Un bético pesado
Es imposible despertarse de un sueño cuando nunca te habías tenido que dormir para soñarlo. Yo sigo perdido en la marea de humo verde de la Alameda, sigo abrazado a mi padre en La Cartuja, aún siento que mi garganta grita gol. Los dos pasos hacia atrás de Miranda se han quedado grabados para siempre en mi cabeza, es como si el de Olivares cogiese impulso contra mi pecho, como si Carvalho en vez del césped golpease mis dudas, como si Cousillas en vez de besar su estampita me besase en la frente y me dijera que todo va a salir bien.
No hay resaca cuando los recuerdos emborrachan, podrán cruzar por mi piel las primaveras que la nitidez de aquel sábado de abril de 2022 seguirá embriagando mis fantasías. Seré como ese Bellerín beodo enganchando del hombro a todo el que quiera escucharme, y cuando no sepa que decir espetaré un: “Yo viví esa Copa aoé”. Ya lo avisé el sábado pasado, el Betis no es un equipo de fútbol, el Betis es una reunión de románticos anónimos, una escuela de valores. El Betis no tiene aficionados, tiene fieles, el Betis no tiene futbolistas, tiene filósofos.
“Me encantaría deciros que cuando se trabaja mucho siempre se consiguen las cosas, pero no es verdad. Sed buenas personas y las cosas estarán más cerca”. Así lo dijo el sabio de la barba en el balcón de la Plaza Nueva. Pandón, mucho mejor que Platón. El plato para los que se creen que la venganza es apropiarse “intelectualmente” de su propio error. Borja Iglesias es tan grande que ha sido capaz de hacer suya una frase que le dedicaron los que se mofaban de él y sobre ella edificar con su trabajo y esfuerzo un zasca sin paliativos.
Cuando a uno se le calienta la boca y la pifia, lo más inteligente es tragarse el orgullo y solapar los labios. Publicitar tu error y montar una pataleta absurda solo denota dos cosas: estupidez y escozor. Gente como esta es la que acusa al Betis de ser el club de los títulos morales. Aprovecho para decirlo ahora que hemos ganado la Copa, sí, somos el club de los títulos morales y con mucho orgullo. Hay trofeos que solo pueden levantarlos unos pocos, los entrega el tiempo. Para mí el título es vivirlo, cantar con fuerza ese himno premonitorio que evocaba la vuelta a la Plaza Nueva, caminar por la Palmera y peregrinar junto a una camada de cachorros béticos que en el amanecer de su fe han podido ver a un Betis campeón, tener en las vitrinas del alma uno de esos recuerdos que son botes salvavidas en cualquier naufragio.
Es verdad, no hay nada más pesado que un bético contento, bueno sí, un bético que sabe que su felicidad molesta. Por eso, en esos años de tragarse el orgullo, nuestra arma siempre fue la sonrisa y el cántico. Somos tan mortales que nunca nos vamos a acostumbrar ni a la victoria ni a la derrota, somos tan divinos que nadie pierde como perdemos nosotros, que nadie gana como ganamos nosotros. Si no lo sienten, no traten de entenderlo, sería como si de repente el Papa se pusiera a hablar de las suegras; un absurdo.
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EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.