Recuerde el alma dormida
¡Qué espectáculo de novedad son las Coplas de Jorge Manrique! Saber dar en la diana de la esencia y no seguir la última bandera de lo nuevo, aquí está el éxito de su mensaje siempre vivo. La vida como un río que fluye y la muerte como dadora de sentido y valor únicos a la existencia, lo engañoso de la apariencia y el abandono en brazos del sentido, el inconformismo que es lo único que llena al alma huérfana de sí misma y de Dios, la tumba como un acto de justicia inexorable que se cierne sobre el poder, la imagen y la gloria… Por muchos siglos que desemboquen en el mar, las Coplas de Manrique se escribirán siempre hoy.
Y hoy, las estadísticas dicen que aproximadamente un 95% de la población no se ha planteado de un modo serio el sentido de su vida, el “para qué”. No se trata de hacerte alguna vez esta pregunta, se trata de darle una respuesta que se transforme en una opción.
El que no sabe lo que quiere no puede ser feliz. Es así de sencillo. La mayoría de personas dicen que saben muy bien lo que quieren: «yo quiero que no le falte de nada a mi gente», «yo quiero trabajar para poder defenderme en la vida», «yo quiero salud para los míos»… Pero, ¿y el sentido de tu vida, cuál es? ¿Para qué te levantas temprano, trabajas tantas horas y soportas tantas ingratitudes? ¿Para qué has nacido? O, simplemente, ¿sigues creyendo que tu vida está marcada por un propósito y posee un sentido único?
Cuando uno vive sin mayores planteamientos, se suele decir que vive en piloto automático. Esto quiere decir que vive sin un proyecto que le ayude a encaminar sus pasos y a dotar de sentido y contexto sus avances, retrocesos, dificultades… Son gente que vive a medio gas, ahogada en sus muchos problemas y, lo que es peor, son gente que entiende que en eso consiste la realización personal, la estabilidad, la madurez y hasta la felicidad. Esta es la gente a la que Jesús de Nazaret compara con las “vírgenes necias” a las que encuentra dormidas a su regreso.
La gente que vive desilusionada a menudo suele ser la misma que espera que las cosas se arreglen solas o las arregle otro, mientras se victimizan y critican con los brazos caídos. No resuelven ni toman el control de sus vidas. En cambio, la gente que vive en actitud vigilante no espera jamás a que las cosas sucedan, sino que son ellas quienes toman una resolución. ¿Y qué es tomar una resolución? Tomar una resolución es decir “esto va a ser así”. Cortas el resto de posibilidades, quemas los barcos, derribas los puentes y te comprometes con tu decisión. No hay vuelta atrás.
El memento mori de los clásicos ha sido para eso un buen compañero de viaje. Los generales romanos desfilaban victoriosos mientras un sirvo les repetía “recuerda que morirás”. En la iglesia de la Santa Caridad de Sevilla, a izquierda y derecha de su entrada, Valdés Leal nos recuerda con el paroxismo barroco de sus pinceles este adagio que atravesó todo el medievo: en un abrir y cerrar de ojos… el fin de la gloria del mundo. No queda más respuesta que responder con otro latinazgo: Carpe diem.
Para mi gusto, la persona que mejor ha conocido el significado de esta frase fue don Miguel de Mañara. Aristócrata hasta la médula, no se quería ir de este mundo sin apurarlo como apuraba las botellas de los mejores vinos que llegaban a Sevilla. Pero según escribió su amigo, el Arcediano de Écija, Mañara tuvo un encuentro con la muerte. Le vio las orejas al lobo. La leyenda cuenta que contempló pasar su propio entierro una mañana temprano, viniendo de recogida. Leyenda o no, pensó que morir en ese estado era perder dos veces la misma vida. Y buscó en su interior dónde se encontraba la verdadera plenitud. ¡En el amor!, descubrió un día. Pensó que así, amando, sí que iba a disfrutar plenamente la vida, que ese era su carpe diem porque había nacido para responder al infinito amor recibido de Dios. Así que dedicó su vida y toda su fortuna a practicar las obras de misericordia. Don Miguel de Mañanara conoció el significado de desperdiciar la vida y de entregarla. Una le daba insatisfacción y lágrimas; la otra, felicidad. Las dos caras del carpe diem.
Y precisamente porque el tiempo vuela y merece la pena habitarlo, se hace urgente tomar el control de nuestra propia existencia para que no nos arrastren las corrientes ni entretengamos nuestra mente con las influencias que nada tienen que ver con nuestro propósito. Como dijera tan bellamente el más santo de los poetas…
Buscando mis amores,
yré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y passaré los fuertes y fronteras.
En definitiva, cuando somos conscientes, no inconscientes, de a dónde queremos ir, del para qué hemos nacido, entonces la vida cobra un sentido luminoso, porque se construye desde un propósito. Los logros y los fracasos, por igual, adquieren valor y significado en función de nuestro proyecto existencial. Y ese proyecto se convierte en un potente catalizador del cambio. Por eso «abive el seso y despierte», que la vida se nos derrama entre las manos sin que a penas podamos confesar que hemos vivido.
A DIOS ROGANDO
Teólogo, terapeuta y Director General de Grupo Guadalsalus, Medical Saniger y Life Ayuda y Formación.