Un penalti mal tirado

Los penaltis son la esencia del fútbol. Encarnan los 90 minutos de tensiones, sufrimientos, penas y alegrías. Se concentran las faltas mal pitadas, los cambios en el banquillo, los centros al área que no llegaron a nada. Unos segundos de emoción encaminados por las mil posibilidades que se pasan por tu cabeza. Palo izquierdo y dentro; palo derecha y fuera; al centro y para dentro; izquierda rasa y paradón del portero. Los penaltis son una moneda girando en el aire. Cara o cruz. Cruz o cara. La sensación de lo indescifrable del destino, del todo o nada, de la muerte o la gloria.
De ellos emanan los títulos y los segundones. Subcampeones de los que, en palabras de Don Luis Aragonés, no se acuerda nadie. Para ellos viven los analistas del equipo, por ellos estaba Reina en la selección. Antes de ellos, se pasan notitas escritas a boli con letra de médico. Después de ellos, se celebra o se consuela. Antes de ellos, el estadio pita, ruge, acojona. Después de ellos, estalla, ya sea en el júbilo extremo o en el silencio más patente.
Recuerdo que, cuando éramos chiquitillos, aquel al que yo consideraba el mejor del equipo nunca quería tirarlos. Se quitaba del medio. Pero los valientes o los imprudentes, los que tiraban de bravura o de ignorancia, esos, los querían tirar siempre. Daban un paso al frente y se señalaban asegurando que harían callar a la grada. Que los gritos y la tensión no les afectarían, que serían los héroes del campeonato y los capitanes del banquillo. Sólo los necios aceptaban ese papel, sólo ellos se enfrentaban ante el mundo pensando que sólo les depararía la gloria. A veces, lo metían y la encontraban; otras, les perdía la presión o las ansias de acallar las críticas; otras caían en las trampas de los porteros metidos en el papel de perros viejos.
Yo, que quería ser uno de esos, siempre preguntaba al tirador cosas que nada tenían que ver con el penalti o el partido. “Qué fue antes el huevo o la gallina”, “tú qué eres más de izquierdas o de derechas”, “a ti te parece que debería estudiar Periodismo o Finanzas”, “cómo le quitarán el alcohol a la cero cero”… Y ese tipo de cosas que sigo promulgando por las liguillas de colegas que se dan en los barrios extramuros de la capital. Ese tipo de preguntas que ponían al tirador en un brete entre contestar y perder tiempo en las tonterías del portero dicharachero, ese sin nada que perder, o no contestar y mostrar su cara de tensión en el peor momento para sentir la presión.
Triquiñuelas de perro viejo desde la posición privilegiada del que no puede fallar: si lo encaja será logro del tirador, si lo para será el hombre del partido; un papel que pocas veces se le otorga al cancerbero. En esas se encuentra el perro viejo del presidente, enseñándole el lado al que debe tirar el delantero del equipo azul, que mira a la grada desconcertado. “Estás a favor del aumento del gasto en Defensa o es que vas en contra de lo que tú mismo has votado en la Unión Europea”, “me salvas la votación o te retratas como hipócrita”, le pregunta el portero de rojo, que se ha quedado sin equipo tras sus sucesivas cantadas. Y ahí va, Alberto, con el dos a la espalda, torpemente tocando el balón con la puntera hasta el punto de penalti, sin saber a qué lado tirar. Y con el miedo a tirarla fuera y que los aficionados le den la espalda.
