¿Ursaonensa?

Vaya por delante mi apoyo a la causa feminista, una lucha necesaria. Gracias a ella, al empeño de personas valientes desde el siglo XIX, en muchos países occidentales la mujer ya no está considerada una persona de menor capacidad, ni con menos derechos. Ella ocupa hoy en la actividad pública los mismos puestos que pueda ocupar él y desempeña la labor con la misma eficiencia, responsabilidad y constancia. Esta realidad constituye un triunfo incontestable de la inteligencia: hasta la plena integración de la mujer, el potencial intelectual del cincuenta por ciento de la sociedad había sido desaprovechado. Sin embargo, existen países donde la mujer sigue estando bajo la tutela del hombre, se la trata como a un menor de edad, tiene las libertades limitadas. En esos países la revolución feminista aún no se ha producido o está en marcha, como vemos en Irán y Afganistán. Es un movimiento con futuro. También sigue teniendo futuro la lucha por erradicar la explotación infantil, presente aún en muchas zonas del planeta. Sobre este particular, llama la atención que hasta 1873 —durante la Primera República— no se reglamentara en España el trabajo de los menores de dieciséis años y aún en 1900 hubo que prohibir por ley el trabajo de los menores de diez: la situación de la infancia en nuestro país era una copia mejorada de la sufrida por los niños ingleses durante la Revolución Industrial, para los cuales llegaron a instalarse en las fábricas máquinas a medida. Estos avances, al menos legislativos, desaparecieron en un periodo histórico bien distinto, los años cuarenta del siglo XX. Entonces se permitió que muchos niños abandonaran la escuela para empezar a trabajar con siete u ocho añitos, cuando sus fuerzas lo permitían, y fueran durante toda su vida personas faltas de instrucción. Los mayores que vivieron esa época, hoy nonagenarios, saben que no miento. Ahora el problema se ha trasladado a otros países. Los peritos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estiman que en la actualidad hay 160 millones de niños —sí, ha leído bien— trabajando en la industria textil de países donde los derechos humanos son desconocidos; esos niños trabajan doce horas diarias para satisfacer la demanda occidental, y lo hacen por un sueldo mísero.

La situación de la mujer en España ha sufrido vaivenes parecidos. Durante la Segunda República alcanzó libertades nunca vistas que fueron mermadas de manera drástica durante la dictadura de Franco. Solo a partir de 1975 comenzó a recuperar los derechos perdidos. Todo esto demuestra que no hay avance tan sólido que sea eterno: siempre hay que seguir luchando para conservar lo logrado. La pelea por estas nobles causas hace tiempo que llegó al lenguaje —el vínculo que nos unes a todos— y lo ha hecho de forma llamativa.

Últimamente hemos asistido al nacimiento del gentilicio «ursaonensa». Se leía en un cartel que convocaba a un acto cultural. En él se hablaba de «sociedad ursaonensa». Me imagino que el cartel fue diseñado por alguien preocupado por la visibilidad de la mujer y, en general, el género femenino, pero lo hizo transgrediendo normas lingüísticas de uso común y existencia necesaria: el lenguaje es una construcción compartida por todos. Si tenemos a nuestra disposición el gentilicio genérico ursaonense, crear ursaonensa, y por tanto ursaonenso, parece, simplemente, un dislate, una ocurrencia que viene a contradecir una de las leyes universales del lenguaje: la economía. ¿Se imaginan? Podríamos ver la creación en cascada de este tipo de desdoblamientos y asistir al nacimiento de matritensa / matritenso, hispalensa / hispalenso, ostipensa / ostipenso, etc. Los más aferrados a la idea de que en la causa de la visualización de la mujer todo vale pueden argüir que en los casos de Madrid, Sevilla y Estepa existen gentilicios desdoblados —madrileño / madrileña, sevillano / sevillana, estepeño / estepeña— y en el de Osuna no. Esto no es así. En los diccionarios de gentilicios españoles, y en el habla de la calle, existe el gentilicio osunero / osunera, de clara raigambre popular aunque con cierto tono vulgar. En cualquier caso, estamos en el mismo caso de las poblaciones citadas: tenemos a nuestra disposición gentilicios cultos, como matritense (<MATRITUM), hispalense (<HISPALENSIS), ostipense (<OSTIPPO) y ursaonense (<URSAO), y populares, como madrileño / madrileña, sevillano / sevillana, estepeño / estepeña y osunero / osunera, resultados de la evolución histórica de los topónimos antiguos. Poseemos también el gentilicio popular osunense, empleado por Fray Fernando de Valdivia en su obra Vida de San Arcadio osunense (1711), del cual se formó el término osunés. A todo lo dicho habría que añadir las formas ursaonés y ursaonesa, de uso creciente, y el gentilicio popular alcaraván, empleado sobre todo por los habitantes de los pueblos cercanos. Este entraría en el grupo de los gentilicios de intención burlesca, como gato (madrileño), cuco (lantejolense), boquerón (malagueño), legañoso (almeriense), pancipelao (montellanero), panciverde (aguadulceño), panadero (hienipense), melojero (almadenense), piñonero (benacazonero), fuellador (guadalcanalense), moñiguero (palaciego), ahumado (pedrereño), marucho (sannicolacense) y otros muchos. En el caso de Osuna, ursonensa y ursonenso serían dos formas que añadir a todos los gentilicios que ya posee, lo que la llevaría a ser una de las poblaciones españolas con mayor número de ellos por falta de fijación, un honor dudoso. Si queremos dejar clara la marca de femenino podemos usar osunera o, mejor —más eufónica—, ursaonesa,  forma ya existente, sancionada por el uso y perteneciente a un registro más elevado culturalmente. El diccionario de la Real Academia de la Lengua, por si interesa el dato, a día de hoy solo incluye el gentilicio ursaonense.

Ocurrencias gramaticales como ursaonenso / ursaonensa lo único que consiguen es menoscabar, ridiculizar en algunos casos, las luchas y reivindicaciones que las han engendrado. Si quiero enunciar, comunicar algo, cualquier mensaje, del tipo que sea —sobre todo si es importante—, uso el lenguaje de la manera más eficiente posible, que no es otra que alcanzar el máximo de entendimiento. Así se me comprenderá mejor. Además, este tipo de innovaciones lingüísticas artificiales, algunas «por decreto», transmitidas por consignas —como el uso de las formas desdobladas compañeros / compañeras, todos / todas, etc.—, crean polémicas y desvían la atención hacia la forma del mensaje en detrimento del fondo, de la idea que se quiere transmitir. Así, en vez de observar la luna nos quedamos mirando embobados el dedo que la señala, como si no hubiéramos entendido nada. De todas formas, y para alivio de los usuarios de estas formas desdobladas, el idioma es como un ser vivo, está en evolución. Continuamente asistimos al nacimiento y la desaparición de palabras y construcciones. Es un proceso validado por el uso y por la existencia de unas leyes invisibles que escapan a  la voluntad humana. De poco sirve que se censure el empleo de un término o una construcción. Solo el tiempo dirá si se convierte en un uso aceptado por los hablantes de la calle, los que de verdad impulsan o condenan el uso de una palabra.

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Vista parcial de Osuna (sevillasecreta.co).

Víctor Espuny.

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