Un Stendhal flamenco
Tengo por costumbre cuando estoy en casa ponerme Flamenco Radio de Canal Sur; son veinticuatro horas de flamenco-flamenco a pelo, es decir, sin apellidos y sin publicidad. Lo pongo altito y, mientras, yo, cocino, pinto, plancho… y voy de aquí para allá.
Pero ocurre que, a veces, me descubro haciendo palmitas sordas, o diciendo ¡ole! –con el acento en la primera sílaba- o ¡arsa!, o me escucho rematando por lo bajini algunas letras que me las veo de vení, o me doy cuenta –me da vergüenza confesarlo- de que se me han humedecido los ojos –y no estoy cocinando nada con cebolla-, o, lo que es más grave, me descubro dando una pataíta, o sea, intentando dar unos pasitos de baile al ritmo del cante que esté sonando –menos mal que no me ve nadie-.
Y, entonces, hace tiempo que me vengo preguntando: “¿Qué me pasa?, ¿Qué es esto?, ¿Qué tengo?” Hasta que un día se me vino a la cabeza una cosa que se llama el Síndrome de Stendhal. Me fui corriendo a Wikipedia y me entero de que este síndrome puede catalogarse como una enfermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardíaco, felicidad, palpitaciones, sentimientos incomparables y emoción cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando estas son consideradas extremadamente bellas; y dice, además, que este síndrome se ha convertido en un referente de la reacción ante la acumulación de belleza y la exhuberancia del goce artístico. Clavaíto, tú. Eso es lo que yo tengo. Sin enfermedad psicosomática, pero eso.
¿Y por qué Stendhal? ¿Qué tiene que ver este escritor francés en este asunto? Pues, porque fue quien dio una primera descripción detallada del fenómeno que experimentó en 1817 en su visita a la basílica de la Santa Cruz en Florencia, explicando su reacción de mareo, taquicardias y sudores que le obligaron a irse y dejar de admirar el monumento para recuperarse.
Clavaíto. Descubierto: lo que yo tengo es un Stendhal flamenco. No un Stendhal de cuadros, esculturas, museos y monumentos, sino un Stendhal de flamenco. Un Stendhal que no se me manifiesta con mareos, sudores ni taquicardias, sino con palmitas sordas, oles y arsas, pataítas,… Y es que el Flamenco –con mayúscula aunque el corrector ortográfico me la subraye de rojo- es una música de una belleza y de unas emociones difícilmente superables. Es eso que dice la Wikipedia de la acumulación de belleza y la exhuberancia del goce artístico y eso de la felicidad y los sentimientos incomparables.
Así que aquí lo dejo dicho para quien corresponda: cuando yo me muera ponedme un cantecito por seguiriya y otro por soleá y otro por alegrías, ponedme un cantecito de ida y vuelta –una guajira, una farruca, una colombiana,… pongo por caso-, ponedme un cantecito de las minas –una taranta, una cartagenera, una minera,… pongo por caso-, ponedme un fandanguito –de Encinasola, de Alosno, de Calaña, del Andévalo,… pongo por caso-, ponedme aquellas alegrías de Córdoba que cantaba mi tío Manué cuando íbamos dando tumbos subidos en aquel camioncillo por los caminos de la vendimia francesa: La hija de la Paula, la Paula / no es de mi rango, no es de mi rango, / ella tiene un cortijo, cortijo, / y yo voy descalzo.
Ponedme un poquito a Perrate, a Pastora, a Terremoto, a Vallejo, a Fernanda, a Clavel, a Agujetas,… Y ponedme un poquito la guitarra por Cádiz, y un poquito por Málaga, y por Huelva, y por Triana,… Y ponedme un poquito la guitarra de Sabicas, de Ramón Montoya, de Lucía, de Rebollar, de Melchor,… y de Nono Jero –que fue alumno mío en Jerez cuando era más pequeño que la caja de una guitarra-.
Ponedme, en fin, los que os he dicho y los que no os he dicho y, si no da tiempo a ponerlos todos, habláis con el de la funeraria y que me deje en el tanatorio un día más por lo menos. No seáis supersticiosos, no pasa ná y, además, pago yo, no tengo prisa, lo tendré tó hecho. Por mí no os preocupéis que ahora en los tanatorios te ponen como las pizzas, en estado de semicongelación y ya no hay problema. Y que no cierren el tanatorio por la noche, para que disfrutemos de Flamenco las veinticuatro horas, como en esta magnífica e impagable emisora de Canal Sur.
En definitiva y resumiendo con una copla flamenca –que no se puede decir mejor-:
El día que yo me muera
que no doblen las campanas,
que me toque una guitarra
por soleá de Triana.
LO QUE ME RONDA POR LA CABEZA
Nace en Osuna (Sevilla) en mayo de 1958. Es Maestro especialista en Lengua y Literatura y en Educación Infantil.
Ha colaborado en la realización de libros de texto con las editoriales Alborada y S.M. –Equipo “Blanca de los Ríos”-. Ha publicado artículos de opinión en algunos diarios y revistas, como Sur, Jaén, Andalucía Libre, Grupo Publicaciones del Sur,…
Desde muy temprana edad tiene metido en los sueños y en la sangre “el veneno” de la lectura y la escritura, lo que ha dado lugar a la publicación de algunos libros de artículos, relatos para niños y adultos, poesía… y hasta un diccionario de humor.