Sobre la familia

Ni puñetera idea. Lo encuentro en la calle, en tertulias radiofónicas, en vídeos subidos a YouTube, y siempre cruzo de acera o apago la radio o el ordenador pensando lo mismo. Incluso, no pocas veces, lo hago soltándolo en voz alta: NI PUÑETERA IDEA. Pero esta mañana de diciembre, tras escuchar a varios tertulianos y tertulianas hablar por la radio sobre lo importante y esencial que es para el bienestar y salud de toda persona tener cerca la familia, me viene a la cabeza que a lo mejor no es que no tengan idea sobre el asunto, sino que simple y llanamente les importa muy poco lo que le ocurra a cientos de hombres y mujeres que no han tenido su misma suerte. Su maravillosa suerte. Porque, como sucede con todo aquello que esta sociedad ha impuesto e impone, es cuestión de si la moneda cae de un lado o del otro tras haber sido lanzada al aire.

Todas y todos conocemos esa fotografía compuesta por papá y mamá y el niño y la niña (siempre queda más cuqui la parejita). La idílica familia en la que sus componentes conviven día a día en un espacio de cuidado, comprensión, apoyo, seguridad…, y amor. Mucho amor. Pero no siempre ha sido así en todos los hogares. Hoy día, tampoco lo es. Muchas familias, cientos de ellas, no son ni por asomo ese lugar ideal que nos intentan vender desde el mismo instante en el que llegamos a este mundo. Más bien todo lo contrario. Porque eso que llamamos familia, como bien sabemos (y si no lo sabemos, deberíamos saberlo), ha sido un mundo en el que muchas personas no han encontrado más que explotación en el trabajo doméstico, y violencia. Una cadena al cuello que no han sabido a lo largo de su vida cómo romper. Una cárcel para la que no han encontrado los medios o ayuda con los que poder escapar.

Piensen en esas mesas navideñas cargadas de comida y que pronto volveremos a disfrutar. Pregúntense quiénes son en la mayoría de las casas las personas que se pasan el día en la cocina para que todo esté a punto a la hora de la cena. Y ya sentados a la mesa, díganme si no les suena la siguiente melodía. Comienzan a comer. La madre está pendiente de si todo está al gusto de sus familiares. Poco importa su opinión. De nada vale que, tras una larga jornada de supermercados y cocina, y tras probar cada plato una vez listo para ser servido, diese ella su visto bueno. Su opinión, repetimos, no importa. No importa porque la madre es una persona al servicio de los demás. Y, claro está, no debe quejarse. No puede decir que si no te gusta pues te levantas y vas a la cocina y te lo haces tú. No debe. No puede. Son su familia.

Violencia, decíamos. Y lo decíamos y decimos porque la familia ha sido y es para muchas personas un espacio de amenazas, insultos, golpes. Muerte. El cincuenta y tres por ciento de las mujeres asesinadas en España lo son a mano de su pareja o expareja hombre, y de este cincuenta y tres por ciento, la mayoría de los asesinatos acontecen cuando todavía conviven bajo el mismo techo, o en el proceso de separación. Y ya que mencionamos datos, diremos que, según cifras de la Unión Europea, una de cada tres niñas, y uno de cada siete niños, sufre algún tipo de agresión sexual antes de cumplir los trece años y, en la mayoría de los casos, el agresor es un hombre. Un hombre, casi siempre, miembro de su familia. Esta misma familia en la que, como bien expone Irantzu Varela, muchas personas lesbianas, gais, bisexuales, trans o queer han encontrado su mayor espacio de represión, y su mayor obstáculo para ser libres.

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No. Por mucho que lo pregonen programas de radio o videos de YouTube, la familia no es ese espacio idílico que nos intentan imponer cada día, y del cual no debemos alejarnos, y mucho menos romper. En la familia no siempre se encuentra cuidados, comprensión, seguridad o apoyo. Tampoco amor. Y toda persona tiene derecho a buscar lugares y gentes donde sí los halle. Que nadie deje su bienestar y su salud a lo que resulte de una moneda lanzada al aire.

Álvaro Jiménez Angulo

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