Rectificar es de precario

La culpa ha pasado de moda, la responsabilidad ya está fuera de todos los planes de estudio. Ya no se mete la pata y el que te dice que la estás metiendo es un opresor que no piensa en tu salud mental. Fallar es un verbo obsoleto, equivocarse es una artimaña del pasado casposo que nos amordaza y nos intenta hacer de menos. Hemos creado una falsa perfección que únicamente se sustenta en el victimismo, el echar balones fuera. Eres perfecto e infalible, que nada ni nadie te haga pensar lo contrario. Así es, en la lucha contra los complejos hemos matado a la conciencia. De un plumazo nos hemos absuelto de la variable del error. Quien tiene boca no se equivoca, quien tiene boca rebate lo irrebatible para llevar razón. Y punto. Rectificar es de precarios.
Una sociedad que no cree en la posibilidad del error es una sociedad de hombres y mujeres blandengues. Y, el principal problema, es que esta doctrina de lo intachable se está fomentando desde nuestras instituciones, donde se ha instalado ese convencimiento pueril de que no hay alumnos que se los toquen a dos manos y sean más flojos que el peluquero de Roberto Carlos, solo hay profesores que les tienen manía. Al calor del populismo hemos rebajado la culpa y la responsabilidad a algo relativo. No hay culpables, solo entes malignos que conspiran contra nosotros. Lo hemos visto con la nueva ley educativa; los suspensos son una antigualla, repetir curso una costumbre prehistórica. En la escuela ahora sobre todo aprendes a llevar razón.
Es fácil. Primero sueltas la parida que te dé la gana sin ni siquiera haberla pensado, para qué, si alguien osa rebatirte, alzas la voz. Si te argumenta, echas mano de la indignación. Si te sigue argumentando, deslegitimas su opinión en base a su reaccionarismo. Y, en casos muy extremos, sacas a pasear tus derechos y hablas de complot contra tu persona. Nunca, repito, nunca, te bajes del burro. Eso es de blandengues. No levantes el pie del acelerador de tu verdad, sobre todo si te advirtieron de que errarías, sigue con ella, aunque todas las señales te indiquen que vas en contramano, aunque salte el airbag del raciocinio. Siempre hay alguien a quien culpar, siempre hay enemigos imaginarios a los que echarles el muerto de tu empecinamiento. Acude a los que vayan a ratificar tus teorías absurdas, enemístate con quien las ponga en duda.
Estamos creando una España de capullos y egoístas, de analfabetos y ególatras. La cultura ha pasado a un segundo plano y lo ha hecho porque ahora todo es más fácil. Ya nadie busca la verdad en el conocimiento y en los resultados, sino en uno mismo. La soberbia es un deporte mucho más divertido. Cada uno tiene su palabra, y esa palabra es ley. Los errores siguen ahí, pero al no reconocerlos, van destruyendo poco a poco nuestro civismo. Llevamos a último término nuestras creencias, aunque el resultado las acabe traicionando. Somos un algoritmo de Tik Tok con patas, siempre consumiendo todo lo que nos reafirme, lo que nos haga pensar que este mundo está hecho a nuestra medida. Somos perfectos. Unos perfectos idiotas.

Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.