Un recreo sin profesores

Yo soy de los que empieza el gimnasio en septiembre porque quiero estar fuerte en invierno. La operación bikini es para los que quieren mostrar, la operación jersey para los que quieren demostrar. En este mes, que es un kilómetro cero para muchos, todo se podría resumir en una imagen. Esa que se plasma a la puerta de cualquier colegio, esa que todos guardamos con cariño en el frigorífico de los recuerdos que marcan. El primer primer día de algo en nuestras vidas. Todos al llegar septiembre somos esos niños que alguna vez soltaron las manos de sus progenitores y que se adentraron a descubrir la complicada y maravillosa jungla de la humanidad y el conocimiento.

En la cancela de los centros uno se despide del inexorable amor del nido familiar y se lanza a buscar la amistad y el odio por sí mismo. Empezamos a convivir en soledad, nos damos cuenta de que somos capaces de hacer con facilidad cosas que otros no saben hacer, nos enfrentamos a la cruda realidad de ver que somos incapaces de completar otras que para algunos suponen un paseo. La escuela es el capítulo piloto de la vida, ese que nos permite vislumbrar la acogida que tendremos, el público al que nos dirigiremos, la forma que tendremos de hablar y tratar con nuestra audiencia.

La educación es el cincel con el que se trata de pulir las personalidades. Digo se trata, porque hay veces que es una empresa imposible. De hecho, uno de los grandes cismas de la docencia en general es que nadie nos enseña a desobedecer. Creo que es de capital importancia que se trate y se imparta rebeldía en los colegios. La libertad, esa con la que nos llenamos la boca, no sería tal de no existir la rebeldía. En la famosa frontera del bien y el mal y del “esto es caca” con las que construyen nuestros cimientos como personas, cabría introducir el ejercicio de enseñar a preguntarse; ¿esto es malo para quién? y sobre todo, ¿por qué? A lo mejor lo que para ti es caca, para mí es un phoskito. Caben muchas más enseñanzas en un signo de interrogación que en un simple imperativo.

Aprender que la duda es algo positivo es comprender que las certezas nuca deben estar vacías. Las verdades son verdades cuando se prueban, las mentiras saben amargas cuando uno las mastica. Observando el percal que tenemos por sociedad, uno repara en que tenemos muchos iluminados para lo cara que está la luz. Esta semana nos hemos tragado una trola del tamaño de la factura de la electricidad, y todos hemos contribuido a la farsa. Políticos, periodistas y ciudadanía poniendo nuestro granito de arena y demostrando una vez más que no remamos hacia la verdad, si no que lo hacemos en la dirección que nos dice el patrón de nuestro barco ideológico. Unos creían ciegamente, otros negaban de forma sistemática, periodistas contribuían al descrédito de la profesión eliminando la presunción, políticos avivan la hoguera para sacar rédito de una desgracia.

Muy pocos cuestionaron e investigaron lo sucedido. Hay causas nobles y problemas reales en los que se infiltran verdaderos egoístas y mentirosos que sólo buscan su interés personal. Por eso, cuando un tema es delicado hay que andarse con pies de plomo.  No está bien tirarse a la piscina de bomba o de cabeza, máxime cuando no hay socorristas cerca dispuestos a que prevalezca la cordura. Esos socorristas, a saber; clase política y medios de comunicación, no han sabido estar a la altura, y eso, me preocupa. Se nos está yendo de las manos esto de las trincheras y se nos está quedando una nación que más que un país, parece el patio de un colegio a la hora del recreo. Me pienso chivar, aunque ya no sé a quién.

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Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
Fotografía: Unsplash.

 

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