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Superman

Superman

Hay ciertos momentos en la vida en los que algunos acontecimientos se clavan como alfileres en la memoria. Instantes en los que te llega una noticia que por lo imprevisible te sobresalta y hace que se quede grabada en la mente. Se trata de exclusivas perennes que son capaces de desafiar al tiempo y quedarse reposando en algún rincón de la cabeza hasta que llega un mensaje, una llamada o una palabra que comienza por un “no te imaginas lo que ha pasado” o “qué putada”. Es entonces cuando sin motivo aparente, se activa como un resorte un mecanismo que nos hace vivir esa escena más lenta de lo habitual, como si alguien nos avisara de que debiera quedar grabada para una proyección posterior en las salas de cine de nuestra cabeza.

Recuerdo uno de aquellos primeros días de colegio después de las vacaciones de verano. Mangas cortas, calor en el asfalto del patio. Por los pasillos corría como la pólvora la noticia de que el nuevo director del colegio, un “madriles” remilgado y con tela de mala leche, había llegado al colegio para cambiar las cosas. Aquello se confirmó poco después, cuando se convocó a toda secundaria en el salón de actos para una charla de inauguración del curso. Una marabunta de polos azules copaba la estancia, había alumnos de pie pegados a la pared. Todo el mundo esperaba con expectación la aparición del nuevo pez gordo del que decían los que ya habían tenido el placer de conocerlo que no se andaba con chiquitas y que venía con ganas de dar cera. Además, los que ya lo habían visto coincidían con su enorme parecido a Clark Kent. Es decir, Superman.

Al entrar el nuevo equipo directivo en la sala, nos pusimos todos de pie, se escucharon cuchicheos y algunas risas, en un tono más bajito del habitual. No cabía duda, el mote estaba bien puesto, el tipo era clavadito a Superman. Entró lento y confiado, mirando a la masa de hormonas que aguardaba en el patio de butacas. Su presencia hizo que el murmullo poco a poco fuese desapareciendo para dejar paso a un silencio casi inédito en este tipo de actos de apertura. Ocupó el centro de la mesa y se dirigió implacable a la sala: “Buenos días, mi nombre es Miguel Pérez y como algunos ya sabréis soy el nuevo director del colegio”. Hasta ahí bien, luego el desconcierto se apoderó de la sala cuando terminó de ratificar que venía a cambiar las cosas. Habló de la uniformidad, de las pulseras, del respeto, de los valores, pero sobre todo dio un titular que cayó como un jarro de agua fría sobre los oyentes: Estaba dispuesto a hacer la guerra contra el tabaco, a ampliar la vigilancia en los recreos y anunció que iba a talar Los Pinos; lugar de encuentro del fumador tabladillo, paraíso fiscal del mechero y la boquilla, enclave estratégico de las mafias de las distintas clases. Historia del Colegio.

Aquello no sentó nada bien. “Este cabrón va de farol”, “Tócate la polla con el madriles”, “Vamos, yo voy a fumar por mis huevos”. En el ambiente había una mezcla de desafío y de miedo, aquella nueva figura desprendía algo distinto. Era una de esas personas a las que no les hace falta decir las cosas dos veces porque por algún motivo se le prestaba una atención especial, una figura que inspiraba desde el respeto, un respeto casi dictatorial que no se esforzaba en sacar, porque le salía solo. Esto, recuerdo que nos mataba porque siendo una persona correcta, educada y decorosa tenía un halo de superioridad que hacía de su palabra ley en el colegio.

La verdad es que Superman tenía muchos huevos, y poco a poco se fue haciendo con el colegio. Alguna que otra vez tuve que visitar su despacho en calidad de delegado. El gas pimienta que desalojó el pabellón de bachillerato fue esparcido desde mi clase, y él lo sabía. Ganaba en las distancias cortas, porque de lejos quieras o no, era nuestro enemigo. Hablaba con una coherencia que desnudaba, pedía lo justo y eso, hay veces que no se puede dar. Siempre llegaba hasta el fondo de los asuntos, no perdonaba un sábado a nadie que se lo mereciera y llegó a expulsar a algún amigo. Mentiría si no dijera que alguna vez le tuve ese odio que se le tiene a las personas que te enseñan el camino correcto, el de la frontera entre el orden y la justicia. Todo lo que hacía siempre lo hacía con la razón en la mano y con un fin mayor de fondo; educarnos.

Ayer, ese Superman sin cabina, pero con despacho, emprendió vuelo hacia las nubes después de haber luchado contra el ELA. Una persona de ley que llevaba sus convicciones hasta último término y que ha decidido dar un testimonio de fe y de esperanza. Yo me quedo con aquel al que se respetaba en los pasillos del colegio por ser como era y que ayudó a formarnos. Me quedo con aquella noche previa a las Carreras de Sanlúcar en la que entre botellas alguien dijo: “Quillo que el Superman tiene ELA”. Me quedo con ese silencio entre el humo y las copas. Ese fue nuestro homenaje, vaya ese último silencio en su memoria. Descanse en paz.

 

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En memoria de Miguel Pérez (1983-2021)

Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
Fotografía: Unsplash.

 

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