Veo y oigo

 

Queridos ursaonenses:

Desde un chiringuito playero veo y oigo un barullo de ciudadanos de color que defienden a pedradas un punto de venta sin control. Ellos vencieron a los oleajes de la muerte, y el miedo ya no forma parte de sus vidas. En un arrebato colectivo deciden cortar la frágil relación con el cuerpo policial que cumple ordenanzas municipales: se prohíbe la venta ambulante de productos en la calle, ni que sea en la playa.

No se avienen. El nerviosismo va in crescendo y cada segundo que pasa se esfuma la posibilidad de un gesto amable. Hablan las porras. Urge aplicar impuestos a los que en su día apretaron sus miserias en 5 ó 6 metros de eslora en busca del paraíso… ¿Qué paraíso?

Ahí los dejo, me voy.

En el interior de un autobús veo y oigo a un hombre que hace callar al resto de personas que le rodean, que arremete contra otra que expone una opinión contraria: «Si en España no existieran todavía situaciones propias del siglo XIX, Sánchez Gordillo no tendría razón de ser».

El insulto le sale por la boca. Él no considera al “bandolero de Marinaleda” un efecto salido de la banda de atracadores actuales: PP-PSOE-IU-UGT-CCOO… La sustancia biliosa se apodera del interior de esta persona y sus labios no pueden hacer nada por evitar el agravio gratuito.

Me bajo, no sea que la ira de este desbocado explote y me salpique de microbios biliares.

Abro el periódico y veo la foto de un hombre del que se espera una respuesta por dos niños desaparecidos. Ningún interés por responder. El corazón duro y frío como el mármol no parece haber sentido ni tan siquiera un leve pellizco por la desaparición de las criaturas, el aura de frialdad que le envuelve asusta.

En pocos segundos leo que nada nuevo hay en el horizonte, hay que continuar escarbando. En realidad nunca le interesó la sonrisa de estos chiquillos. Tampoco le interesa lo más mínimo la angustia de aquellos que mueren en vida llorando la ausencia de los niños inocentes.

¿Cómo es posible una atrocidad semejante?

Veo y oigo en Tele5 a un representante episcopal que ofrece a la humanidad algunas claves que nos pueden ayudar a encontrar la felicidad. Me gustaría creer que todo lo que dice procede de experiencias propias, tengo mis dudas, más bien se mea y dice que llueve.

A la misma hora, en otro canal, veo y oigo a futuras madres enrabietadas por no poder decidir sobre el fruto de su vientre. «El concepto de malformación no justifica un aborto”. No lo dice un fanático talibán, sino un «Ministro demócrata» que nació por ese concepto y vive del poder que le damos.

Limitar el aborto de niños que requerirán un trato especial y recortar la sanidad y dependencia al mismo tiempo es una incongruencia y una putada. Niños que vendrán entre lágrimas y entre lágrimas seguirán. Un llanto en cada caricia, un lamento por cada latido de su corazón doliente…, niños sin columpios, infancia y al amparo siempre de almas rotas abonadas a las súplicas.

He aquí una triste cuenta más del rosario de la desigualdad que tanto rédito sacan.

Apago la televisión, no quiero hacerme mala sangre.

Veo que las puertas de la esperanza se cierran ante nuestras narices y los derechos sociales caen en picado. Como la bolsa, la bandera, y hasta El Rey se cae. Oigo que debemos a los Mercados lo que no está escrito, y que caemos en la desmoralización y el abatimiento; ni los éxitos deportivos consuelan.

Y a todo esto seguimos con la misma respuesta de la holigan harta de comer: ¡que se jodan! Tres palabras y dos signos de admiración que desde la bancada de gaviotas siguen aplicando a rajatabla: ¡Claro que sí! Que se jodan los parados, qué cojones, y los emigrantes, pensionistas, dependientes… ¿Qué es eso del «Estado del Bienestar»?

Y veo y oigo que el otoño vendrá con frío, este año más que nunca. O eso me temo.

Me voy a dormir. Por unas horas dejaré de ver y oír, no soluciono los efectos devastadores de la crisis, pero soñaré que otro mundo menos jodido es posible.

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