Respetemos al maestro
Resulta curioso que, prácticamente, cien años más tarde, este titular, que aparecía en la portada del periódico local El Paleto el 30 de enero de 1922, pudiera copar la primera de cualquier rotativo en la actualidad. Poco hemos avanzado a este respecto y para muestra un botón.
Aunque parezca una cuestión actual, la figura del docente no ha recibido siempre la valoración, por parte de la sociedad, que debiera y años después los escenarios, en muchos casos, parecen ser los mismos. Versaba, entonces, El Paleto así:
“La sociedad, sin duda, desconoce lo trascendental que es la labor del maestro de primera enseñanza; de no ser así, ese desdén con que le trata es inexplicable. Si todos estuviesen percatados de lo que este modesto funcionario influye en el bienestar de los pueblos, seguramente le respetarían cual merece y le colocarían en el sitio preferente a que por justicia es acreedor. El maestro es el artífice por excelencia. No hay obra más complicada y difícil que la suya; él forma al hombre […]”.
Este fragmento de lo que se publicaba allá por 1922 pone de manifiesto la incapacidad de la sociedad de ver y poner en valor uno de los trabajos que más influencia tiene en el futuro de los pueblos:
“[…] En su humilde taller, la escuela, se lleva a cabo el más peligroso y difícil de los trabajos: desarrollar la embrionarias facultades mentales del niño, haciendo apta su inteligencia para discurrir y pensar; modelar infantiles corazones, encauzando y dirigiendo los sentimientos; dar firmeza y buen temple a las indecisas y frágiles voluntades, con lo que se forjan caracteres. En la escuela es donde los tiernos cerebros reciben los primeros halagos de las ciencias, los primeros conocimientos e ideas, base sólida de toda superior cultura, y en donde se señalan las sendas que han de conducir a los esplendorosos lugares de la ilustración. En la escuela, por fin, es donde al hombre se le prepara a ser hombre […]”.
Y es que, “aquel que no conoce su historia, está condenado a repetirla”. Y eso es lo que parece estar pasando en los últimos tiempos en los que la educación sigue sin recibir el valor que merece tal y como ocurría en el siglo pasado. Escritores, pensadores, literatos, historiadores o filósofos, como Albert Camus, han reflexionado extensa e intensamente sobre esta cuestión hasta el punto de que el propio Camus al recibir el premio Nobel de Literatura, además de a su madre, agradeció a su maestro la labor que había realizado para que ese momento que estaba teniendo lugar se convirtiera en cierto y real.
El Paleto, por su parte, en el primer tercio del siglo XX, mostraba claramente una actitud regeneracionista buscando el avance de España y de Osuna, por medio de la mejora material y cultural de sus ciudadanos. Y así lo ponía de manifiesto al afirmar que:
“[…] La grandeza y poderío de una nación van unidos a los progresos de su cultura; ésta tiene sus primeros manantiales en las escuelas. Los Estados que ciegan estas bienhechoras fuentes y son refractarios a nutrirse de su precioso líquido, son pobres, mezquinos, impotentes; están condenados irremisiblemente al decaimiento, a la ignorancia. […] La prosperidad y gloria de las naciones al maestro se deben […]”.
El regeneracionismo, con Joaquín Costa como máximo representante de este movimiento intelectual, o las misiones pedagógicas, respaldadas por la Institución Libre de Enseñanza que contó en su haber con personalidades como Antonio Machado o Federico García Lorca, entre otros, fueron algunos de los movimientos que, a lo largo de la historia, han pretendido dar a la educación el lugar que se merece.
En estos tiempos que corren, máxime con la situación sanitaria que nos acompaña, hemos de ser conscientes del peso y de la importancia que el sistema educativo tiene en nuestra sociedad. Aprendamos de los errores del pasado para no repetirlos en el presente, tal y como afirma el propio Marc Bloch cuando asevera que: “La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado”.
Como bien asegura El Paleto:
“[…] las inteligencias de los grandes genios, de los hombres eximios, de los que nos han de asombrar por sus talentos, por el humilde maestro antes que por nadie son amamantadas: los ciudadanos libres, honrados, inteligentes, activos y trabajadores, por la escuela y bajo la influencia y cuidados del educador han de pasar.
– No existe otro mal que la ignorancia, ni otro bien que la ciencia – decía Sócrates […]”.
María Jesús Moscoso Camúñez
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