Sequías de otros tiempos

Sequías siempre las ha habido. Hoy El Pespunte recoge la noticia de que hay preocupación por la escasez de agua que rebajará las previsiones de la cosecha de aceitunas en la presente campaña por debajo de la media.

He conocido sequías y sé el daño moral que puede generar en las personas y el quebranto económico en las cuentas de muchas familias de agricultores. Era entonces un niño y no consciente del deterioro que producía la sed de agua en la producción agrícola. Pero pasados unos años, ya adulto, sufrí  la sensación angustiosa que produce el paso de los días, y meses, sin  ver caer una sola gota. Ocurrió en los años 40 y 50 y empezó en “La Retama”.

La Retama

Excepto sus propietarios y trabajadores, pocas personas más conocerán este Cortijo. Para llegar hasta él hay que atravesar los arroyos Salado y Peinado, y por lo que puedo recordar, se sitúa al oeste, o tal vez al suroeste de Osuna. Yo lo conocí bien y lo recuerdo con bastante claridad.

No voy a hacer una descripción del mismo, pues ni yo lo haría bien ni persona alguna tendría gusto en leerla. Pero si alguien tiene interés, a pocos Km. puede obtener una descripción visual con la meticulosidad que le permita su capacidad observadora.

Tengo el nombre de “Caro” como único recuerdo del dueño del cortijo. Mi padre se  lo había alquilado por un periodo de seis años y yo empecé allí mis primeras faenas agrícolas.

Y vamos a la sequía. Recuerdo épocas de fuertes precipitaciones en los años 1940 al 44, que proporcionaron abundantes cosechas. Pero la naturaleza es caprichosa y en el 45 sembró el desconcierto y el estupor en la región. Dejó bien claro que el agricultor tiene que pasar de vez en cuando por el suplicio de la sequía y sus consecuencias en forma de quebranto pecuniario. Una mies que no levantó dos palmos y espigas vacías, fue el resultado del estiaje.

Pero la climatología no conoce mesura y en el siguiente año, 1946, abrió sus fuentes desparramando sus caudales sin ley ocasionando bastantes complicaciones en los quehaceres del labrador. No obstante, todo hay que decirlo, la rentabilidad recogida fue gratamente compensatoria.

El Ángel y El Molino,  dos cortijos propiedad de la señorita Aparicio , fue nuestro destino tras abandonar La Retama. Precisamente en la transición  tomé yo el mío propio , pues tenía yo mi puntería puesta en otra diana, otras miras que me decidieron a alejarme del campo. Pero no es de mí que de quien tengo que hablar. Continuemos con la sequía.

El tiempo atmosférico no pone límites a sus veleidades y en los siguientes años reafirmó su voluble comportamiento golpeando a la agricultura con su recalcitrante cicatería hídrica y, esta vez, no se conformó con privarla del preciado líquido un año, sino que propició  sequías alternativas de diversas intensidades durante muchos de ellos. Sabido es que la sequía es azote del campesino y en estos años trajo desolación y ruina, obligando a muchos  a abandonar sus actividades agrarias.

Yo huí del campo, pero en mi larga vida he oído hablar de sequías y del  proverbial dicho: “El agricultor se pasa la vida mirando al cielo” . Y no es una pose, es la actitud expectante ante la arbitrariedad que pone en jaque su subsistencia.

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Fotos: dos de mis hermanos en la tarea de recolección en “El Ángel”.

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