Un siglo de lo de Talavera – Segundo tercio

Crónica sentimental de una ausencia eterna

PACO BOTAS: Ojú, ojú… Cómo se han puesto las cosas. Con lo que es José y cómo se le ha revuelto la gente. Y es que de todo se harta el personal. Hasta de jamón dicen que se harta uno. Eso dicen, porque yo no me he hartado aún… Porque José es eso; jamón. Y jamón del bueno. Pues nada, siendo jamón del bueno, ayer en Madrid le formaron lo que no tenían que formarle. Y a él le ha llegado dentro. Al alma. Se le ha medito dentro –que eso es lo del pecho- y a ver cuándo le sale ese dolor. Porque hoy lo van a estar esperando igual. De uñas. Con las lanzas afiladas. Y me parece a mí que ya no somos capaces de cambiarlas por cañas. Porque veo a José muy cansado. Y sobre todo con ese dolor que se le mete en el pecho y que es el demonio. El demonio de la gloria, que se le ha revuelto y lo está empitonando poco a poco. Y es que todo se paga en esta vida perra.

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José fue niño muy poco tiempo. Se hizo hombre a marchas forzadas. Primero porque en la casa quedaron de muy mala manera cuando murió el Señor Fernando Gómez. Y segundo porque estaría de Dios que José se hiciera hombre y torero cuando aún no tenía ni barba.

Empezó a hacerse hombre en Jerez de la Frontera, cuando le echaron al corral el segundo eral que tenía que matar aquella tarde. El segundo de su vida y al coral. Al primero lo pasaportó con una media delanterita tras dos pinchazos. Pero con el segundo no pudo. Los tres avisos de clarín. El guaseo del personal y la rabia que se comía a José por dentro. Con lo chiquitillo que era, 12 años mal cumplidos, y aquello no era un chiquillo. Aquello era una fiera, llorando, con la mirada muy triste y los puños apretados de la rabia que tenía. Ese día me parece a mí que se hizo hombre José. Y torero.

Porque ya, desde ahí, José empezó a ser hombre. Si no, mira lo que le pasó cuando lo contrató el guardia aquel que le decían el gindilla de la mujer del saco, que se llamaba Juan Martínez y que no había conocido la vergüenza.

Se llevó a José y a dos o tres más (a Pepete, a Limeño, al Almendro, al cuco y a esa gente) a Portugal y les pagaba una miseria. No sé si eran 10 reales o una cosa así. Una leché miga. Pues en la tercera becerrada, y con José ya triunfando, le dijo éste que se estaba quedando con sus dineros. Y  que así no podía ser. Pues 1000 pesetas para cada uno y una comisión para el gindilla. Dejó las cosas claras José. Y tenía 13 añitos.

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Con lo que gustaba el campo a José, y hasta eso le cansa. El toro en el campo, acosar con sus caballos —Pandereta y Porrito se llamaban los que les regaló don Eduardo Miura— o andar por libre, con sus cosas en la cabeza, por la dehesa, pisando los terrones… Y hasta eso ha aborrecido. Algo lo come por dentro. Y lo de Guadalupe… ¡qué cosa más desagradable!La prensa romántica le ha hecho también mucho daño a José. Si él es soltero, y triunfador, y rico, y joven… ¿No le van a gustar las mujeres? ¿Por qué regla de tres no tendría que ser así? Que si Adelita la Lulú, que si Eva Camacho, que si Consuelo Hidalgo, que si la Xirgu, que si la Argentinita. Dejadlo a él que briegue, que es muy nuevo y está en la edad. Pues nada, que lo han aburrido entre todos. Entre todos.

(Continuará)

Eduardo J. Pastor Rodríguez

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