Una semana que puede marcar una eternidad


Hay momentos en los que el fútbol trasciende la pelota y el marcador. Semanas que no se viven, sino que se graban en la piel de una afición que ya no sueña: cree. El Real Betis ha alcanzado ese umbral donde lo extraordinario se convierte en rutina. Lo que antes era utopía, hoy se siente inevitable. Y esta semana, en el Villamarín, puede comenzar a escribirse una de las páginas más gloriosas de su historia.
El equipo de Pellegrini camina con la autoridad de quien ha vencido al miedo. Lleva seis victorias consecutivas en Liga, ha dejado atrás al Sevilla en un derbi eterno, ha sellado un empate heroico en casa del Barcelona —uno de los colosos del fútbol mundial— y ha alcanzado los cuartos de final de una competición europea. Este Betis compite en dos frentes que hace apenas una década parecían lejanos espejismos: ganar un título continental y clasificarse para la Champions League.
Pero no hay gesta sin vértigo. El calendario ha querido que el momento más dulce venga acompañado del más exigente. Esta semana, el Villamarín no será solo un estadio: será templo, fortaleza y punto de encuentro de miles de corazones que laten al ritmo de once jugadores vestidos de esperanza. El jueves llega el primer asalto ante el Jagiellonia Białystok, un equipo polaco que ha sorprendido a Europa y que amenaza con aguar la fiesta. La ida de los cuartos de la Conference League no será un trámite, será una batalla. Porque en Europa nadie regala nada, y porque en la memoria del beticismo sigue viva la cicatriz de noches europeas que escaparon por un suspiro. Esta vez, no. Esta vez hay equipo, hay fútbol y hay convicción.
Y casi sin tiempo para respirar, el domingo espera el Villarreal. El rival directo. El espejo. El que ha estado ahí y quiere volver. Un duelo que puede marcar el destino de una clasificación a la próxima Liga de Campeones que no es solo un premio económico o deportivo. No. La Champions es símbolo. Es la consagración de un proyecto que ha sabido esperar, resistir, crecer. Que ha apostado por la estabilidad en la dirección técnica, por la ambición en la planificación y por una forma de jugar que enamora.
Lo hermoso de este Betis es que ya no vive de gestas aisladas, sino de una realidad sólida. Es un club que ha aprendido a no temer al éxito. Que se levanta cada jornada sabiendo que puede ganar. Que ya no mira al pasado con nostalgia, sino al futuro con hambre.
Y ahí está el Villamarín. De pie. Orgulloso. Cantando antes del pitido inicial como si el gol ya se hubiese marcado. Un estadio convertido en poema, en pulmón, en un remolino verde y blanco donde todo es posible. Porque ahora, más que nunca, el beticismo tiene razones para soñar. Y no solo razones, sino partidos. Dos. Jueves y domingo. Europa y Liga. Trofeo y gloria. Historia y futuro.
Y cuando dentro de muchos años se hable de esta etapa, quizá alguien recuerde con una sonrisa esta semana. Esta en la que el Betis decidió que no quería elegir entre soñar y ganar. Porque quería hacerlo todo. Y porque podía hacerlo todo.
