Vergüenza ajena
Ya pasó el Día de Andalucia. Y un año más mi vecino, andaluz como yo, no ha desaprovechado la ocasión para sacar del armario una bandera andaluza. Puntual y feliz acudió, con la enseña verde y blanca cubriéndole la espalda, a un evento organizado para la causa.
Su pasión por la misma le viene desde que el uso de la razón se apoderó de él en un pueblo de la vega del Guadalquivir. No faltó la reflexión para recordar las pelusillas que en otros tiempos suscitaba la convivencia en Cataluña.
De entre las virtudes del pueblo catalán siempre admiré el compromiso de las gente para defender unidos y orgullosos el lugar donde vieron la vida, para ensalzar los valores de cualquier rincón de su tierra, su historia y, sobre todo, el respeto por los símbolos que les representan. Era cuando el nacionalismo rabioso aún se encontraba bajo siete llaves.
Nada es igual en la actualidad. La aventura a Ítaca ha desnortado los sentimientos hacia la senyera, ahora es un instrumento rentable para los políticos con el único fin de tapar los tejes y manejes corruptos.
Para uno que tiene sentimientos empadronados, le duele que gran parte de la sociedad catalana caiga en el esperpento de olvidar las tradiciones de paisanajes y confie en la ideología de políticos antipatriotas, políticos que elegimos para solucionar problemas y necesidades básicas con los pies firmes en el suelo.
La tristeza se apoderará de ellos como se apodera del gato en la séptima vida. De mí, la vergüenza ajena ¡Meins banderas y més «cullons»!
Y digo yo: ¿Por qué sufrir cuando son otros los que hacen el ridículo? ¿Qué importa si Juan y Medio rebusca en Canal Sur las miserias de los mayores más ignorantes, o que un cordobés en tanga se suba a un púlpito a sermonear la lectura del Evangelio? Pues no, no es así. Es el precio de tener el corazón compartido.
Ocurre que los idiotas no los escoge uno. De ahí que no sea aconsejable escupir hacia arriba. Cuando menos te lo esperas adquiere protagonismo un capullo del arriate socialista (es el caso) y te hace que la existencia sea menos llevadera. Enarbolar la bandera andaluza, como si un «abertzale» fuera, en el Congreso de los Diputados es de chiste que se culmina con las risotadas y aplausos de la bancada.
Todo sea por continuar dejando caer la fina lluvia cautiva hasta calar de falso amor por la bandera a pánfilos subsidiados, o empapar de ego a tragaollas de un partido que olvidaron que el buen uso de la misma era el ideal de Blas Infante.
Ahí no se va a hacer el payaso. La elevada tasa de paro o la marcha de los jóvenes al extranjero no es un número circense, ni esa bandera se usa como parapeto para lo que no se quiere oír. Es una infamia encubrir con la bandera los parámetros actuales de corrupción: Eres, Formaciones inexistentes, el camelo del Per… No, esa no es la bandera de ladrones, ni de pederastas o cretinos que nunca han hecho nada por nadie y viven impermeables ante cualquier tragedia de la vida.
Esa es la bandera de andaluces universales de cualquier ámbito que vivieron para Andalucia y no para vivir de ella, de trabajadores y personas excelentes que besan sin remilgos o donan sangre para alimentar vidas. Es la bandera de los que cogimos el tren de ninguna clase y seguimos mirándola con el rabillo del ojo.
Más respeto por mi vecino y por los que sentimos la emoción humana de la vergüenza ajena, que una bandera límpia no se ondea con las manos sucias, ni representa a políticos que, posíblemente, hasta se limpian el culo con ella en la intimidad.
¡Ah! ¡Más cojones mi arma!
Antonio Moreno Pérez
A PIE DE CALLE
Pertenezco al envio franquista de ursaonenses a Cataluña en 1973. Aquí sigo enamorado del ayer…, de las aceitunas gordales, los majoletos de las Viñas y del Flamenco que se canta con faltas de ortografía. Aquí estoy para contarlo con escritura autodidacta. ¡Ah, y del Betis!