Si yo fuera Kike Salas


Lo inexplicable, por fascinante, es más fácil de entender de lo que lo pintamos. Lo único que ocurre es que sorprendernos e indignarnos es un acto casi involuntario, obligatorio, una válvula de escape para la envidia, el deseo y cierto aire de superioridad que nos equipare, sin equipararnos, con el objeto de nuestra crítica. Esto suele acentuarse con las excentricidades de los ricos: En qué momento te compras un Q6 de color amarillo, quién te mandó a escoger el sendero de la toxicidad antes que el de la estabilidad, cuándo te pareció buena idea decirle al barbero que te hiciera ese corte o por qué pudiendo escoger de entre todos los relojes y cinturones siempre acabas adquiriendo los más grandes, extravagantes y llamativos. El mal gusto, aunque se nos olvide, es una opción tan lícita y realista como otra cualquiera.
A menudo la gente que dice ser comprensiva no se pone de verdad en la piel de las otras personas. Practica una empatía parcial que consiste en juzgar las acciones de los demás desde su posición actual, cuando es precisamente el lugar que ocupas, tu contexto, el que aporta las coordenadas de una actuación. Ponerte en el lugar o en la piel de alguien no es relatar cómo hubieras obrado desde tu ubicación, sino desde la suya, y eso ya es un ejercicio más complicado. Si siempre es más fácil ser valiente a toro pasado, también es más sencillo mantenerse sobrio cuando no te ofrecen ciertos cálices.
Esta semana hemos conocido que Kike Salas, jugador de 22 años del Sevilla, se dedicó en la recta final de la temporada pasada a forzar de manera deliberada tarjetas amarillas mientras sus colegas, unos visionarios, apostaban a que el colegiado le mostraría la cartulina. Un plan sin fisuras si no fuera por lo peregrino de la carambola y porque los lumbreras, lejos de quedarse en lo anecdótico, lo repitieron durante varias jornadas sin ser capaces de llegar a la conclusión de la anomalía que suponía que se emitiese cada fin de semana la misma combinación ganadora desde un punto muy concreto de la provincia sevillana. Nah, seguro que nadie se cata, seguro que todo el mundo cree que han nacido unos fuera de serie de la pronosticación. La avaricia rompe el saco, la torpeza de los listillos agujerea a la sinrazón.
Ya lo sé, parece absurdo que un chaval que cobra 360.000 lereles por temporada se arriesgue a tirar su carrera por la borda para que sus chavales ganen 9.000 euros. Qué falta le hacía, para qué se mete en hacer el cafre de esa manera. He estado dándole vuelta a cuáles pueden ser los motivos que le empujasen a hacer el carajote a estos niveles. Puede andar detrás el gen niñato, el célebre haber salido del barrio, pero negarte a que el barrio salga de ti. Las ganas de adrenalina, de hacerte el gallo delante de la pandilla. Este punto me interesa especialmente; lo que ha hecho este chico no deja de ser un gesto de amistad, uno innoble, bobo y sancionable, pero de amistad, al fin y al cabo. A lo mejor era simple rebeldía, querer volver por un momento a esos tiempos de riñonera, litrona y ruleta en el pueblo, a esa libertad ociosa de muchos jóvenes que se enganchan al Bet365 y se convierten en analistas cutres. «Le he metido a que en el Chelsea-Newcastle hay más de ocho córners. Qué güena hermano, bomba. Esa la pillas fijo». Esta tribu chandalera da la misma o incluso más pena que los criptobros.
O no, quién sabe, probablemente solo formara parte de un juego, un reto, un ‘no hay huevos’ en el que una inmadurez preñada de éxito y sueños cumplidos hizo que no advirtiera en el berenjenal en el que se estaba metiendo. O quizás únicamente surgiera del aburrimiento, de esa tendencia tan joven y tan humana que nos hace inquietarnos cuando todo va demasiado bien, la que nos incita a torcer deliberadamente las cosas, a coquetear con el fuego, a andar en el alambre.
Sea como fuere, queda claro que el canterano ha actuado mal, dando un ejemplo nefasto y antideportivo, que sin duda le acarreará consecuencias. No obstante, y relativizando su pecado, habría que ver qué burradas harían más de uno con 22 tacos en su pellejo. Espero que de ahora en adelante lo empiecen a asesorar mejor y comience a hacer cosas de futbolista normal como comprarse un deportivo color chillón, un neceser Luis Vuitton o invitar a sus colegas al María Trifulca. Me imagino ahí a la pandilla apostando a ver cuánto es el precio de la cuenta.
Quiero pensar que ha sido una chiquillada de la que aprenderá, que será capaz de ver que esto, que parece que se va a quedar en amarilla, podría haber supuesto la expulsión. Iba a decir que espero que le vaya bien, pero vamos a dejarlo en que no le vaya mal, aunque desde luego que se merece lo que venga, por tramposo y chapucero. He intentado ponerme en su piel, siendo indulgente, y lo cierto es que me ha costado. Porque si yo fuera Kike Salas dudo mucho que me hubiera prestado a lo de los amaños, lo que tengo claro es que no jugaría en el Sevilla. Pero no soy él, ni cobro 360.000 al año.

EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.