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Cuaderno del sur

Un paseo en la falúa real

29 junio 2025
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Imagen otoñal de Aranjuez (elrincondesele.com)
VíctorEspuny
Víctor Espuny

CUADERNO DEL SUR

Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.

Uno de los cortesanos más llamativos del siglo XVIII español era cantante y napolitano. Vino a España para unas cuantas semanas y se quedó veintitantos años. Se llamaba Carlo Broschi, aunque es más conocido como Farinelli (1705-1782). Al igual que otros niños de la época, Carlo Broschi sufrió la castración antes de llegar a la pubertad: con esa práctica se conseguía conservar el timbre agudo de la voz infantil. En algún lugar he leído que su castración —o emasculación— fue decidida a la muerte del padre por Roberto Broschi, el hermano mayor del cantante, una manera de dar salida al síndrome de príncipe destronado que cuando menos resulta llamativa. Roberto Broschi, que era compositor, en realidad hizo un favor a su hermano, pues la castración, unida a unas capacidades físicas excepcionales y a una cuidada preparación como actor y hombre de mundo, hicieron de Farinelli el principal cantante de la época de la música que hoy llamamos culta, una modalidad de ópera muy técnica y virtuosista denominada bel canto. Seguro que los lectores ya conocen a Farinelli. De él se han rodado películas y se han escrito ensayos y novelas. El artista italiano vino a España invitado por la reina, a la sazón Isabel de Farnesio, parmesana de nacimiento. Según puede leerse, esta señora estaba preocupada por la salud de su marido, el rey Felipe V, que sufría depresiones y desequilibrios que lo hacían infeliz. Según los biógrafos, escuchar cantar a Farinelli produjo un efecto tan benéfico en el rey que no quiso que se fuera y lo colmó de honores y riquezas, por lo que el artista italiano permaneció en nuestro país más de veinte años, hasta que perdió el favor real ya en tiempos de Carlos III, quizá celoso de la influencia que Farinelli poseía en nuestro país, pues Fernando VI también lo había favorecido con largueza. Tan a gusto se encontraba en España, y cerca de los reyes, Farinelli, que decidió construirse una casa en Aranjuez, de manera que pudiera residir de una forma acorde con su categoría en el real sitio durante los meses que la corte pasaba en la localidad aracetana. Se trata de una construcción sencilla, sin apenas adornos en su fachada. Farinelli no disfrutó de esta residencia muchos años. Acabada de construir en 1751, pasó a manos de la Casa Real al cabo de una década, cuando Carlos III ordenó la salida del país del cantante italiano. Años después, ya en 1787, la construcción pasó a manos de los duques de Osuna del momento, los siempre estimulantes Pedro Téllez-Girón y María Josefa Alonso-Pimentel. Estamos hablando, por supuesto, de los constructores de El Capricho, los padres de la marquesa de Santa Cruz y el príncipe de Anglona. Pedro y María Josefa fueron grandes melómanos, amantes de la ópera, protectores de músicos, y para ellos la compra del Palacio Farinelli debió constituir una gran satisfacción. Años después, Manuel Godoy, el célebre príncipe de la Paz, construyó su residencia en el solar contiguo, algo que no debió agradar a los duques, quienes, como la mayoría de los nobles, no veían con buenos ojos el increíble acenso social y político del joven pacense. En marzo de 1808 tuvo lugar la decisiva revuelta popular conocida como Motín de Aranjuez, que obligó a Manuel Godoy a permanecer escondido durante horas, según algunos autores en un lugar escusado de su residencia o de la residencia ducal vecina. Espoleado por la incomodidad y el hambre —los políticos, principalmente los arribistas, no están habituados a las penalidades físicas—, tuvo que salir al cabo de las horas y fue detenido. Entonces se apagó para siempre su estrella política y la de sus protectores, Carlos IV y María Luisa de Parma, aunque siguieran viviendo de manera confortable en el exilio. De todas estas cuestiones, y de muchas más, trata la novela histórica Real Sitio, de José Luis Sampedro (1917-2013), cuya lectura recomiendo con placer. Aunque editada hace décadas, Real Sitio siempre estará presente en las bibliotecas de los amantes de la literatura y la historia. Como cualquier novela que se precie, no faltan en ella las humanas, y siempre necesarias, historias de amor, unas sucedidas en 1808, otras al comienzo de la II República, pero todas en ese bucólico e inspirador jardín surgido junto al Tajo en la ciudad de Aranjuez. Sampedro vivió los años de la adolescencia en la ciudad aracetana, y allí su espíritu quedaría marcado por la belleza para siempre.

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Víctor Espuny 29 junio 2025

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