Sueños y fútbol

Han pasado unas semanas, y probablemente ustedes estén más informados que yo. Sepan más del asunto. Me refiero a todo el tinglado que se montó con el pasado Mundial de Qatar. Todo lo comentado en radios y televisiones sobre los trabajadores fallecidos durante el proceso de construcción de esos enormes estadios, el dinero que se ha llevado fulanito o menganita, o que si en el país donde se estaba celebrando dicho Mundial no se respetan los derechos humanos, y mucho menos los de las humanas. Y oye, que esos debates se emitían en no pocas cadenas. Pero, tras tanto debate, después de tanto tertuliana y tertuliano hablando sobre robos e injusticias, al final se han jugado todos los partidos de principio a fin. Un encuentro más entre selecciones de fútbol de todo el mundo. Miles de espectadoras y espectadores ocupando los estadios, o disfrutándolo cómodamente en sus casas. Un cuidado espectáculo para toda la familia.
Su nombre es Amir Nasr-Azadani, y mientras se celebraba la final entre Argentina y Francia, este hombre, profesional del fútbol que pocos días antes había participado como jugador de la selección iraní, estaba encerrado (y ahí sigue) en una cárcel de Irán tras ser condenado a muerte por un tribunal de ese mismo país. La causa, apoyar públicamente las reivindicaciones de un grupo de mujeres. Y es que, cientos de mujeres iraníes han salido en protesta por las calles tras la muerte de Mahsa Amini, detenida por la Policía de la moral por violar el código de vestimenta islámico. Las protestas comenzaron el pasado mes de septiembre, y cuando Amir Nasr-Azadani tuvo oportunidad de mostrar su apoyo a las mujeres de Irán los días que era jugador de la selección iraní en Qatar, lo hizo. Uno de los jugadores que se pronunció contra la violencia que sufren día a día las niñas y mujeres tanto en Irán, como en otras partes del mundo.
Ni antes, ni tras concluir la final del Mundial, escuché que dijeran ni media palabra sobre Amir Nasr-Azadani. Si algún jugador o entrenador dijo algo, yo no me enteré. Vi unos minutos del primer tiempo, apagué el televisor, y me puse a lo mío. Después volví a encender la tele, y vi los minutos finales. Tras proclamarse ganadora la selección argentina, viendo en la pantalla los rostros de alegría y los abrazos entre los vencedores, y también las caras tristes de los que han quedado a un paso del trofeo, esperé a que los y las periodistas colocaran el micrófono ante algunos jugadores y alguien dijera algo sobre la condena a muerte de un futbolista. Pero no vi nada. Hubo preguntas y respuestas, pero en ese momento, desde ese enorme estadio, no me llegó otra cosa que no fuera celebrar la victoria, o lamentarse por la derrota. Celebrarlo, como hicieron algunos, acompañados por sus parejas y por sus hijos e hijas, y dando las gracias por el acompañamiento y las muestras de confianza a toda la afición; otros, como el portero del equipo ganador, optó por algo más llamativo ante el público y ante las cámaras, colocándose el trofeo que le otorgaron como mejor arquero del campeonato en los genitales. Allá cada cual.
Han pasado unas semanas, y probablemente ustedes estén más informados que yo. Quizás ustedes han sido informados por la prensa deportiva sobre que los jugadores recibieron orden de no decir palabra sobre el compañero de la selección iraní para no agravar su situación, o por algún programa deportivo sobre gestos o palabras de los jugadores que compitieron en ese partido final, y que no emitieron por televisión, o que yo no vi. Quizás ustedes están al corriente de información que desconozco. Pido disculpas desde aquí si así es. Yo lo único que sé y lo que me importa (ni veo fútbol y mucho menos prensa y programas deportivos), es que la condena a muerte ha quedado en una pena de 26 años de cárcel. Nada menos que 26 años por apoyar las reivindicaciones de las mujeres de su país. Así lo cuenta ABC en una noticia publicada el pasado día 9 de este mes. Y pensando en esta noticia camino del gimnasio, reduzco la velocidad de mi paso al ver al otro lado del parque a un chaval de unos once o doce años que se divierte dando patadas a un balón. Lo más probable es que este muchacho viera el último partido celebrado en Qatar. Los rostros de alegría y los abrazos entre los jugadores del equipo ganador, y también las caras tristes de los que han quedado a un paso del trofeo. Si me acercara y le preguntara por cuatro o cinco nombres de jugadores de la selección argentina o francesa, es probable que me respondiera al momento. No sucedería lo mismo si le pidiera que me dijera el nombre de al menos un jugador de la selección iraní. Se quedaría en silencio, y se alejaría dando patadas a su balón. Soñando con ser un hombre triunfador e importante en un futuro no muy lejano.
Álvaro Jiménez Angulo
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