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El silencio de las/los cobardes

El silencio de las/los cobardes

Para estos días de confinamiento, permítanme unos comentarios sobre una de las más grandes películas del pasado siglo XX, de este siglo XXI, y de los siglos que vengan. No soy crítico de cine ni lo pretendo. Tan sólo es eso, un comentario. 

Cuando William Wyler decidió dirigir la película que llevaría por título La calumnia (1961), el mundo comenzaba a adentrarse en una década que estaría marcada por profundos y decisivos movimientos sociales y políticos, movimientos que una gran parte de Hollywood se negó a plasmar en sus producciones. Aquella otra parte, la cual no por menos numerosa resultó menos importante, y en la que se incluyó por decisión propia el citado director, decidió ir más allá de entretenidas comedias de oficinas de empresa, hogares entrañables,y finales más que previsibles.

La trama de LaCalumnia transcurre en una escuela para señoritas de alta clase. Esta escuela es dirigida por dos jóvenes profesoras, unidas por una profundad amistad desde sus años de universidad. Ellas se encargan de la economía, la cocina y la limpieza, así como también imparten las clases e incluso cuidan de las alumnas cuando alguna cae enferma, ya que una gran mayoría de estas alumnas permanecen internas en el centro durante el curso. Y es tras la última clase de un viernes cuando todo se viene abajo. Una de las alumnas es amonestada por la profesora ante sus compañeras, y la niña amonestada decide tomar venganza. ¿De qué manera? Pues la criatura, montada en un lujoso automóvil que la lleva a la mansión familiar para pasar el fin de semana, no encuentra otro modo que el de acercarse a su acompañante, su abuela, y susurrarle unas palabras que, a pesar de sus ochenta ya cumplidos, la ponen al instante tiesa como un palo y con los ojos como platos.

Ya en sus aposentos y una vez recuperada de la gran impresión, la ricachona abuela se pone en acción a golpe de teléfono y agenda en mano. Extendido el susurro, las profesoras ven impotentes, boquiabiertas, cómo las alumnas, una a una, comienzan a abandonar la escuela por mandato de sus padres, y estos mismos padres van a recoger a sus hijas sin dar la más mínima explicación de su decisión, respondiendo a las preguntas de las profesoras con silencio. Este silencio va afectando de manera muy distinta a cada una de ellas, ya que, una vez pasadas unas semanas y puestas al corriente sobre aquello que se dice, aquello que se cuenta en toda la ciudad referente a su relación, vamos siendo conscientes de la realidad. Una realidad en la que si para una de las profesoras todo es una sucia mentira a la que hay que desmontar con pruebas ante un tribunal de justicia, para la otra esta mentira, este rumor que las está llevando a la exclusión social y profesional, no deja de ser un oculto y amordazado secreto incrustado en su interior. Porque el pecado recae tanto en aquella persona que cede ante las tentaciones del maligno en obra, como en aquella otra que lo hace cediendo en pensamiento y deseo.

Antes de que esta ficción llegara a los cines se escenificó en los teatros de EE.UU. La autora fue Lillian Hellman, quien escribió esta maravillosa obra teatral en 1934 bajo el título de The Children´s Hour, siendo estrenada ese mismo año. Hoy día esta historia es injustamente más recordada por la película que por el texto teatral, quedando una vez más el nombre de una magnífica dramaturga en el olvido, dramaturga que construyó un conflicto interno en una profesora que ve cómo una calumnia destroza el trabajo, el proyecto y las ilusiones de ella y su socia, pero a su vez, esta falsedad inventada por una niña lleva en sí, aún sin saberlo su embustera creadora, una parte de verdad, ya que ella siente algo más que una amistad por su amiga.

Dejo en manos de posibles futuras lectoras o futuros lectores de estas líneas conocer o no el desenlace de esta historia. Sé muy bien que son pocas las personas que conocen esta película. En certámenes en los que se proyectan películas en las que no se refleja o muestra la típica relación sentimental, amorosa o sexual entre hombre y mujer, o mujer y hombre, sino que se muestra entre hombre y hombre, o mujer y mujer, no suele hablarse de La calumnia.Y entiendo que así sea. ¿Por qué? Describo una escena de la película:

La escuela, totalmente vacía. En el salón, las dos profesoras. Tras una fuerte discusión, una de las profesoras ha convencido a su compañera para salir a la calle y enfrentarse a la ciudad. El argumento que ha utilizado para convencerla no ha sido otro que el de no hemos hecho nada de lo que avergonzarnos. Somos inocentes. Y lleva toda la razón, pero esta profesora no sabela tremenda lucha que lleva su compañera por dentro. Se ponen en pie y caminan hacia la puerta.Una abre y afuera corre algo de brisa. Ponen un pie en la calle, y van a poner el segundo cuando una camioneta se detiene justo enfrente. Es una camioneta vieja, que no ha parado el motor. En su interior hay un grupo formado por hombres de piel agrietada por el sol y la lluvia y vestidos con monos de trabajo. Las dos mujeres, ante los hombres que las miran fijamente desde el interior de la camioneta, se paran en seco. Dan un paso atrás, y después dan otro. Cierran la puerta y se quedan ahí, tras la puerta. Tras un tiempo se dirigen a la ventana, mueven el visillo con cuidado, y ahí permanece aún la camioneta, con el motor en marcha, y con los ojos de los ocupantes clavados ahora en la puerta de la escuela.

Esta escena es la clara muestra de por qué hoy día no se hace mención de esta película en los certámenes antes citados. Y es que Lillian Hellman en su texto, y William Wyler en su versión cinematográfica,mostraron cómo la maldad y la bajeza a la que puede llegar todo hombre o mujer no entienden de clases, razas o posturas políticas. A diferencia de directoras y directores de buen rollito (tú, concejal o concejala, dame una buena subvención y yo expondré en mi película que los otros y otras son los malos), a diferencia de directoras y directores más preocupados en criticar a la burguesía (aun viviendo y saliendo de copas en sus mismos barrios burgueses) y en criticar a la extrema derecha o a la extrema izquierda, a diferencia de todo eso, Lillian Hellman y William Wyler mostraron en sus trabajos que tan canalla y miserable puede llegar a ser un tipejo de derechas como un tipejo de izquierdas; tanto una abuelita desde su mansión a golpe de teléfono y agenda en mano, como un grupo de obreros que han decidido parar un rato frente a la casa de las dos bolleras antes de ir a cumplir la jornada laboral.

De indudable valía han sido y son hoy día todo tipo de certámenes que luchan por la dignidad y derechos de las personas gay, lesbianas o transexuales, pero en este escrito he pretendido centrarme en el fácil, engañoso o ventajoso posicionamiento en el que se sitúan directoras y directores que participan con sus películas bien ya subvencionadas, o bien en busca de una futura subvención. A la hora de trabajar la señora Hellman no se preocupaba porque la incluyeran en una u otra ideología, su preocupación estaba en mostrar las luces y sombras de toda alma humana, sus valentías y sus miedos, y así lo llevó a las pantallas de cine tiempo después William Wyler. Ignoro si llegaron a conocerse personalmente, pero lo que sí sé es que ambos no callaron en ninguno de sus trabajos, mostrando al mundo aquello que dijo en una ocasión un poeta asesinado en 1968:

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No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos. Martin Luther King

 

Álvaro Jiménez Angulo

 

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