Usted depende de ese señor
Salvo el zorete de Omar Montes, que ha preferido hacerse el tonto graciosete y que ya demostró el nivelito con su atentado contra las sevillanas, y nuestro gobierno en bloque, que han optado por hacerse los locos y guardar ese silencio cómplice que solo produce el despropósito, la cobardía y la más absoluta desvergüenza, toda España y el mundo, incluido los medios internacionales, están al tanto y hablan del lamentable vodevil que ocurrió en la mañana del jueves, una de las más oscuras y surrealistas de la historia de nuestra amenazada y resistente democracia.
Digo lo de resistente porque es para plantearse que algo muy bien debimos de hacer los españoles en el pasado para que este sistema aguante las embestidas y las puñaladas traperas a las que se le están sometiendo. Y digo lo de amenazada porque con cada entrega de esta ficción hecha realidad, con cada línea roja fulminada, uno se pregunta hasta qué punto podrá estirarse esta broma que solo tiene un inicio y un final; las ansias de poder de un amoral.
Breve resumen tanto para los veraneantes que no se han enterado bien de qué va la vaina y para esos listillos que quieren pasar por alto lo que han consentido bajo su mandato: Un prófugo de la Justicia que huyó hace siete años, sobre el que recae una orden de detención, y que hoy es el que sostiene con sus siete votos a un presidente que juró y perjuró que lo traería a España para que rendiera cuentas ante la Justicia, se paseó tranquilamente por Barcelona y dio un mitin de ocho minutos televisado en un escenario montado en el Arco del Triunfo. Tras su speech, Puigdemont, se fue del brazo de su abogado, Gonzalo Boyé, y huyó, o más bien, para ser exactos, se le dejó escapar.
Aún en estos momentos, los que se reunieron hace una semana con él en Suiza, nos quieren hacer creer que toda esta tragicomedia no estaba pactada, que el hombre del flequillo hizo un número a los David Copperfield y burló al Estado con la facilidad con la que Mbappé sortearía a una defensa de tercera división angoleña. Entre el ridículo y el aceptar la connivencia, que son los dos únicos caminos que hay, han decidido tirar por el camino de vilipendiar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Tras haber pagado el peaje del esperpéntico show de Puigdemont para investir a Salvador Illa y después de que éste se meara en la cara del Estado español mientras el Ejecutivo le sujetaba la chorra, ayer, un día después, con toda la calma del mundo, Félix Bolaños cargaba las culpas sobre los Mossos de Escuadra, obviando que la orden de detención permitía a los agentes de cualquier otro cuerpo detener al prófugo y eludiendo que la competencia en materia de fronteras, por las que supuestamente, todo se andará, ha salido el huido dirección Waterloo, son del ministerio del Interior. De Marlaska, hasta el momento, nadie tiene noticias.
Bolaños, con su teatrillo indecente, le pasó la patata caliente a los Mossos, que terminaron de redondear la comedia con un relato de los hechos que hace las delicias de Torrente. Que no lo detuvieron por una ‘fase semafórica’, que se puso en rojo PSOE el farol y que tuvieron que frenar. Que la Operación Jaula tenía los barrotes entreabiertos. Más claro aún fue el Conseller de Interior de la Generalitat, que abiertamente dijo que lo que le parecía anómalo era que no se le hubiera aplicado la amnistía a Puigdemont y que se le tuviera que detener.
Pues miren, aun con todo y con eso, el Gobierno de nuestra nación está empeñado en decirnos que ellos no tienen nada que ver, que no es tan grave en verdad que un sujeto como este se choteé de esta manera del país y del Estado de Derecho, que lo realmente importante es que Salvador Illa es presidente, que barato les parece vender la caja común y la igualdad de los ciudadanos ante la ley.
Ante este disparate de dimensiones cósmicas, me parece acojonante que haya quien esté dando por bueno que nuestro presidente del Gobierno, que no sabemos si está en bañador planeando con su mujer alguna nueva cátedra o al teléfono con Hacienda para solventar lo de su hermano, no dé ni una mísera explicación.
Este es el juego de Sánchez, el insulto a la inteligencia de un pueblo, el culto a la desmemoria, el truco de que la saturación de escándalos acaba convirtiendo lo inexplicable y lo anómalo en algo homologable y que solo es criticado por ese monstruo caricaturizado de la ultraderecha.
Ahora el no va más de la opinión sincronizada, el último grito del coro sanchista, es justificar el sinsentido de esta semana repitiendo como papagayos que el procés ha muerto, desviviéndose por dar por amortizada la figura de Puigdemont, asegurando que es un payaso, un ridículo, un meme al que nadie le echa cuenta. Y claro, esta escuadra de apesebrados que ha vendido su alma y su credibilidad a un narcisista, dicen que el independentismo ha muerto a manos del amado líder.
La realidad, la cruda y sencilla realidad, es que el procés no ha muerto, buena prueba de ello es ver a Marta Ròvira congratularse tras sus pactos de que siguen dando pasos hacia la independencia, el procés lo que ha hecho es mutar e insertarse dentro de un Partido Socialista secuestrado por un desahogado que les ha dado los indultos, que ha reformado el Código Penal, que ha condonado la deuda, que ha tragado con la financiación singular y que los ha sentado a redactar una amnistía. No, canallas y chupópteros, el procés no ha muerto, el procés está rearmándose, comiendo mientras un irresponsable que necesita sus votos para mantenerse en la poltrona les hace avioncitos con la cuchara y les limpia el culo con un papel higiénico que pagamos todos.
La realidad es que podrán inventar todos los relatos posibles, dar vueltas de campanas dialécticas como la admirada Simone Biles y alimentar el cuento de que viene el lobo, pero la verdad, la que no está sujeta a visiones, gustos o ideologías, es que el señor que dejaron que nos burreara a todos, ese al que ahora quieren dibujarnos como un pobre hombre en busca de atención, pirado, indefenso y desvalido, en un meme, es el pilar sobre el que se sustenta la continuidad de Pedro Sánchez en La Moncloa. Podrán ponerse estupendos y grandilocuentes, invocar la pantomima de un progresismo que no es tal y mentir de mil maneras distintas, pero eso es lo que hay: los siete votos del catalán del flequillo son los que sostienen a un ególatra que prefiere poner a su partido y a su país en ridículo antes que convocar elecciones y marcharse de una santa vez a su casa.
Miren, hay que cambiar la estrategia ya y empezar a ir a la lógica más elemental. Apuntar en un papelito todos los desmanes y espetárselos a la cara como hizo Fernando Garea día tras día. Hay que dejarlo en evidencia a él y a toda esa prensa que se ha olvidado de su profesión y le hace el juego. Tiene que dar explicaciones, rendir cuentas, hay que hacer que se caiga la venda de los ojos de todos los estafados que aún siguen creyendo que no hay alternativa a esta rueda de mentiras, silencios y absurdos.
Lo del otro día yo no solo me lo tomé como una afrenta al Estado, como una meada en la boca de todos los españoles, lo del Arco del Triunfo, bien mirado, quiero creer que es la extrema representación del fracaso de un proyecto, el final de una etapa, la gran señal de que esto es lo que se está consiguiendo y consintiendo. Ni queriendo se puede ejemplificar mejor el naufragio de un liderazgo de alguien que no tiene un proyecto de país, de un hombre que va a la deriva, arrastrándose y arrastrándonos a los deseos de unos vándalos cuyo único objetivo es desestabilizar el país. Con la mano en el corazón les digo que pienso que el show de Puigdemont es el pistoletazo de salida del colofón, el tortazo de realidad en la cara de los más escéptico que, tarde o temprano, se tendrán que caer del guindo del sanchismo.
Porque es ahí en lo que nuestra inepta oposición debe de trabajar si de verdad quiere que esto cambie, en que esa mayoría de socialistas aterrados con que vuelva esa época oscura que Sánchez les pregona, entiendan que es él mismo el que nos está abocando a un abismo del que nos arrepentiremos. No concibo, de verdad, que la grotesca performance y sus consecuencias no hayan sido la gota rebosando en el vaso de la paciencia socialista.
Quiero creerlo, quiero creer que este clamar en el desierto sirve de algo, que esta lucha entre la falsedad y la verdad, entre la realidad y la parodia, llegará a buen puerto. No vamos a parar porque no vamos a consentir que los delirios de un solo sujeto destruyan lo que tanto les costó construir a nuestros mayores.
Seguimos en la brecha, hasta que todo esto acabe y haya que jurar que ocurrió, hasta que este dislate se convierta en un mal sueño al que nunca queramos volver.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.