Sobre el libro de Eduardo Javier Pastor “Fernando Villalón. Centauro de pena”


Nacido en Sevilla en 1881, Fernando Villalón murió en el peor momento: marzo de 1930. Mal momento para un poeta cuya obra comenzaba a levantar el vuelo. La euforia de los primeros tiempos de la República, la intensidad de los enfrentamientos sociales y políticos, la guerra civil, la muerte trágica de unos (Federico, José María Hinojosa, Miguel Hernández), la partida al exilio de otros, la penuria de la posguerra, los cuarenta años de dictadura franquista… todo contribuyó a sumergir en el olvido la obra de Fernando Villalón. Solamente Manuel Halcón (Recuerdos de Fernando Villalón, 1941), José María de Cossío (Poesías, 1944) y el poeta palestino Mamudh Sobh (Poesías, antología bilingüe español-árabe, 1976) mantuvieron encendida la llama del recuerdo. Ha hecho falta esperar hasta los años 80 para que las obras de Fernando Villalón encuentren una segunda vida. En el presente se encuentran sin dificultad en cualquier librería. Han florecido los estudios consagrados a ellas en España, Francia, Estados Unidos, Italia y la Suiza germanohablante: tesis, obras, artículos. Además Villalón acaba de recibir su consagración en nuestro país, puesto que la muy reciente antología bilingüe “Los poetas del 27” (bajo la dirección de Juan Carlos Baeza Soto y Emmanuel le Vagueresse, Reims, Epure, 2019) ha incluido al autor de Romances del 800 en la lista de los once poetas elegidos.
Una obra de un género totalmente distinto ha visto la luz, casi en las mismas fechas, en Sevilla: Fernando Villalón. Centauro de pena. Su autor, Eduardo Pastor, conocido por sus diversas publicaciones sobre flamenco, se oculta en su propósito detrás del poeta: a lo largo de sus nueve capítulos le cede la palabra y se convierte en su oyente mudo. Es, pues, “la voz libre de Fernando la que resuena en estas páginas, y él es quien […] va contando sus penas y alegrías, sus dichas y desdichas” (p. 13). Eduardo Pastor pone buen cuidado en asegurarnos que “los hechos que se relatan son ciertos y constatables”, añadiendo que se ha tomado la libertad de novelar la vida del poeta (“más un relato que unas notas biográficas de la vida y obra de Villalón”). Y en todo momento va insertando la vida y la obra de Fernando en el contexto social e histórico del final del siglo XIX y primer tercio del XX.
Cada uno de los capítulos va precedido, a modo de epígrafe, de una serie de citas tomadas de diversos exégetas de Villalón. Estos textos, a veces breves, otras más largos, añaden útiles aclaraciones a las del autor. Este, nativo de Paradas, pueblo situado a apenas 20 km. de Morón de la Frontera, cuna de la familia de Villalón, se expresa en un lenguaje sabroso, espontáneo, elegante, en consonancia con el aroma de los textos de Villalón. Recurre, eso sí, siempre con mesura, a expresiones populares andaluzas que anclan su discurso en esta Baja Andalucía, tan amada del poeta: “Me he saludado con tu marío. Lo veo mu güenecito”, “el agua lloraíta”, “el sopeao del mediodía” (p. 26, 70, 71). En ocasiones, una simple enumeración le basta para recrear tal o cual aspecto del cuadro social privilegiado donde creció Fernando. Así, la rica mansión de Morón de la Frontera (hoy soberbiamente restaurada y convertida en Casa de la Cultura) con su nube de servidores: “Cofias, agujas en el moño y delantales almidonados, gorras de plato y levitas” (p. 48). Y de la misma manera evoca las desigualdades sociales de la Sevilla de la época: “Estaba la Sevilla de harapos y llena de piojos de los corrales de vecinos. Y estaba la Sevilla de la brillantina, los bigotitos y la tertulia del café” (p. 138).
En 1918 Fernando, cuyos negocios no habían comenzado todavía su inexorable declive, adquirió en Sevilla una hermosa vivienda, calle San Bartolomé, 1, en pleno corazón de la antigua judería. Este barrio “el más misterioso y sabroso de mi ciudad eterna, de la Sevilla verdadera”, asegura el poeta a través de la pluma de Eduardo Pastor, con sus tres iglesias que fueron sinagogas, sus calles Levíes y Jamerdana, su Puerta de la Carne, conserva todavía la impronta de las masacres antisemitas de 1391. Ese barrio, donde el poeta declara haber vivido “los mejores años de su vida”, es descrito admirablemente por el autor.
El capítulo más impactante es, sin duda, el último: “IX. Con ropa de campo, botas de montar y espuelas, 1930”. Fernando y Conchita, su compañera, han debido salir de Sevilla. Están ahora en Madrid. El estado de salud del poeta se deteriora cada día. Una operación posiblemente podría salvarle. Escuchamos entonces a Fernando, a lo largo de trece páginas, expresar la angustia que le oprime a las puertas de la muerte presentida. Estas trece páginas son abrumadoras, magistrales.
Un “Álbum fotográfico y documental” (25 fotos); una breve antología de las elegías escritas a la memoria de Fernando Villalón, firmadas por Adriano del Valle, Edgar Neville, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre y Antonio Murciano; un epílogo (“Soledad marismeña”) y una bibliografía completan esta obra que apreciarán tanto aquellos que conocen ya la vida y la obra de Fernando Villalón, como aquellos otros que las irán descubriendo a través de esta lectura, de cabo a rabo, apasionante.
Jacques Issorel
Catedrático honorario de la Universidad de Perpignan (Francia)
Traducción: Jerónimo Trigueros.
Artículo publicado en el número 394 (páginas 123-125), septiembre 2020, de la revista Les Langues Néo-latines.
Leer la entrevista que El Pespunte le hizo a Eduardo Javier Pastor el pasado 26 de julio.

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