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“Uno de nosotros”

“Uno de nosotros”

Siempre he destacado entre las muchas virtudes de los maestros su capacidad para conseguir que unas palabras resuenen durante años en la cabeza de un muchacho. Mi libro de Religión de Primero de Secundaria presentaba a modo de introducción un hermoso texto firmado por Maurice Poix titulado “Una persona extraordinaria”. En él, hacía una descripción de Jesús desde el punto de vista exclusivamente humano. “Este retrato es rigurosamente histórico. Este Hombre es auténtico. Se llama Jesús”. Éstas eran las palabras con las que el autor recalcaba que Jesús era Dios, pero al mismo tiempo un Hombre Verdadero, una persona, “uno de nosotros”, como cantaba Joan Osborne.

Yo nací en las entrañas de la Semana Santa. Crecí conociendo el peso de la Cruz a través de la trasera izquierda de Nuestro Padre Jesús. Me convertí en un hombre bajo la mirada “Rica en Misericordia” del Cristo de los estudiantes. Me puse mi primer traje en un Pregón de la Colegiata. Me enamoré de la Primavera entre pasos de palio y la Banda de música. Amé durante años una Semana Santa hermosa, llena de arte y la religiosidad popular. Como una gran exaltación a la belleza del Sacrificio que el Padre Bueno hizo para recuperar a sus hijos perdidos.

Yo hablaba de dolor, hablaba de sacrificios y de salvación, Yo leía el gran poema que era la Semana Santa y lo leía como quien lee por primera vez una poesía, quedando ensimismado en la belleza de la rima, desconocedor de toda la complejidad que los versos pueden albergar.

Un día, vi el rostro de una mujer que recién había perdido a su hijo. La misma caída de cabeza, la misma mirada, las mismas lágrimas… Sentí en mi corazón que verdaderamente había visto a la Virgen de los Dolores. No era Viernes Santo, ni había templos ni marchas, pero lo que la Virgen representa aquella madre lo guardaba. Y me di cuenta de que aquel poema, que cantaba una historia de salvación tan elevada, era tan cierto como el día a día y reflejaba la vida cotidiana.

Y desde entonces, mi mirada se hizo más profunda. Al mirar una imagen, además de ver a Dios, veo al Hijo del Hombre y a todos los hombres y mujeres que son parte del corazón de Cristo y de su Bendita Madre. Hasta esta noche la Semana Santa ha sido una oda al carácter humano de Dios, un Dios que no es etéreo. Un Dios que es pan y vino, que es Sangre y Cuerpo. Un Dios humano que nos enseña que cada vez que hacemos el bien a nuestro hermano es a Él a quien se lo hacemos.

La Semana Santa no tiene como objetivo aumentar el turismo, que está muy bien, ni hacer disfrutar a la gente, que también lo está. Su objeto es evangelizar, ayudarnos a comprender el misterio del Señor a través de la representación de su martirio. Facilitarnos la tarea de detectar el dolor ajeno y colocarnos las almohadillas para aliviarlo, acompañarlo y entenderlo. Si conseguimos que el mundo descubra las penas, los dolores o las terribles injusticias de este mundo al mirar a la cara a cualquiera de nuestros titulares… Si conseguimos que una persona piense en la cruz de su hermano cuando ve la subida de Jesús un Viernes Santo, entonces los cofrades habremos hecho bien nuestro trabajo.

Ya acaba el Sábado Santo. Pronta está la hora en que el miedo y el dolor serán extintos. La vida vencerá, mas no sin nuestra ayuda. Nuestro amor retirará la piedra del sepulcro. Nuestro abrazo hará latir de nuevo el corazón del Señor. Nuestras buenas obras le dirán, como a Lázaro, “Levántate y anda”. Por ello, me gustaría terminar estas líneas con estos versos que hace mucho tiempo compartí en el recogimiento del convento de las Madres Carmelitas.

Cofrades:

Os exhorto a unir nuestras manos
para que solo seamos un cuerpo.
Os exhorto a unir nuestros oídos
para escuchar juntos la voz necesitada.
Os exhorto a unir nuestros pasos
hacia la solidaridad y el trabajo en equipo.
Os exhorto a recordar
que Él lo es Todo y nosotros, nada.

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Seamos un mismo corazón,
un mismo dolor,
una sola sangre
que se derrame por Su Amor.

Porque es de obligado que esta historia
tenga el final de la Resurrección,
unamos todos nuestras voces
en una sola voz.
Y con una sola boca,
y con sólo una garganta
te decimos: ¡Jesucristo,
levántate y anda!

Manuel Jesús Rangel Torrejón

Fotografía: Francisco Segovia

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