentenciar de esa manera, puesto que ejerció la amistad como un ministerio sagrado. En sus pupilas brillaban como dos luceros de angustia las tragedias civiles de sus amigos Lorca y Miguel Hernández. Nuestras guerras, las de todos, brillarán como astros tristes en el firmamento de la mirada, porque las guerras después de acabar duran siempre. Duran siempre después de las bombas y de la violencia, lo que sucede es que ya no priman en los informativos: desterrados, refugiados, mutilados, aniquilados, huérfanos. Es probable que después de Auschwitz y del horror nazi la poesía se volviera un misterio imposible e inútil, pero seguirán siendo necesarios los poetas como Aleixandre, que después de la Guerra Civil se atrevió a proclamar que “poesía es comunicación”, mientras se abría su camino de paz y sosiego macheteando en la selva del odio. Los poetas hacen y deshacen lo que les viene dado como les da la gana.

Vicente Aleixandre huyó del rencor y de las facciones, se fue a sus versos y apostó con generosidad por la vida cerca de él. En las fotos aparece sentado en un sillón, frágil y fuerte, como un sabio legendario con corbata. Tibio y amante, como un sol de atardecida. En su casa de la calle Velintonia en Madrid montó una feria del agasajo y la hospitalidad en una España huraña y rota. Fue un influencer íntimo, de sala de estar  y perrito a los pies. Una foto de Aleixandre es uno de los poemas visuales más conmovedores de nuestra Historia, porque eleva a categoría algo que estamos perdiendo: la ternura.

Francis López Guerrero

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