Resucitar en la Tierra
QUIERO CURARTE
Médico de pueblo. Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. Médico Ilustre del Real e Ilustre Colegio Oficial de Médicos de la provincia de Sevilla.
Autor del Blog: www.medicorural.es
Tras el reciente recogimiento de la Semana Santa, los cristianos celebran con satisfacción la Pascua de Resurrección, ese momento culminante en el que la vida vence a la muerte. Pero, a veces, la resurrección no se queda en el simbolismo o en la fe, sino que ocurre aquí, entre nosotros, en un cuarto pequeño, casi a oscuras, donde una persona ha dejado de respirar y el corazón ha cesado su latido. Allí, en medio del desconcierto, la muerte se vuelve temporal.
Hace pocos días, en una de esas guardias interminables de 24 horas que muchos consideran anacrónicas pero que todavía existen —y más en los pueblos—, nos llegó una llamada urgente del centro coordinador de emergencias: persona joven en parada cardiorrespiratoria. En cinco minutos estábamos allí. Éramos un equipo pequeño, pero que debe saber un poco de todo: médico, residente, enfermera y técnico. Lo dejamos todo —los niños con fiebre, los resfriados, los lumbagos— y salimos sin mirar atrás.
La escena era impactante: una habitación pequeña, sin apenas luz, con los gritos desgarradores de los familiares rompiendo el aire. Un cuerpo en el suelo, ya azulado, sin pulso, sin respiración. Un familiar, que sabía realizar maniobras de reanimación cardiopulmonar básica, ya las había iniciado con determinación y sangre fría. Esa intervención inicial fue clave, porque cuando el corazón se detiene, cada segundo cuenta. La diferencia entre la vida y la muerte, entre la recuperación total y el daño cerebral irreversible, se juega en los primeros minutos.
Y, aunque nosotros no somos un equipo especializado en reanimación avanzada, actuamos como si lo fuéramos. Vía aérea, respiración, circulación: la famosa A-B-C de la emergencia. Cada uno sabía su parte, cada gesto coordinado, cada descarga eléctrica del desfibrilador en el domicilio fue una apuesta contra la muerte. En esos momentos no hay tiempo para la duda: la experiencia, la formación y, sobre todo, el trabajo en equipo hace que la atención fluya.
Lo que no aparece en los manuales es cómo mover a una persona de gran peso desde el suelo a una camilla, en un cuarto estrecho y lleno de estremecimiento. Tampoco te enseñan cómo sacar a esa persona, aún sin latido autónomo normal, por un pasillo angosto entre lágrimas, miedo y esperanza. Ahí fue fundamental también la ayuda de los vecinos, espontáneos y solidarios, que no se limitaron a mirar, sino que aportaron brazos y ánimo.
Tras casi treinta minutos de maniobras, salimos hacia el hospital con un paciente con pulso, con respiración. Días después supimos que no solo sobrevivió, sino que lo hizo sin secuelas neurológicas. Como si la muerte hubiera sido solo una interrupción breve, una pausa inesperada de la vida.
A eso lo llamo yo una resurrección. Sin dogmas, sin liturgias, sin necesidad de fe sobrenatural, aunque también cabría. Porque lo esencial aquí fue el conocimiento, la reacción inmediata y, sobre todo, la cadena de solidaridad: desde el familiar que no se paralizó, hasta los profesionales que hicimos lo que supimos con lo que teníamos y los vecinos que nos ayudaron.
Por eso me atrevo a decir que la resurrección existe. La hemos visto. Y, aunque no todos los finales son así de felices, vale la pena aprender a hacer una RCP básica. Porque la vida, a veces, da una segunda oportunidad. Pero hay que estar preparado para saber dársela.
Aprender a actuar ante una parada cardiorrespiratoria no debería ser exclusivo del personal sanitario. Todos deberíamos tener nociones básicas de RCP, porque puede ocurrirle a un desconocido, a un vecino o, incluso, a alguien a quien queremos. Y, cuando ocurre, no hay tiempo: hay que actuar antes de que llegue el equipo de emergencias.
La resurrección, a veces, no necesita milagros. Solo manos que sepan y corazones que no se rindan.
