Rapsoda entre balas

En estas fechas nos convertimos todos en argentinos después de ganar un Mundial. La pasión sale disparada como el kétchup que se atranca al final del bote, y si no queda, se disimula, por deferencia con los demás. También se contagia, porque todo se pega. Me acabo de fijar en que he empezado el artículo con un “en estas fechas”, ven, me he contagiado. No hay cosa que me dé más coraje que esa frasecita, joder, ni que fuera un político, ni que fuera el Rey, me ha faltado el “señaladas” para redondear el tópico.

Escribo esto sentado en la silla donde estudiaba para el colegio, bueno, donde escribía las cosas que me parecían más importantes del libro. Ese era mi estudio, quitar de los libros de texto las florituras absurdas de las personas que hubieran escrito aquel Santillana y quedarme únicamente con los apuntes que me hicieran puntuar para pasar los exámenes. Siempre pensé que lo de enrollarme lo sabía hacer yo mejor, además, esa manera de alargar los asuntos de los libros de estudiar creo que está hecha para ralentizar y aburrir al alumno. Y para almibarar la vanidad de algún escritor de novelas frustrado que tuvo que acabar haciendo tomos para torturar a chavales.

Nunca fui de los que preguntaban aquello de “¿puedo ponerlo con mis palabras?”, siempre he dado por supuesto que las cosas deben ir con las palabras de cada uno, es la única manera de firmar. Casi todo está ya dicho, nuestro aporte es la forma de colocar y cambiar las palabras. Lo mismo siempre es distinto cuando se escribe diferente. Aprender es quitar la paja y encontrar la aguja, porque todo, hasta lo monosilábico, va con paja alrededor. El aliño es la manera que tenemos de diferenciarnos. Se ve en las fiestas, puede haber siete vestidos de Zara iguales, pero siempre habrá una tía a la que parezca que el diseñador que tiene a sueldo Amancio le ha hecho el vestido a medida, pensando en ella.

Acabo de repasar la reflexión del último párrafo, he pensado en si es machista, me la suda quien lo entienda así, no voy a meter más heno en el pajar de mi cerebro. Estoy en la mesa en la que también empecé a “escribir” poesía, bueno, a creerme poeta, que es la manera juvenil de escribir poesía. Ahora me da pudor ver mis palabras, esas balas torpes que disparaba con ganas. Ahí había solo pasión saliendo desparramada como de un bote de kétchup. Era un argentino tirándome desde un puente, intentando caer en el autobús de mis ídolos. Escribía con mis palabras para un examen que corregía mi vanidad. Estaba haciendo algo grande, algo que ahora se me antoja chapucero y meloso, algo que dentro de unos años imagino que me parecerá entrañable.

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Hoy escribo un artículo más, el penúltimo del año, hablando de mí, dándole pespuntadas al folio en blanco, cumpliendo el mandato de una persona que me quiere y me ha llamado para decirme: “Santi, esta semana escribe sobre el aire, no te metas en líos”. Y yo he acatado, y he escrito con mis palabras sobre las nubes que dibujé. Me gusta mucho provocar, pero ya tengo la madurez suficiente para saber que hay deficientes mentales que atribuirán o relacionarán mis palabras con otras personas que no soy yo, pero a las que quiero más que a mí. Ahí va este artículo de aire, para quien me enseñó a respirar hondo.

Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
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