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Trampas

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La Segunda Guerra Mundial reforzó el adelanto industrial y técnico de los Estados Unidos. Una de las causas de este fortalecimiento fue la inmigración de muchos de los investigadores europeos, encantados de poder vivir en un país con medios y en paz, y otra la lejanía de los escenarios bélicos y, como consecuencia, la salida de Estados Unidos de la guerra con su espacio geográfico indemne. Si recordamos el grado de destrucción alcanzado en Japón, Alemania o Francia veremos la diferencia. Al no necesitar reconstruir su país, Estados Unidos estaba en excelentes condiciones para emplear sus recursos en la reconstrucción de aquellos devastados por la guerra y en difundir por el resto del mundo su modo de vida. La empresa ha sido todo un éxito. Algunas de las características materiales del american way of life —basado en el logro de la felicidad por medio del consumo— eran la automatización de los hogares mediante electrodomésticos; la mudanza de las clases medias a casas unifamiliares fabricadas en serie en el extrarradio de las ciudades, viviendas luminosas provistas de jardín y garaje —conceptos fácilmente aplicables en un país donde el espacio sobra —; el uso imprescindible del automóvil, convertido en el medio de transporte por excelencia y en símbolo de estatus económico; y la construcción de centros comerciales. Estos existían en Europa desde el siglo XIX. El viajero puede visitar hoy los primeros como curiosidades culturales y artísticas en Nápoles, París, Bruselas, Milán o San Petersburgo. Se trata de galerías techadas con hierro y cristal a las que se abren comercios independientes. Son espacios resguardados del mal tiempo y bien iluminados en los que puede pasarse de una tienda a otra sin necesidad de salir al aire libre. Estaban destinados a personas de economía privilegiada. Ya en los años cincuenta del siglo XX los estadounidenses dan un paso más y crean grandes extensiones comerciales asociadas a enormes aparcamientos, los centros comerciales modernos, estos sí, con precios para todos los bolsillos. La oferta en los centros comerciales es muy amplia e incluye la restauración para que los compradores potenciales puedan pasar allí el día entero. Para atraer más público, las últimas décadas del siglo XX trajeron la inclusión en ellos de gasolineras, multicines y espacios de juego para niños con supervisión de personal cualificado. De esta manera, en las localidades importantes, donde se concentra la mayor parte de la población, la salida de las familias al completo en busca de entretenimiento pasa a menudo por la visita a estos centros comerciales. Caemos en la trampa.

La sociedad de consumo en la que estamos inmersos —la llegada de Internet ha servido para incrementar exponencialmente nuestra exposición a la manipuladora publicidad— no nos deja ver cómo son realmente las cosas. Se trata de un sistema económico basado en la compra regular de productos a menudo realmente innecesarios y programados para que sean inservibles en poco tiempo. Y esto se consigue, sobre todo, de dos formas: fabricándolos de manera que duren poco, que se rompan o estropeen pronto —la obsolescencia programada—, o haciéndolos poco deseables a nuestros ojos por su falta de adecuación a la moda actual. Ésta, sobre todo en el comercio textil, se renueva varias veces al año —las temporadas—, de manera que si alguien quiere «ir a la moda» va a necesitar la compra continua de artículos que actualicen su vestuario. De la difusión de las nuevas tendencias se encargan los medios de comunicación y las redes sociales tipo Instagram, que prometen un bienestar seguro a las personas que las siguen. Las temporadas se suceden regularmente y con ellas la fabricación de nuevos artículos y la obsolescencia de las modas anteriores, un proceso cuya detención significaría el colapso económico del sistema. Todo esto, además, supone un consumo acelerado de los recursos naturales del planeta. A lo ya dicho habría que añadir, entre otras muchas consideraciones, la sobrevaloración de los modelos de perfección física. La publicidad está invadida de imágenes de personas de físico «envidiable». Resulta que todos, tengamos la edad que tengamos y sean cuales sean nuestra constitución física y nuestra herencia genética, podemos conseguir unos dientes blanquísimos y un vientre plano, y lograrlo nos va a hacer más felices. Debemos intentar poseer un físico escultural, creando con ello otra de las esclavitudes de las personas modernas, y ya llevamos varias, pues existe la creencia, muy extendida, de que esa meta es alcanzable por todos y puede lograrse comprando artilugios eléctricos que contraen la musculatura mientras uno está viendo un canal de teletienda o sometiéndose a interminables sesiones de ejercicio físico en lugares cerrados llamados gimnasios. Modelos de perfección física han existido siempre pero alcanzarlos nunca se había convertido, como ahora, en una imperiosa necesidad. Es lastimoso ver con qué facilidad caemos de nuevo en la trampa.

Estaría bien que empezáramos a abrir los ojos y fuéramos capaces de decir no a todo esto. Seríamos más libres. A ver qué necesidad real tenemos de muchos de los artículos que compramos o los tratamientos que seguimos. Ahora, por acabar con un ejemplo de la verborrea que acompaña a los productos publicitados con más éxito, se ha puesto de moda la maderoterapia corporal con jojoba y mangostán. Casi nada.

 

Vista parcial de la Galería Umberto I de Nápoles. (Fotografía de MatteoVannacci).

 

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Víctor Espuny

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