¿Tiempo o momento?

Casi todos nos llevamos bastante mal con el tiempo.
Se dice que el tiempo es oro y también que es lo único que ni con el oro se puede comprar. Las dos sentencias son bien ciertas. El tiempo es valioso pero, al mismo tiempo, desperdiciado y poco valorado por aquello de que es gratis.
Unos lo devoran de manera atropellada y otros lo despilfarran sin dolor, por ejemplo, con el móvil en las manos. Unos y otros, piezas de engranaje u holgazanes indolentes, podríamos decir que viven una mala relación con el tiempo y lo habitan de un modo alienante. Por estrés o por distimia, los dos terminan tomándose la pastilla.
En esta vida sembrada de paradojas, Jesús Nazareno quiso pasar una tarde con Marta y María. Marta, una vorágine activista que huía hacia adelante disfrazada de bondad; María, una indolente sentada a los pies del Maestro sin ningún otro miramiento. Las dos podrían estar haciéndolo bien o haciéndolo mal, pero había algo que desentrañaba el sentido de aquel momento: Jesús quería estar con ellas. Por tanto, una acertó y la otra se llevó el rapapolvo por no saber qué tocaba hacer ahora.
Y ahí está el meollo de la cuestión: que la relación con el tiempo no se mide por segundos ni por horas, sino por el valor y el sentido de cada momento. Para los hebreos el tiempo no era el “kronos” de los griegos o el “tempus” de los latinos, sino el “kairós”. Y “kairós” significa momento, el sentido del tiempo en clave cualitativa, no cuantitativa.
El capítulo 3 del Eclesiastés lo expresa sabiamente: «Todo tiene su momento oportuno bajo el sol: tiempo para nacer y tiempo para morir; tiempo para plantar y tiempo para cosechar; tiempo para destruir y tiempo para construir; tiempo para llorar y tiempo para reír; tiempo para abrazarse y tiempo para apartarse; tiempo para callar y tiempo para hablar; tiempo para amar y tiempo para odiar; tiempo para la guerra y tiempo para la paz». Todo es bueno, pero solo es conveniente en su momento.
Disfrutar es necesario, pero criar a los hijos y cuidar de los padres exige sacrificio. Todo tiene su tiempo. Y solo sabiendo descifrar el sentido profundo de cada momento se nos llenará el corazón como fruto de nuestras decisiones o, por el contrario, caeremos derrotados por mucho que nos esforcemos.
La vida requiere sabiduría para saber vivirla. Para muchos, apurar la vida es ser conscientes de que el “tempus fugit” y que, por tanto, hay que restar importancia a casi todo y disfrutar como si no hubiera un mañana. En cambio, la propuesta bíblica de saber qué nos toca vivir y qué nos conviene priorizar en cada momento parece mucho más sabia, adaptable y constructiva. Ahora toca estudiar y mañana disfrutar. Quien lo hace al revés no disfrutará siempre.
Antes nos alienaban con una religión convertida en instrumento de poder, nos dominaban con la culpa o el trabajo esclavizante. Despertemos, porque cuando el tiempo se desfonda de valor, encontramos una forma muy moderna de echarle a los cerdos el tesoro de nuestra vida.
