Robots asesinos

Hace unos días me llegó un vídeo escalofriante. Debió ser grabado en una feria de la industria armamentística. Desde un escenario, un muchacho atractivo y con cara de buena persona muestra al público un nuevo producto producido por la empresa que representa. Se trata de un dron muy pequeño, tanto que no sobresale de la palma de la mano. El artefacto revolotea a su alrededor como inocente pajarillo. Uno piensa que está teledirigido, pero no: es autónomo, producto de la inteligencia artificial, se pilota a sí mismo por medio de las cámaras y los sensores que incorpora y de un procesador capaz de actuar cien veces más rápido que un ser humano. El muchacho, muy ágil, intenta atraparlo y el dron reacciona a tiempo de esquivar su mano. Se oyen exclamaciones admirativas y aplausos provenientes del público. Pero el público todavía no ha visto nada. El diabólico artefacto contiene también un sistema de reconocimiento facial, como cualquier móvil actual, y varios gramos de carga explosiva. Todo esto lo cuenta el vendedor de manera muy seductora, como si nos estuviera vendiendo el mejor electrodoméstico del mundo, un artículo que va a hacer nuestra vida más fácil. De esta manera, y según se contempla en este vídeo aterrador, el dron, una vez activado, busca la forma de aproximarse de la manera más segura para él a la persona-objetivo, ya localizada gracias al reconocimiento facial, y se estrella a tremenda velocidad en mitad de su frente, produciendo, así, una muerte segura. Le dará igual lo que la persona-objetivo esté haciendo o la gente de la que esté rodeada, niños, por ejemplo. En palabras del vendedor, la pequeña carga explosiva es suficiente para penetrar en el cráneo del atacado y «destruir su contenido». Ni el inventor de la dinamita, el señor Alfred Nobel —el mismo que instauró los célebres premios para aligerar sus cargos de conciencia—, pudo imaginar un arma tan lesiva para personas inocentes, pues bastará tener un alto parecido con el individuo perseguido para ser víctima de un ataque y acabar siendo asesinado por un artefacto capaz de tomar decisiones de manera maquinal, autónoma e insensible.
¿Qué garantías tiene el ejército que libere un dron de este tipo de que va a actuar solo contra la persona que se persigue? ¿Cuántas víctimas inocentes producirá su uso? Pero lo peor de todo, lo más preocupante para nuestro futuro, es el uso que van a hacer de estas armas autónomas las mentes enfermas y los regímenes dictatoriales, que, tras pasar por caja, van a poder liberar verdaderos enjambres de drones.
Organismos internacionales, como el Comité Internacional de la Cruz Roja, ya se han pronunciado sobre estas armas e intentan reglamentar su uso. En su día hicieron lo mismo con otras invenciones diabólicas, como las minas antipersonas y las bombas de racimo. Por muy pacifista y bienintencionado que uno sea, sabe que las guerras van a seguir. Mientras exista la industria armamentística, que tiene su mercado en la guerra misma, y haya territorios apetecidos por las grandes potencias habrá conflictos armados. Esta desgracia parece inevitable. Pero ahora, con estos drones asesinos robotizados, se da un paso más, y abrumador, hacia el fin de las libertades individuales. Imagínense el control de la disidencia del pensamiento único que existirá en el futuro, esa disidencia tan necesaria para que conservemos la libertad, la misma que ha escrito algunas de las páginas más dignificadoras de nuestra historia.
Debemos unirnos todos, personas y organismos, para impedir la fabricación y la venta de este tipo de armas autónomas, capaces de tomar decisiones de manera fría y deshumanizada, desconectadas de sentimientos tan necesarios como la piedad y la empatía.
El día que desaparezca completamente el factor humano estaremos perdidos.
La imagen proviene de icrc.org.
Víctor Espuny.