Ser bueno es cosa de listos
La inteligencia emocional ha puesto de manifiesto la importancia de la empatía entre las personas para la creación de unas relaciones más humanas y sólidas, capaces de reportar mayores cotas de felicidad. Esa empatía podría definirse como la capacidad para ponernos en los zapatos de los demás.
Sin embargo, la neurociencia ha descubierto algo todavía más beneficioso que está dejando poco a poco a la comunidad científica asombrada: la compasión.
La compasión no sólo es querer entender al otro, sino vivir el pathos de los demás, sentir con ellos y tener el compromiso de acompañar su desarrollo y crecimiento. Los neurólogos, psicólogos y psiquiatras coinciden en afirmar que la empatía y la compasión activan circuitos cerebrales diferentes. Hoy sabemos que la compasión pertenece a un estadio superior que va de dos manos entrañables: la amabilidad y la ternura.
La compasión, la amabilidad y la ternura hacen que mejoren nuestro bienestar emocional, nuestra salud y hasta nuestros resultados académicos o laborales. Ellas contribuyen a que la mente se calme y disminuya el estrés, la ansiedad y la depresión. Además, activan la zona motora del cerebro, ésa que te capacita para no cruzarte de brazos, sino para moverte responsablemente y con sabiduría en la tarea de aliviar el sufrimiento de quienes te rodean.
La compasión tiene un doble movimiento, hacia uno mismo y hacia los demás. Es muy importante ser compasivos con nosotros mismos y con nuestra propia historia personal. Es necesario hablarse bien a uno mismo, introyectar amor en el hondón de nuestras heridas, dar contexto y perspectiva a nuestros errores, tener con nosotros mismos mucho humor y mala memoria. Cuando esto ocurre, entonces podemos mirar afuera compasivamente, porque nadie ve las cosas como son, sino como somos.
Cultivar la compasión es mucho más eficaz que vivir centrado en uno mismo, porque esa compasión es la llave de la felicidad y te da acceso a los circuitos neuronales que pueden cambiar tu día a día y darle la vuelta a tu vida. Es decir, te da acceso a la expansión de tu propia consciencia a tu crecimiento y maduración como persona.
En definitiva, la ciencia hoy está en condiciones de afirmar con rotundidad que la compasión es la base de un cerebro sano. ¡Todo funciona mejor cuando somos buenos! Estos estudios recientes parece que no le dan la razón Nietzsche, quien despreciaba a la compasión y afirmaba que la guerra y el valor habían hecho más por la humanidad. Para el filósofo alemán y su darwinismo social, la compasión es una especie de enfermedad que da cabida a gente débil, enferma y vulnerable, lo cual ralentiza la aparición del superhombre.
En cambio, cuando Jesús define al Padre afirma que es “compasivo”, y nos dice “sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lc 6, 36). Lo que nos hace superhombres no es ser aguerridos, sino compasivos. Hay que tener mucho valor para no desmayar en promover el bien sinceramente. Todas las grandes religiones coinciden también en este convencimiento tan arraigado en el corazón humano de todos los tiempos y culturas: hemos sido creados para amar. En el amor se esclarece el sentido profundo de nuestra vida. La ciencia también lo dice a su modo: el hombre es cooperativo de modo innato. El judeocristianismo y el Islam coinciden en que, en el último día, sencillamente se nos preguntará qué hicimos con tanto amor como somos capaces de dar. Creo que todos, con fe o sin ella, al final de nuestra vida nos haremos esta pregunta, porque es la que responde a nuestra verdadera naturaleza.
Una forma de cultivar la compasión podría ser precisamente ésta, muy en plan memento mori: pon delante de ti aquello que te está haciendo dudar, preocupando, robando la paz o te tiene subido en la cresta de una ola de rencor; y, una vez que lo visualices, imagina que estás en la cama justo antes de morir, recordando ese momento. Bien, ahora viene la pregunta… ¿Qué te gustaría haber hecho? Te garantizo que las grandes alegrías te vendrán de las respuestas decididas que le des a esa pregunta.
Por eso, acaricia con tus palabras, bendice con tus pensamientos, sé amable con tus gestos, llena tus manos de ternura y abre tus brazos cuanto puedas. ¡Es cosa de listos!
A DIOS ROGANDO
Teólogo, terapeuta y Director General de Grupo Guadalsalus, Medical Saniger y Life Ayuda y Formación.