Una Semana Santa de museo en las calles de La Puebla de Cazalla: fe, tradición y GPS

Ha llegado el momento que se lleva fraguando día a día desde hace más de un año. La Puebla de Cazalla se impregna de su atmósfera de emoción, tradición y devoción. Se prepara la cera de las velas cofrades, se entremezcla el incienso con los reencuentros familiares, huele a bacalao en la calle Morón, se divisa el esplendor de las cosas humildes, la historia de las generaciones devotas, de la fe incomparable, de la Semana Santa morisca. “Así na más, así anda el Nazareno”, se lee a la entrada de La Puebla. “Ya huele a incienso”, reza el cartel de la avenida Doctor Espinosa. “Eso es, la gente buena de verdad” clama al cielo otro de los carteles del consistorio, que hace referencia a vecinos y visitantes, moriscos de corazón todos. El lenguaje popular se hace eco en las farolas del municipio, la localidad se viste, se engalana, saca su capirote y su túnica del altillo, se mece a ritmo de Semana Santa.
Así se fragua la Semana Santa morisca. Se agolpa la gente, llamada por los primeros rayos de sol del Domingo de Ramos, a las puertas de la Iglesia Monumental de Santa María de las Virtudes como lo hicieran desde mediados del siglo XX. Las palmas reinan sobre La Puebla, anuncian la llegada de La Borriquita, que se mece sobre la caoba hasta llegar a la Residencia de Mayores de Nuestra Señora de Gracia acompañada de María Santísima de la Paz. Abren una semana en la que hermandades y Ayuntamiento han estado trabajando durante todo el año. Al son de los ensayos que son seguidos por un gran séquito de personas, de la promoción de la Semana Grande morisca. Es el momento de abrir el librito del consistorio, seguir el recorrido de los pasos con el dedo en el mapa. El de sacar el móvil para ver en la aplicación GPS de La Puebla de Cazalla para saber dónde se encuentra la procesión a tiempo real y volver a verla en otro punto del municipio.
Los visitantes estrenan la nueva hospedería, se sirven los platos de Jarria, esa variante tan especial del salmorejo morisco y se acompaña el café con los dulces entornados, con los pestiños y las torrijas típicas. Se llenan las calles para recibir el Martes Santo. Nuestro Padre Jesús Cautivo recibe las saetas de su pueblo, es acompañado por los capirotes morados y las túnicas blancas. Atraviesa la calle San Arcadio, alcanza la Plaza Vieja. Impone la madera tallada, elegante, sobria, humilde, morisca. Es el turno del Jueves Santo, de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Vera Cruz y María Santísima del Mayor Dolor en su Soledad. El momento de imágenes del pasado que ilustran el presente. Arte sacro de los siglos XVI y XVII.
Jesús sale del Convento sumergido entre los costaleros, abrazando el paso; y es alzado a los altares por un hermano cofrade. Se agachan los hermanos de trabajadora de la Virgen, envuelta de luto bordado en oro, se la alza hasta los cielos una vez pasado el portón, se la acerca al espíritu de su hijo. Invade el pueblo la hermandad de penitencia más antigua del municipio. Procesionan los hermanos como lo hicieran sus generaciones anteriores, que ya mecían la palabra de Dios antes del siglo XVII. Reinaba Felipe II cuando Jesús Cautivo y María Santísima del Mayor Dolor mostraban su sacrificio al pueblo morisco.
Cae la noche absoluta y llega la Madrugá, la salida de Nuestro Padre Jesús Nazareno se realiza sigilosa, el dorado del paso alumbra la ciudad poco antes de la salida del sol ante la atenta mirada del pueblo madrugador, del pueblo devoto, de los admiradores del arte sacro morisco. Jesús Nazareno, ayudado por los fieles y por Simón, se carga la cruz al hombro tras salir del Convento. Su túnica morada roza con la cama floral, con el camino del sacrificio eterno. Los candelabros reflejan el bordado de la túnica, la soga que ata sus manos, la cruz de espinas clavada en su sien. Multitud de nazarenos lo escoltan, avanzan la llegada del palio de plata de María Santísima de las Lágrimas. El llanto cae por sus mejillas, emociona a los fieles, que sufren por aquellos que fabrican el paso corto bajo los faldones, que avanzan con la carga en las rodillas flexionadas. Se agolpan vecinos y visitantes para admirar los pasos en la Calle Victoria.
El luto invade La Puebla, sólo deslumbra el dorado del altar magno que dignifica el cuerpo de Cristo. Los moriscos rezan por el alma de Jesús, que ha entregado su vida por nosotros. El Santísimo Cristo de las Aguas yace sobre su urna de oro colmada con candelabros sinuosos, alzada por un paso barroco colmado de detalles. Toma las calles el paso más importante de la Semana Grande morisca, el que representa el sacrificio del mayor bien que ostenta una persona, la vida. Se balancea el incensario, se inundan las calles de incienso, se nubla el horizonte por el dulce olor cofrade. Llora desconsolada Nuestra Señora de los Dolores, que reviste de dignidad su amargura entre la luz tenue de decenas de velas. La procesión es acompañada mujeres de mantilla. Se pone el broche de oro a la Semana Santa de La Puebla.
Vivir la Semana Santa en La Puebla de Cazalla es sumergirse en una tradición que combina fe, arte, música y gastronomía. Es ser testigo de la pasión de un pueblo que, año tras año, se entrega por completo a mantener viva una de sus celebraciones más emblemáticas. Para quienes buscan una experiencia auténtica y conmovedora, La Puebla de Cazalla abre sus puertas y su corazón en cada Semana Santa.
