Sangrefría

Bicheando –curioseando- en internet fui a parar a Antonio Hernández. Y me paré en él. Me paré porque este escritor me era más cercano que otros. Y lo era porque Antonio Hernández estuvo en Osuna. Fue el 1 de diciembre del 2011, en la Casa de la Cultura, en un Encuentro Poético organizado por Unicaja. En la mesa estaban solamente él –que ya en aquella fecha era Premio Nacional de Poesía y tenía un currículum respetable- y José García Pérez-otro escritor y poeta malagueño-. Yo estuve en aquel acto y, como ya me había pasado otras veces con presentaciones de libros, conferencias, teatros…, sentí vergüenza ajena por la escasa asistencia de público –escasísima, para mayor precisión-.

Al final del acto me acerqué a que me firmase un libro suyo que yo llevaba de casa –Con tres heridas yo-. Y tal vez por ser la única persona que se acercó y/o por contarle yo que también a veces me atrevía a hacer versos, me preguntaron que dónde podían picar algo en Osuna, así a modo de cena. Y me invitaron a ir con ellos. Los llevé al Mesón del Duque. Yo, a pesar de mi edad, flipando en colores, pues acompañaba a y alternaba ni más ni menos que con un Premio Nacional de Poesía. Después, dijeron de tomar una copa. Y nos fuimos paseando y conversando tranquilamente por la Carrera adelante, el Arco de la Pastora y Alfonso XII abajo hasta el Pub Bibendum, donde estuvimos tomando dicha copa hasta las 2 de la madrugada. Hablamos de todo: de poesía, de política, de mujeres… -aunque decir hoy que se ha hablado “de mujeres” sea políticamente incorrecto-. Y si el rey inglés Ricardo III dijo aquello tan famoso de “mi reino por un caballo”, yo hubiese dado lo que fuese por tener una foto –o dos- de aquella ocasión, pues no acababa de creerme lo que me estaba sucediendo, aunque, al igual que no llevaba coche, tampoco llevaba cámara de fotos y, aunque la hubiese llevado, no hubiese osado sacarla, pues hubiese sido a buen seguro una catetada que hubiese roto la especial atmósfera de aquella noche. Y, por último, los acompañé por las callejuelas del Lejío hasta la esquina de la calle San Pedro, donde nos despedimos, pues tenían habitación en el hotel del Marqués.

Pues ya que me topé en internet con Antonio Hernández, busqué obras suyas y, como los caminos de internet también son inescrutables, di con tres novelas suyas, faceta esta, la de narrador, que no le conocía. Me llamó la atención, no recuerdo por qué, la llamada Sangrefría –Premio Andalucía de Novela 1994-. Y si no me descubrí o no me descubrí totalmente ante su libro de poesía citado –para la poesía soy muy pelilloso-, sí me descubro con un sombrerazo y un chapó total ante esta novela.

Magnífica. Entretenida. Divertida y dramática a la vez. La acción se sitúa en los años inmediatos a las primeras elecciones generales en España (1977), en una corrida en la plaza de toros del Puerto de Santa María, un mano a mano entre Ojeda, torero de Sanlúcar de Barrameda, y Manuel Maroto, “Manolo”, torero gitano de Jerez de la Frontera –que, sin saber yo nada de toros pero por los datos que va dando el narrador, juraría que es el trasunto de Rafael de Paula-. Durante dicha corrida, Sangrefría, apodo del mozo de espadas, apoderado y amigo de Manolo, va recordando las andanzas, anécdotas e historias suyas, del maestro y de toda la cuadrilla, tanto en lo profesional como en las vidas particulares de cada uno. Y, así como de paso, pero constituyendo un fresco o fondo que impregna toda la novela, va dando su visión no solo del mundo del toreo, sino del mundo gitano, del matrimonio y las relaciones hombre-mujer, del paso del tiempo, de la muerte, de la homosexualidad, del flamenco, de las supersticiones…

Antonio Hernández utiliza un lenguaje coloquial y popular, plagado de dichos, refranes, símiles, comparaciones… con el que consigue un texto barroco, hiperbólico, lleno de gracia y de ecos del género picaresco. Y decía que la novela era también dramática, porque sus personajes no son héroes ni triunfadores, son supervivientes, van sobreviviendo con lo que sale en el mundo del toro y con otra serie de actividades que, en muchos casos, terminan mal y, en otros casos, si no son claramente delictivas, bordean la legalidad.

Y, para terminar y no extenderme más, varios “por cierto”.

Por cierto, que la novela me costó 2 euros más 99 céntimos de gastos de envío, lo que, traducido, quiere decir que el que no lee es porque no quiere, no por motivos económicos.

Por cierto, que Osuna es citada en la novela, en la página 95, brevemente y con un dicho que no he oído nunca ni entiendo: tiene más trampas que un tigre en Osuna.

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Por cierto, que ahora me voy a pedir, del mismo autor, Vestida de novia, sobre la vida de una bailaora flamenca. Y espero disfrutar tanto como con Sangrefría.

Antonio G. Ojeda

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