Todos hemos pasado por ahí

La primera borrachera no se busca, te encuentra. La muy perra se agazapa en las brumas de tu descontrolada y torpe efusividad. Y te abraza, y se pone a bailar contigo, y te susurra al oído lo mágico de su traición: no he sido yo quien he venido a por ti, has sido tú, haz memoria, quien sin darte cuenta estuviste tentando a la suerte, cruzando límites, que no sabías que existían, hasta dar conmigo.
Pienso en que todos los fines de semana alguien estrena su haber de bolillones, que alguien cruzará ese puente de la inconsciencia, bautizándose en pota, quedándose embobado mirando las puntas de sus bambas. Los compadezco y los felicito pues, digo yo que por algún lado hay que romper el hielo del cubata, abrir la lata de la cerveza.
Todo comenzará como comienzan los verdaderos hitos; de improviso. Ni lo muy bueno ni lo muy malo se planifica. Del verbo surgir siempre nacen las mejores historias. De la misma manera que del aburrimiento siempre brotan los momentos más divertidos. Puede que ocurra en un evento random con barra libre poco controlada o en una de esas tardes tontas de la adolescencia en las que los niños jugamos a ser gallitos y las niñas a ser pavas, en las que hacerse los chulos y las chulas es el camino más rápido para estrangular a la vergüenza y acuchillar a la inseguridad.
Uno de los enigmas de los primeros ciegos es el del dinero. Estabas pelado, no tenías un duro, tus viejos te daban lo justo. Da igual, ya te he dicho que esto tiene mucho de día señalado, de alineamiento de planetas, estaba para ti, no había más. Además, y esto apúntalo bien, hay mucho mamonazo suelto, y no hay nada que le guste más a un mamón que poner más borracho al borracho. Ten cuidado con eso.
El caso es que tú estarás a tu bola, haciendo lo que siempre hacías hasta antes de ese día. Charlando, traficando con miradas, contando secretitos, comiendo chuches, pipas, gubblings o fantasmikos. Pero alguien propondrá el plan y a ti, que siempre dijiste que no, te empezará a picar esa curiosidad que mató las siete vidas del gato negro de la mala suerte. Lo mismo te has cabreado con tus viejos, igual te ha empezado a gustar alguien y no te echa cuenta, a lo mejor te han entrado esas ganas locas por saltar en el jardín de lo prohibido, ese en el que se advierte claramente que no está permitido pisar. O puede, y esto es lo más seguro, que te ocurra un poco de todo a la vez.
Y entonces que vale, que venga, que a beber. Y tu gente, que ya ha bebido, que ya ha pasado por donde estás a punto de pasar, lo celebra, y te sonríe, y te meten en una efervescente burbuja de adrenalina. Esta es otra de las cosas que nadie cuenta, y es que ya vas borracho antes de dar el primer trago. Es un vacilón de emociones, el cuerpo preparándose a lo desconocido. Los nervios temblones de las primeras veces.
¿Y qué bebes? Pues lo que beban tus colegas, porque tú no tienes con qué comparar. Ya irás descartando, afiliándote a licores y marcas de confianza. La cosa es que nunca sabrás si en verdad eras de Ron si el primer cebollón te lo pillaste con Ron. Porque si la cosa es jodida, que seguro que lo será, lo aborrecerás. El primer alcohol que bebas probablemente será sacrificado en tu escala de gustos, te dará arcadas solo olerlo, pero, ojo, conozco casos, de personas que un día, no sé muy bien el motivo (lo más probable es que solo haya de eso) se reconcilian con esos primeros sabores y hacen las paces.
Te echarás el primer cubata, cubriendo el hielito de abajo del vaso, llenándolo de refresco. Y te llevarás hacia la boca ese brebaje dulzón que se te quedará en los labios. Está rico, está fresquito. Y volverás a charlar con la copa en la mano, echándole de vez en cuando de reojo un vistacillo, sintiendo esa ridícula sensación de madurez o algo así. Y la beberás en nada, en un santiamén. Y me voy a echar otra, y ésta la echo yo. Qué preciosa arma de doble filo es la euforia, qué hoja más luminosa y adictiva. Y ahora hasta un poquito más del cubito antes, nah, dos deditos. Y vuelta al banco, y de repente sientes que la lengua se te va relajando poquito a poco, y que se va soltando. Y que dices cosas graciosas, que sacas pensamientos, bromas e intuiciones que tenías en el desván de los miedos. Y, anda, qué triunfan. Que la gente se parte, que escuchan.
Y ahora se ve todo más claro, y no sé quién se te pone al lado, y venga, música. Y joé, que bailo y no lo hago mal. Dónde carajo están mis filtros, dónde he puesto la vergüenza. Ah, espera, voy a ver si están al lado de la botella y los hielos, que esto ya está vacío. Y venga, la tercera, y la cuarta. Y, coño, qué guapo, que la gente se mueve más lenta a mi alrededor, y hasta el que me cae mal tiene ahora su punto guay. Y estoy como flotando, y sonrío mucho, y me da igual si no me entero de todo.
Durante esos minutos únicos y jodidamente bonitos pensarás que has dado con la gruta de la felicidad, que has traspasado el portón de ese secreto reservado a los mayores de edad. Y te sentirás invencible, y desearás pasar toda tu vida así. Abrazarás, bromearás, dirás tonterías cada vez más y más gordas hasta que se te acerque una amiga y te pregunte que si estás bien. Y tú responderás que de puta madre. Y ella te dirá que ya no bebas más, que ya va bien. Y te entrará un fantasma de repente por dentro, un cabreo eléctrico que pagarás con ella pero que solo es fruto del darte cuenta de que no estás rigiendo, de que se te ha ido la mano. Y pum, otra certeza: ya no hay vuelta atrás.
Qué retorcido y puto es ese momento en el que toca caerse sin paracaídas de la nube, ese aterrizaje forzoso y rápido del cielo al infierno. Ahora no tiene ni puta gracia que todo pase tan lento, de repente el bochorno vuelve todo de golpe y se refleja en las caras de los que hace un minuto te sonreían y ahora te compadecen. El dulzor adictivo comienza a escalarte por las tripas y se regurgita con tu mareo. Tu amiga, con la que te habías cabreado, será la que te diga que hay que dar un paseo, la que te lleve a gripar un poquito más lejos y te sujete el pelo mientras tú te desahogas con el váter. Y agüita, y lo siento, y no pasa nada, a todos nos ha pasado. Ella será la que se coma el marrón de llamar a tus padres. Si algo bueno me han enseñado mis peores jumeras es a distinguir a mis hermanos y a mis colegas.
Para A., que estuvo simpática conmigo durante una tarde. Todos hemos pasado por ahí.
