Rodríguez Marín y el Ateneo de Sevilla. O el Ateneo de Sevilla y Rodríguez Marín

Francisco Rodríguez Marín (Osuna, 1855 – Madrid, 1943) ejerció el periodismo y la abogacía antes de ocupar los cargos de director de la Real Academia Española, la dirección de la Biblioteca Nacional, académico de la Real Academia de la Historia y de Buenas Letras de Sevilla, entre otros muchos.

Nada más llegar a Sevilla en su época universitaria se inicia en la poesía y la intercala con su faceta de folclorista, que le hacen unirse a una tertulia literaria denominada “La Genuina”, que con el tiempo se transformó en el Ateneo Hispalense por lo que vivió de primera mano su fundación.

El ursaonense fue, según Ángel Olavarría, “un ateneísta distinguido”, que presidió la institución en el curso 1900/1901 y llegó a ser distinguido posteriormente como presidente honorario.

Con el tiempo, el decimocuarto presidente del Ateneo se erigió en líder en un momento en el que una profunda crisis azotó al organismo  y le escribió a Menéndez Pelayo que “mi docilidad me hizo aceptar la presidencia del Ateneo, que era, desde hacía años, un cadáver galvanizado y entre las manos se me está muriendo, de lo que aquí se muere todo lo que se roza con las letras, de inanición. Tengo el natural deseo de sacarlo adelante y aunque para conseguirlo trabajo lo indecible, desconfío del resultado…”

El ilustre cervantista presidió la sección de Literatura de una institución que pervive aún en nuestros días. Fue muy querido en este organismo que le organizó un almuerzo en su honor para celebrar un premio concedido por la Real Academia Española de la Lengua en 1905, así como por su designación como académico y otro también con motivo del centenario de su nacimiento.

Uno de los homenajes lo organizó el Ateneo en enero de 1906 en el sevillano Hotel de París para celebrar su nombramiento de académico de número. Se dieron cita el gobernador, los alcaldes de Sevilla y Osuna (Cayetano Luca de Tena y Antonio Hidalgo Domínguez), el presidente de la Diputación Provincial (Manuel Clavijo y Torres), representantes en Cortes, académicos, ateneístas, directores de la prensa local y el fiscal de Su Majestad, entre otros muchos.

Sevilla, a quien el Bachiller de Osuna, le dedicó un conocido soneto que comenzaba con “Roma triunfante en ánimo y grandeza”, premió su fidelidad nombrándole hijo adoptivo en 1905, siempre con Cervantes en el trasfondo de todo. Quedaba desde entonces en deuda “para con la ciudad tan noble y generosa” y comparte el gozo puesto que “sevillana es por su asunto la novela de Cervantes titulada Rinconete y Cortadillo, escrita en Sevilla, y en Sevilla preparé y compuse mi estudio acerca de ella…”

Sevilla y el Ateneo. El Ateneo y Sevilla. Denominó al Ateneo como “mi segunda casa, mi otra amorosa familia”, donde habitan personas “de entendimientos nobilísimos, enamorados del bien, de la verdad y de la belleza…”

A pesar de su ingente trabajo desempeñado, siempre tenía palabras de elogio en las que

acentuaba su predilección por la docta casa. “Con el Ateneo de Sevilla há (sic) mucho tiempo que yo no tengo cuentas: hay entre él y yo un acervo común de afectos, y yo sé que salgo muy ganancioso en este amistoso desbarajuste y esta carencia de contabilidad”.

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Se aprecia la correspondencia en esa simpatía, puesto que el Ateneo solicitó al Ayuntamiento de Sevilla que se le dedicase una glorieta en el célebre Parque de María Luisa. Su primera intención, de ahí el diseño, fue que siempre estuviera al servicio de todos los paseantes la “fecunda producción del excelso maestro” para que pudiese ser disfrutada y estudiada.

Además el Ateneo proclamó un concurso literario que premiaría al mejor texto sobre la figura de Rodríguez Marín, que fue a caer en manos de Rafael Laffón, miembro de la Generación del 27, lo que da una buena muestra de la celebridad y la consideración que se le tenía a este Hijo Predilecto de Osuna.

Arcadio Torres

 

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