Un beso verdiblanco
No sé en qué momento Twitter cambió y empezó a mostrar en el timeline tweets de personas a las que no sigues y que, sin motivo aparente, el algoritmo o quien carajo decida eso, piensa que te pueden interesar. El caso es que a mí desde hace un tiempo me salen personajes muy peregrinos, uno de ellos es un chavalillo de Ciudadanos que está todo el día indignado y que postea una media de 250 veces al día. También, en mi cronología, tiene un sitio fijo una señora que da los buenos días en lencería con una taza de café. Refrescar el muro del pajarito ahora es tirar unos dados sin números, no sabes que te puede salir.
Por eso, un día, hará un mes, entre canalillos y comentaristas de debacles, me apareció un mensaje de Elena Huelva. Era algo corto, directo. Decía, en definitiva, que no estaba teniendo un buen día. No sabía quién era, ni por qué lo ponía. No sé si fue por cómo estaban ordenadas aquellas simples palabras, pero sonaron en mi cabeza a verdad, alguien que está realmente jodido no posturea, lo dice sin rodeos, sin florituras. Me metí en su perfil, vi su foto. Me cago en la puta. Sevillana, un año menos que yo, del Betis. Es mezquino, pero las putadas te parecen más putadas cuando por algún motivo, aunque sea lejano y universal, compartes algo con quien las sufre. Es más fácil, intentar, y digo intentar porque es imposible, ponerte en la situación.
Después me enteré por mi hermana de que tenía mucha relación con algunos artistas y me puso al día de su historia. Luego lo aparqué, como se aparcan las desgracias que son de otro, piensas un rato en la jodienda, ves que no puedes hacer nada y la olvidas por instinto. Pero otro día, esta vez de noche, me encontré con otro de sus mensajes. Y cotilleé más a fondo su perfil. Vi que aquello no era un TL, me di cuenta de que era un cuaderno de bitácora, un testimonio sin dulcificación, un calvario retransmitido, una declaración de guerra contra una injusticia. Lo que dejó Elena escrito en sus citas de 280 caracteres dice más y es más accesible que la gran mayoría de libros de filosofía. Frases, pensamientos y reflexiones frías, certeras y sin artificios. Salidas de una verdad cruda, descubierta a toda prisa, sin tiempo de digestión.
Y ahí caí en que no era cómo lo escribía, sino desde donde lo escribía, y no me refiero al hospital. Me refiero a su posición vital. ¿Quién cojones reparte los boletos de este sorteo? ¿A quién hay que exigirle que rinda cuentas por su crueldad? Yo respeto a quien decida abrazarse a lo superior y al más allá, pero a mí hay cosas inexplicablemente atroces que no soy capaz de comprender y que cuando las pregunto siempre acabo en un debate enrevesado que finaliza con un “es cuestión de fe” o “Dios les da sus peores batallas a sus mejores guerreros”. Ella fue una guerrera, aunque seguro que prefirió no serlo. Luchó en una batalla ilegal. Yo jamás creeré en quien manda a gente inocente a luchar sin posibilidad de ganar. Merecía dar otras batallas, las suyas propias, las del amor, la amistad, la profesional, la familiar. Pero tuvo la valentía de dar otra y seguir en pie hasta el final. Sus ganas de vivir, sus ganas de luchar se han hecho eternas, le han ganado a la muerte. Ahora son el lema del estandarte del ejercito de los vivos. Vaya para donde esté, un enorme beso verdiblanco.
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.