Real Betis 1-2 Villarreal CF | Con la cabeza bien alta


En Sevilla, el Domingo de Ramos se tiñe de incienso, emoción y palmas al viento. Pero en este 13 de abril, también se tiñó de un sentimiento más denso y profundo, el de la derrota digna. Porque el Real Betis cayó, pero cayó de pie, tras librar una batalla de tú a tú ante un Villarreal que supo golpear cuando más dolía. El marcador final fue 1-2, pero el corazón del beticismo sigue intacto, latiendo con la fuerza de los que creen hasta el último segundo.
Ruibal encendió la llama
El Villamarín aún no había terminado de acomodarse en sus asientos cuando Aitor Ruibal levantó a todo un estadio con una volea maravillosa, precisa, violenta y poética desde el pico del área. Se ve que a Aitor le va eso de meterle goles de volea al Villarreal. Un gol de los que se gritan con las entrañas. Era el inicio soñado. Era el himno de la esperanza.
El Betis quiso seguir empujando, elevando su paso con la fuerza de un costalero en plenitud. Pero el fútbol, como la vida, a veces se resuelve en los pequeños detalles, en el desorden inesperado. Una jugada enmarañada tras un córner, un rechace, otro más… y Barry apareció con un remate cruzado que congeló el fervor. El 1-1 devolvía el equilibrio al partido.
Y lo peor estaba por venir. En los últimos compases de la primera parte, Diego Llorente cayó al suelo y no volvió a levantarse. El central, uno de los baluartes defensivos del equipo, tuvo que salir en camilla, entre gestos de dolor que helaron la sangre a compañeros y afición. Un mazazo emocional que ensombreció incluso el juego. Tendremos que estar atentos al alcance de la lesión, pero pinta muy feo.
Un golpe que dolió doble
Nada más volver del descanso, llegó el segundo mazazo. Un balón largo, un error de cálculo de Natan, y Ayoze Pérez —el hombre más señalado por la grada por su adiós turbulento el pasado verano— se encontró mano a mano con Adrián. Definió por debajo de las piernas, en silencio, sin celebraciones, pero dejando una herida profunda en los verdiblancos.
Poco después, Parejo estrelló un balón en el palo y el partido pareció pender de un hilo. Pero el Betis no se resignó. Pellegrini movió el banquillo, buscó soluciones desde desde el talento, y el equipo se estiró, se rebeló, se negó a firmar la derrota sin pelearla hasta el último aliento.
El VAR anuló un penalti que el colegiado había señalado sobre Lo Celso e Isco tuvo la ocasión de la noche: solo ante el portero, con el empate en su bota, pero la mandó al limbo de las oportunidades perdidas. El fútbol es a veces cruel en su poesía.
Derrota con orgullo, caída con dignidad
No siempre gana el que más lo desea. A veces gana el que acierta en el momento justo. Y este domingo, el Villarreal supo hacerlo. Pero el Betis se marchó con la cabeza alta, entre el aplauso de una afición que valoró el esfuerzo, la entrega y la fe con la que su equipo lo intentó hasta el final.
La herida es reciente y escuece. La lesión de Llorente preocupa. La tabla aprieta. Pero quedan jornadas, quedan batallas y queda esperanza. Este Betis ha demostrado ser un equipo de alma grande, de los que no bajan los brazos ni en el domingo más duro.
Porque si hay algo que enseña el Domingo de Ramos, es que cada entrada triunfal está precedida por la adversidad. Y el Betis, aunque hoy cayó, sigue caminando hacia su particular Jerusalén europea, con la fe intacta y el orgullo muy vivo.
